31| Todo es Extraño

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Apenas habían pasado dos días desde que regresó a su antigua casa, pero todo se sentía tan lejano. Algo no encajaba entre los recuerdos ahora perdidos y vacíos que rondaban su mente. A veces, podía sentir el suave tacto de Demian mientras dormía, pero al despertar, se exaltaba al pensar que podría estar confundiendo su sueño con la cruda realidad. Temía abrir los ojos y encontrar a quien llamaba "padre" encima de él, sintiendo el calor de su cuerpo en su mente hasta el punto de volverse asfixiante. Quería gritar, pero su garganta se cerraba, solo pudiendo soltar gemidos ahogados al darse cuenta de que todo había sido solo una pesadilla, una pesadilla que podría volverse real si no se mantenía alerta.

Miró el reloj en la pared. Aún era de madrugada, pero sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad de la habitación. 3:48 AM. En pocas horas tendría que levantarse para comenzar una nueva vida. No estaba completamente seguro de lo que hacía, pero sabía que era lo único que le permitiría liberarse de todo.

Desde que había regresado a su antigua casa, solo había permanecido en su habitación, bajando solo cuando su padre le pedía que fuera a comer o cuando lo llamaba para que se alimentara. La relación que mantenían, como padre e hijo, era extraña. No era buena, al menos no para él. Su padre siempre le generaba desconfianza. Nunca podía tenerlo cerca, y solo él entendía el porqué. A veces sentía que, tal vez, él había cambiado, pero eso no era suficiente para que se sintiera cómodo en su presencia. Tenía claro todo lo que le había hecho, y el miedo lo invadía al estar allí. Por eso se encerraba en su habitación, esperando despertar de esa pesadilla una y otra vez, confiando en que todo volvería a ser como antes.

Se removió en la cama, manteniendo la vista fija en la puerta, rogando en silencio que nunca se abriera mientras él dormía. Volvió a mirar el reloj. 3:50 AM. El tiempo pasaba tan lento en esa oscuridad. Giró la cabeza, apoyándola en la almohada, mientras se arropaba lentamente con la manta, tratando de conciliar el sueño nuevamente.

El sonido del reloj, junto con el latido de su corazón, era lo único que podía escuchar. Cada tic-tac del reloj era como un badum de su corazón, una pequeña máquina del tiempo dentro de su pecho, que nunca se apagaba, por más que lo deseara. Desde pequeño, siempre le había interesado el cuerpo humano, el saber por qué las personas dejaban de vivir y cómo salvarlas. Había soñado con estudiar medicina, pero nunca pudo. Simplemente estudiaba para tener un oficio, para sobrevivir. Estudiaba, al fin y al cabo, para escapar.

[...]

Escuchaba atentamente los murmullos que surgían detrás de él, como si todos hablaran a sus espaldas. Sentía las miradas sobre su cuerpo, pero sabía que solo era su imaginación. Aun así, la sensación de ser observado lo agobiaba. Estar rodeado de tanta gente lo hacía sentirse fuera de lugar. A pesar de todo, mantenía una desconfianza latente hacia los demás, una desconfianza que, aunque quisiera, no podía romper.

Habían pasado tres días desde que ingresó al instituto. El primer día fue complicado, sentirse tan ajeno a todo, pero pronto lo ignoraron. El profesor, amigo de su padre, fue amable con él, lo que le permitió sentirse algo más tranquilo. Miró de reojo a sus compañeros, quienes formaban grupos para el trabajo que les habían asignado. Se resignó a hacer todo por su cuenta; nadie podía obligarlo a trabajar con alguien. Eso le había dicho el profesor.

Pensó que con el tiempo superaría el estar rodeado de personas que ya se conocían entre sí, ser el único extraño allí. Pero se equivocó. La soledad le pesaba. Aunque esas personas no significaban nada en su vida, le dolía profundamente sentirse excluido. A veces, la soledad se colaba en su ser, una soledad que intentaba liberarse de ella, pero siempre volvía. Con Demian era diferente. Aquello se sentía distinto. Podía pasar un día entero rodeado de gente, pero saber que Demian estaba a su lado lo hacía sentirse bien, porque sabía que no estaba solo. Sin embargo, volvió a la realidad y se dio cuenta de que muchas cosas cambiarían para mal.

𝐓𝐮 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐚ñí𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora