Sentía el movimiento del autobús como si se tratase de una marea, un vaivén constante que lo meciera de un lado a otro. El paisaje a su alrededor cambiaba sin cesar, transformándose a cada kilómetro que avanzaban. El viaje estaba siendo largo, pero no era de extrañarse: estaba dejando atrás la ciudad.
Había pocas personas en el autobús. La mayoría de los asientos estaban desocupados, pero, curiosamente, él compartía el suyo con un joven estudiante. Parecía estar en su último año de colegio, pues llevaba una chaqueta deportiva con el nombre de su promoción bordado en la manga. El ambiente era tranquilo, y lo agradecía.
Observó de reojo cuando el joven sacó un libro de su mochila. Sonrió levemente para sí mismo, complacido al ver que todavía había jóvenes que leían de vez en cuando. Su mirada, guiada por la curiosidad, se deslizó disimuladamente hacia la portada del libro, y al reconocer el título, sus ojos brillaron con una emoción inesperada: A Day.
Era suyo.
Uno de sus libros.
Aquel hallazgo le provocó un cálido orgullo en el pecho. Ver a alguien leyendo sus palabras siempre lo llenaba de satisfacción, pues cada historia que escribía era un fragmento de su alma, un eco de sus pensamientos más profundos, las melodías que su mente tarareaba en secreto.
¿Will habrá terminado de leerla?
La chispa en su mirada se apagó. Su sonrisa se desvaneció.
Una vez más, el castaño invadía su mente con su presencia ausente, llenándola de melancolía y desesperación.
No estás obsesionado. ¿O sí?
Sus pensamientos se volvían un torbellino. No podía permitirse flaquear, no frente a extraños.
Dijiste que no volverías a encariñarte con alguien... y aún así lo hiciste. Volvimos a lo mismo. Volviste a fallar.
Debía permanecer tranquilo hasta llegar a su destino. Cuando bajara del autobús, el aire fresco lo ayudaría a poner en orden sus pensamientos.
Debía mantenerse en calma. Antes de que la desesperación terminara por consumirlo.
[...]
Escuchaba el pesado crujir de las hojas secas bajo mis pies y el chasquido de las ramas que se rompían con cada paso. Había llegado a un pequeño poblado junto a un lago de aguas cristalinas. Pregunté a los habitantes del lugar por Will, les mostré una foto, pero nadie tenía respuesta.
Al parecer, la gente solo visitaba el pueblo durante la temporada de verano. Suspiré y me dirigí hacia el lago, que quedaba un poco más lejos del centro del poblado. Cuando finalmente lo tuve ante mis ojos, me quedé inmóvil, observando la belleza de aquel espejo de agua. Era tan transparente que los rayos del sol se reflejaban en su superficie, dándole la apariencia de un lago cubierto de cristales.
Me senté entre el verde pasto, sin apartar la mirada de aquel paisaje. La tranquilidad que transmitía era embriagadora, tanto que me dieron ganas de sumergirme en sus aguas. No me importaba el frío en ese momento, solo quería relajarme, aunque fuera por un instante.
Una ráfaga de viento sacudió mi cabello. Me incorporé lentamente y levanté la vista al cielo. El horizonte se pintaba de tonos naranjas y rosados, anunciando la inminente llegada de la noche. Caminar de vuelta al pueblo sería agotador. Suspiré y me recosté contra un tronco junto al lago. Solo descansaría hasta las siete de la noche, cuando pasara el próximo autobús y pudiera seguir alejándome de la ciudad.
¿Por qué sigues buscándolo?
¿Crees que con encontrarlo todos tus problemas se desaparecerán?

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𝐓𝐮 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐚ñí𝐚
RomanceWill quería un trabajo para poder salvar a su abuela, mientras luchaba con sus pesadillas, y Demian estaba cansado de escribir cosas de amor sin aún conocerlo. ¿Y si lo único que necesitarán es la simple compañía del otro?