Asustado. Esa era la palabra que describía a William en ese momento.
Las lágrimas caían de sus ojos como ríos silenciosos, mientras su mandíbula permanecía tensa, al borde del dolor. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, como si el frío de una tormenta invisible lo hubiese alcanzado. En la penumbra de la habitación, solo el sonido de su respiración agitada rompía el pesado silencio.
Las imágenes lo asaltaban con fuerza, implacables. Podía sentirlas como si fueran reales. Las manos ásperas apretando su cuello, el eco de los gritos de su madre, el chirrido de los frenos, y luego... el vacío. Esa sensación de despertar en un lugar extraño, lejos de su hogar, lejos de ella.
Otra vez. Otra noche donde las pesadillas habían ganado.
El dolor en su pecho era abrumador, como si una sombra oscura lo envolviera por completo. El miedo se deslizaba por su cuerpo, helándole hasta los huesos.
Pensó, ingenuamente, que ahora que tenía a alguien en su vida, ese amor podría sanar sus heridas, espantar los fantasmas y desterrar las pesadillas que lo perseguían. Pero no era así. Seguía siendo ese niño indefenso que se culpaba por todo, que permanecía en silencio por miedo, el mismo que no supo distinguir entre lo bueno y lo malo hasta que fue demasiado tarde.
¿Qué podía hacer para ser feliz? ¿Cómo se supone que olvidara todo el daño que le habían hecho?
No quería sentirse así.
No quería ser vulnerable.
No quería recordar."No quiero..." Las palabras se repetían como un eco en susurrados lamentos, ahogadas entre sollozos que no lograba detener.
Tan absorto estaba en su dolor que no se dio cuenta de la otra presencia en la habitación. Cuando levantó la vista, su abuela estaba allí, mirándolo desde la puerta con una dulzura que solo ella podía ofrecer.
-¿Por qué no me quieres contar tus pesadillas, William? -preguntó, su voz suave como una caricia.
Las lágrimas comenzaron a fluir con más fuerza. Había algo en su mirada, en esa preocupación genuina, que derrumbaba las barreras que tanto le costaba mantener.
-No... no las recuerdo, pero no me gustan -respondió, sabiendo que mentía. Recordaba cada detalle con dolorosa claridad, pero el miedo lo contenía. ¿Qué pasaría si le contaba? ¿Si le confiaba todo y la perdía, como había perdido a su madre?
La anciana asintió, acercándose para sentarse a su lado en la cama.
-Está bien, William. Solo intenta descansar. Mañana tienes que trabajar -dijo, acariciándole el cabello con movimientos lentos y reconfortantes.
Él asintió débilmente, aunque sabía que esa noche el sueño no lo visitaría.
-Sí, dormiré. Descansa tú también, abuela. -respondió, esforzándose por ofrecer una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
Ella lo observó unos segundos más antes de dejarlo solo en la oscuridad.
Pero esa noche, como muchas otras, el sueño se le negó. En su lugar, los pensamientos inundaron su mente, haciéndolo revivir los momentos más dolorosos de su pasado. Lo que había hecho, lo que había permitido, lo que nunca se atrevió a decir ni a cambiar.
Esperaba, con todo su ser, no tener que confesarle a nadie más todo el peso que cargaba en su corazón. No quería que alguien como Demian supiera el monstruo que sentía ser.
Y, sobre todo, temía una cosa: Que le arrebataran la felicidad que había encontrado y que él no pudiera hacer nada para evitarlo.
[...]
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𝐓𝐮 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐚ñí𝐚
RomansaWill quería un trabajo para poder salvar a su abuela, mientras luchaba con sus pesadillas, y Demian estaba cansado de escribir cosas de amor sin aún conocerlo. ¿Y si lo único que necesitarán es la simple compañía del otro?