𝟎𝟑. Veo ratas en el Expreso. Parte I

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CAPÍTULO TRES:
Veo ratas en el Expreso. Parte I


   En cuanto el tren abandonó la estación King's Cross, comencé a avanzar por el pasillo, apoyándome con fuerza en algunas paredes y balanceándome de un lado a otro.

   Las maletas, a pesar de ser livianas, me hacían tropezar contra puertas y ventanas. El erizo no dejaba de dar vueltas inquieto en mi bolsillo y me obligaba a mantener una posición encorvada para evitar que cayera, y el salto hacia el vagón, combinados con el trotar por la plataforma, me traía exhausta. Desde la distancia, debía haber parecido la versión borracha de un flamenco que intentaba correr con las piernas abiertas.

Mamá me habría golpeado con una sartén si pudiera ver mi pobre columna y la joroba que ya podía sentir me saldría del cuello.

   Y en aquel momento, mientras de soslayo buscaba compartimientos vacíos, dos voces se hicieron oír sobre el ronroneo de la locomotora a mis espaldas. Masculinas y llenas de una desafinación prepuberal que claramente se burlaban de mi andar de mujer embarazada.

⎯Uy. ¿Recuerdas cuando éramos así, Fred? ⎯murmuró una.

⎯¿Rubios, delgados y con falda? ⎯respondió otra completamente idéntica.

⎯Llenos de maletas y del porte de un gusanito.

No pude girarme para mirar los dueños de las burlas, pero imaginé que era la misma persona con serios desórdenes de personalidad, porque no había manera en el mundo de que dos voces sonaran iguales.

   Intenté mantener la calma, al igual que mamá cuando le hablé sobre los materiales perdidos, y pensé en las cosas que el consejero de mi antigua escuela muggle me había dicho un montón de veces: «Cuenta hasta diez, veinte o treinta si es necesario...»

⎯Y el gusanito tropezará con su equipaje en cinco, cuatro, tres...

¡Al diablo con el consejero escolar! El muchacho con psicosis que fingía dos voces distintas se estaba riendo de mí. Intenté apretar las manijas de las maletas para sacar la furia y pensar en las repercusiones que habrían si hacía algo problemático antes de siquiera pisar Hogwarts, pero ya estaba cabreada, y no sirvió de nada.

    Estuve a punto de girarme, lo cual habría resultado desastroso para el erizo en mi bolsillo y el animal nuevamente habría tenido la posibilidad de terminar aplastado en el suelo como puré de mamífero, cuando las dos maletas me fueron arrebatadas de un tirón. Me incorporé de inmediato, dando una vuelta indignada hacia el nuevo y denominado muchacho Norman Bates, y abrí la boca sorprendida cuando vi a un par de gemelos idénticos y sonrientes en su lugar.

⎯Te veías atareada... ⎯dijo uno de ellos.

⎯Pero tranquila ⎯interrumpió el otro, aún sonriente⎯. Nos puedes dar propina cuando te dejemos en un compartimiento.

   Tenían el cabello rojo, pecas en toda la cara y una espalda ancha parecida a la de papá. O bien estos chicos eran boxeadores o se estaban robando las maletas del alumnado en secreto para esconderlas en sus hombros. Me asusté un poco porque si decidían robarse el poco equipaje que traía, mamá llegaría personalmente a Hogwarts para sacarme los ojos de la cara. O peor aún, a enviarme de vuelta a mi escuela muggle.

⎯Gracias ⎯dije, intentando esconder una mueca de sospecha. ¿Llevaba cinco minutos en el Expreso y ya había gente ayudándome de buena fe? No estaba acostumbrada a la súbita existencia de un par de buenos samaritanos.

⎯No te preocupes ⎯respondió uno de ellos, encogiéndose de hombros⎯. Te vimos corriendo para subir al tren y creímos que fue divertido.

Callie y la Piedra Filosofal¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora