Capítulo 1: El despertar

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-Despierta Teresa.
Fue lo primero que oí al despertar. Aquella no era mi habitación, de eso estaba completamente segura. La mujer que estaba a mi lado tendría unos cincuenta años, era entrada en carnes, de pelo largo y gris, la cara la hacia parecer mayor aunque por su voz se deducía que no lo era. No la conocía de nada, y por ello sentí la obligación de preguntarle quién era y que narices hacía yo allí, pero mis cuerdas vocales no respondieron. Me resultaba imposible hablar.
-Tranquila Teresa, aquí estás segura. Soy Mulieta, y cuidaré de ti hasta que puedas valerte por ti misma. Mientras te explicaré que haces aquí.
"En primer lugar has de saber que estás en Malow, el planeta sin ruido. Si, lo se, te parecerá extraño no estar en la Tierra, pero ya descubrirás más adelante por que no estás allí. Ahora debes descansar, en breve la reina te contará todo."
Y se fue. Me dejó sola en aquella habitación de paredes blancas y ventanas diminutas. ¿Sería aquello una cárcel? Era imposible, no estaba en mi conocimiento haber cometido ningún delito en la jurisdicción de Malow. ¿Pero que narices estoy diciendo? pensé. me di cuenta en aquel momento de que una terrible sensación de cansancio me estaba invadiendo. Miré hacia arriba y vi un gotero suspendido de un percha, con un tubo que descendía hasta mi brazo. Seguro que aquella sustancia era la que me provocaba aquella horrible sensación. Pero me resigné, no lograba mover un solo músculo de mi cuerpo. Al cabo de unos segundos me dormí. Lo próximo que recuerdo es la voz de Mulieta de nuevo: Despierta, es hora de ver a la reina.
Mulieta me acercó un vestido de una tela delicadísima de color menta claro. Me encantaba, pero no hice ningún gesto que delatara aquello.
-Se que te encanta, a mi no puedes mentirme. -dijo Mulieta- La reina lo ha escogido especialmente para ti.
No comencé a vestirme, no podía moverme.
-Es cierto, no me acordaba.
Se acercó al gotero y retiró la vía de mi brazo. Unos segundo después sentí como mis músculos se relajaban y podía moverme.
-No pienso ir a ningún lado- dije con una leve dificultad, todavía me costaba moverme.
-Sí que irás, ahora te daré tus zapatos y te vestirás para ir a palacio. Sin protestar.
Mulieta me dio un par de zapatos de mi talla y se fue cerrando la puerta con llave. No tenía escapatoria. Las ventanas eran demasiado pequeñas y altas para que yo pidiera salir por ellas y la puerta estaba cerrada. Sólo me quedaba ponerme la ropa y esperar.

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