ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 10

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ᘛᘚ

Una vez dentro de la pequeña habitación, Madison puso a dormir a la pequeña Annie, al parecer el día fua tan laborioso que hasta el bebe pareció coincidir, procedió a ponerla en su caja para que pudiera descansar.

Agradecía profundamente que Erwin no hubiera llegado, porque ni siquiera había empezado con la cena, ni siquiera había puesto carbón a la estufa.

Mirando la silla de la cocina con ansia, decidió sentarse por un momento, sólo para aliviar el dolor de espalda. Pero ella no tenía tiempo para holgazanear - si las comidas de Erwin no estaban listas cuando él las quería, o si ella no hacía las otras tareas que él esperaba, podría poner fin a su negocio. Y era un riesgo que no podía correr.

Después de un breve descanso, Madison corrió hacia la cama para clasificar y doblar la ropa de Erwin. Sosteniendo una de sus camisas, se detuvo a estudiarla. Dejó que su mano se deslizarse sobre la tela, la anchura de sus hombros, y la longitud de su torso. Dejando a un lado la camisa para ser planchada, cogió un par de sus pantalones vaqueros, de talle delgado y piernas largas.

Sabía tan poco sobre el hombre que llevaba esa ropa. Exteriormente, era guapo, robusto y alto. Sus rasgos estaban muy bien proporcionados. Pero de qué tipo de vida venía y por qué estaba allí, era un misterio para ella. Había estado en Dawson desde antes de que la fiebre del oro comenzase, por lo que la fiebre del Klondike no había sido lo que le trajo al norte.

Era por turnos, suave y salvaje. Se había responsabilizado de ella cuando no tenía que hacerlo, y al hacerlo había permitido que Will, un perezoso sin valor, se escabullese de una gran deuda que Erwin no esperaba que la solventara. Sin embargo, cuando un hombre en su tienda había atacado a su integridad, su reacción había sido rápida, violenta y aterradora.

Pero la verdadera cosa que Madison encontraba más preocupante era su atracción creciente hacia Erwin. Se decía a sí misma que sólo era un capricho tonto e infantil, porque él había sido amable con ella y Annie. Que era casi tan temible como lo había sido el primer día que lo conoció. Y los argumentos casi funcionaban. Casi, pero no del todo.

Algo en ella le hacía perder el aliento cuando Erwin estaba cerca. Y no era cosa de una niña caprichosa en absoluto.

Impaciente, Madison sacudió sus pensamientos y rápidamente dobló las camisas y los pantalones vaqueros. Su tarea más importante era mantener su mente en su propio negocio y su futuro. Un hombre alto y rubio no era parte de nada de esto. Tampoco ella y Annie eran parte de sus planes. Se lo había dejado claro desde el principio, y después de todo, ella estaba legalmente unida a Will, todavía.

Llevó la ropa de Erwin al baúl grande en el extremo de la cama, donde él guardaba sus pertenencias. Levantó la tapa. Los aromas tan masculinos de piel de ante y jabón de afeitar que encontró, eran fascinantes. Era como oler el café recién molido, o el olor de tabaco de pipa. En el interior, descubrió el contenido que generalmente permanecía ordenado, en una mezcolanza enmarañada de calcetines, pantalones, camisetas y calzoncillos largos. Se acordó de cómo rebuscó a través del baúl esa mañana temprano. Se había vestido a toda prisa para reunirse con un capitán de barco en la línea de costa.

Tuvo la tentación de dejar ese lío tal como lo había encontrado. Había trabajado muy duro todo el día, y esto era una tarea extra que ella no quería. Pero no podía poner la ropa tan bien ordenada en la parte superior de la confusión y simplemente cerrar la tapa. Suspirando, se arrodilló delante del baúl y comenzó a sacar y volver a meter todo por orden. Al tirar de un par de pantalones de ante, algo metálico se deslizó de entre sus pliegues y cayó al suelo.

𝙻𝚊 𝚂𝚎ñ𝚘𝚛𝚊 𝚂𝚖𝚒𝚝𝚑 | Erwin SmithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora