Guajolota.

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El smog contaminaba de nuevo toda la ciudad, sin embargo, eso no impedía a que la gente saliera a hacer su negocio de todos los días.

—¡Elsa! —el peliblanco sacudió a la rubia.

—¿Podrías dejar de chingar? —gruñó Elsa dándole la espalda a Jack.

—Responde rápido, ¿De qué quieres tu tamal? —preguntó Jack colocándose las zapatillas deportivas y una sudadera vieja que encontró.

—El de siempre —respondió ocultando su rostro en la almohada.

—Ya, pero ¿Qué tal si querías una guajolota? ¿Yo cómo iba a saber? —Jack tomó el dinero de su billetera.

—¿Una qué? —Elsa se sentó en la cama confundida. Jack ahogó una risa tapándose la boca, ver a Elsa con su cabello hecho un desastre y con restos del delineador corrido en su rostro es sorprenderse con un verdadero arte abstracto.

—Una pata de tigre te vendría bien —bromeó el peliblanco. Notó la molestia de Elsa y rápidamente aclaró su garganta—. Ya sabes, una guajolota... Una telera y un tamal ¡Ya las has comido! Te haces pendeja.

—Una grosería más y te mando a vivir al metro —amenazó Elsa—. Bien, si, quiero una.

—Ahuevo, ya regreso —salió a toda prisa del departamento y bajó las escaleras sin tratar de tropezarse. Tanto era su antojo y necesidad de desayunar una guajolota que le importó poco ir en pijama.

No importaba, igual era sábado por la mañana. Los fines de semana son sagrados y pasan tan rápido como para no darse uno que otro lujo.

—¡Don! —gritó Jack silbando y agitando sus manos— ¡Queremos tamales!

Para su fortuna, el señor vió a Jack y se acercó hacia a él ofreciéndole toda la mercancía que tenía en el momento.

—Dos guajolotas, una de verde y otra de dulce —pidió amablemente y tratando de ocultar su emoción—. Y unos atoles, ambos de chocolate.

Jack estaba sonriente, comer era uno de sus mayores placeres de la vida y si sumamos el hecho de que comería junto a su novia y acompañado de un atole caliente, no había mejor plan para iniciar el fin de semana.

Tomó su pedido y después de pagar subió a toda prisa las escaleras para llegar a su departamento. Cuando llegó, azotó la puerta y rápidamente colocó las cosas en la pequeña mesa que había.

Es la Ciudad de México y pareciera que sigue el ejemplo de los departamentos de China, todos son muy pequeños y con el miserable sueldo que ganan los dos, es lo mínimo que pueden pedir.

—¡Cámara, Elsa! ¡Se va a enfriar! —gritó eufórico.

Elsa apreció con su cabello semi arreglado y al menos la cara ya se había aseado.

—Los vecinos vendrán a molestar si sigues gritando —comentó tomando asiento y abriendo la bolsa con la guajolota dentro.

—Como si la vecina no pusiera Juan Gabriel a todo volumen todas las mañanas —bufó Jack—, ahí si no dicen nada.

—Bueno, pero es que es el Juanga —Elsa recalcó un punto.

—Touché... Como sea, en lo que molestan o no, hay que comer —sin más, tomó su guajolota entre las manos y comenzó a comerla.

Guajolota=Felicidad. 

Jelsa a la mexicana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora