Capítulo 17

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—Hubiera sido más fácil tele-transportarse —comentó Hermes por quinta vez.

Dionisio se agarraba firme del hombro de su amigo mientras volaban por el cielo, con la ayuda de las sandalias aladas de Hermes.

—¿Y pasar la oportunidad de volar como un pájaro? Ni loco —Él disfrutaba de la brisa que le despeinaba el pelo y le enfriaba el cuerpo.

Su amigo le devolvió la sonrisa.

—Eres tan malo como Tritón.

—Eso es porque entre todos los dioses, tú tienes uno de los mejores aparatos que hay —espetó aunque, de hecho, Dionisio no tenía ninguno.

Eros tenía su arco y flecha; Tritón poseía una concha de caracol con la que calmaba los océanos, e incluso Asclepio llevaba un bastón para curar enfermedades. Todo lo que Dionisio tenía era un anhelo permanente de vino y sexo. Y en este momento, una permanente erección gracias a la auto-imposición de castidad de Cristina.

—Si no hubieras tenido una resaca cuando Zeus entregó esas sandalias aladas, tal vez tú las habrías obtenido en mi lugar, y yo sería el dios viendo crecer las uvas y al mismo tiempo descansando con una copa de vino en una mano y una chica atrevida en la otra.

Dionisio arrugó la frente.

—¿Tienes envidia porque crees que la tengo muy fácil? Déjame que te cuente que asegurarme de que las uvas crezcan a la perfección, es una forma de arte. Si yo no estuviera en constante control de su contenido de azúcar y no negociara con Helios la cantidad de sol que reciben, no habría ningún vino decente en ningún lugar.

Hermes resopló.

—Sí, sí. Sólo lo digo. Estoy constantemente en el camino. Por una vez, me gustaría poner mis pies en alto y pasar el rato. ¿Tienes alguna idea de lo deprimente que puede llegar a ser el transportar a esas pobres almas sobre el Styx, a sabiendas de que van a ser condenadas a permanecer en el inframundo de Hades para la eternidad?

—Hades no es tan malo. Ha hecho un montón de mejoras últimamente. Al parecer, tienen agua corriente ahora.

Hermes hizo una mueca.

—Yo sé eso, pero esas pobres almas no. Se quejan en todo el viaje hasta llegar allí.

—¿Por qué no sólo les dices cómo es en realidad allí?

Hermes le dio una mirada atónita.

—¿Qué, y arruinar la sorpresa? Eso es parte de la diversión de mi trabajo.

Dionisio sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco.

—Sólo ten cuidado de no empezar a lloriquear como tus pasajeros.

Hermes de repente señaló con el brazo hacia abajo, hacia la tierra.

—Ya casi estamos allí.

Dionisio siguió su mano extendida, a medida que descendían. Debajo de ellos, un pequeño pueblo quedó a la vista. Cuando se acercaron y Hermes redujo su velocidad, Dionisio miró las pintorescas casas, las calles limpias con árboles en las aceras, los patios delanteros bien cuidados y las vallas de madera pintadas de blanco.
Hermes se mantuvo alejado de la calle principal muy transitada.

—¿Dónde aterrizamos? —preguntó Dionisio.

Hermes, apuntó hacia una zona boscosa.

—En el parque. Nos puedo meter justo en medio donde los arbustos son más densos. Dudo que alguien nos vea. Siempre nos puede envolver una nube, si tenemos que cubrirnos durante el descenso —los mortales simplemente asumirían que la niebla se está formando.

DIONISIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora