🍬Hace Una Semana🍬

528 48 16
                                    

El reloj marcó las doce en punto. Oficialmente había pasado la hora de su cita con la psicóloga.

A Violeta no le gustaban los lugares tan silenciosos ni solitarios. Así que estar sentada en la sala de espera, sin ningún otro paciente alrededor, la estaba sacando de sus casillas.

Quizás lo había vuelto parte de su personalidad, pero ella necesitaba estar en lugares bulliciosos.

Cuando había mucho silencio, su mente tenía tiempo de pensar y recordar. Tenía tiempo de reflexionar en el pasado.

Y estando a unos días de esa fecha tan importante, no le convenía concentrarse en el pasado.

Debía estar enfocada, debía recobrar el control sobre sí misma. Se suponía que para eso estaba yendo con la psicóloga, para volver a sentirse completa.

Pero ya había pasado una hora y media, y la doctora Vargas no había salido de su consultorio. Tal vez el otro paciente estaba peor de lo que imaginaba o tal vez se olvidó de ella.

En fin, solo le quedaba esperar, no tenía nada mejor que hacer aparte de entrenar para su presentación y ella consideraba ya estar preparada.

En lo que las manecillas del reloj seguían avanzando, ella se puso a repasar la coreografía que debía realizar en su mente.

La música iniciaba y ella caminaba al centro del escenario. Era sencillo, primero debía dar dos volteretas, luego hacer un aspa de molino, luego lanzar la pelota y después debía girar sobre un pie. Esas eran las acrobacias básicas para su introducción.

Debía tenerlo de memoria, pues su madre la mataría si volvía a ganar una medalla de plata.

—¿Señorita Beauregard? —preguntó la secretaria, al fin levantando la mirada de su computadora—. ¿Hay alguna señorita Violeta Beauregard por aquí?

—Sí, soy yo, soy... —respondió al instante, levantando la mano—. ¡Soy yo!

—Venga, necesito sus datos y firma para la historia clínica.

—Claro, deme un segundo.

La secretaria soltó un bufido y se dedicó a buscar un lapicero.

Violeta se puso de pie, se cerró la casaca de su buzo magenta y se acomodó su cabello rubio en una coleta.

Una vez más arreglada, fue directo con la señorita en el mostrador. Ella le brindó un fajó de hojas impresas y un lapicero de tinta negra. No era la asistenta más alegre del mundo, pero al menos cumplía con su trabajo.

—¿Primera vez? —preguntó la señorita.

—¿Disculpe?

—¿Es la primera vez que hace terapia?

—Oh, no... —respondió Violeta y le mostró una sonrisa de costado—. No. Llevo haciendo terapia desde mis trece años. Lo que pasa es que el doctor Finneman se retiró hace poco y me recomendó venir aquí para...

—A usted la conozco —interrumpió la secretaria, sin prestarle mucha atención a sus palabras.

Violeta dejó de escribir y esbozó una sonrisita nerviosa. Parte de ella sabía lo que la secretaria iba a decir y los intestinos se le retorcían de tan solo imaginarlo. Pero quiso mantenerse optimista.

En el mejor de los casos era una fanática de la gimnasia artística. En el mejor de los casos era una deportista.

La secretaria ajustó su mirada y se acercó para estudiarla con detenimiento.

—¿Nos hemos visto antes?

—Posiblemente —respondió Violeta—. He salido en algunos concursos de gimnasia nacionales, tal vez me vio en uno ellos o...

🍫LA FÁBRICA DE CHOCOLATE 🍫|| RETELLINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora