SinopsisErika lleva demasiados años harta de su vida.
Vive con su madre, anciana y ciega, muy controladora y con la que tiene una relación abusiva desde la infancia. Pero todo cambia cuando conoce a Mateo. Por fin ve una salida a su monótona vida. El problema es: ¿cómo librarse de su madre?Personajes
Erika, Mateo y la madre de Erika
Es cierto que, cuando era pequeña, mi familia era feliz. Éramos una familia feliz. Pero ese recuerdo cada vez está más alejado, cada vez más borroso. Cada día que pasa lo reconozco menos, como si fuera parte de un sueño, como si no hubiera sido real ni parte de mi vida. Porque todo cambió aquella noche de octubre en que mi padre y mi hermano murieron en el accidente de coche. Muchas veces me despierto con aquel golpe. Con ese choque que destrozó mi familia. Mi madre quedó ciega y yo llevaba años viviendo con la culpa de haber salido ilesa.
Desde esa noche, mi madre y yo nos habíamos distanciado. Pero no podía dejarla sola. No desde que perdió la vista. Así que vivíamos en una casa en las afueras de la ciudad, y, mientras yo hacía malabares con mis tres trabajos, mi madre le hacía la vida imposible a todos los cuidadores que contraté. Primero tuve que dejar un trabajo, luego otro y, al final, los tres. Por las mañanas a ella le gustaba valerse por sí misma, pero cada noche, se encerraba en su cuarto y yo tenía que llevarle la cena.
Ella tocaba la campanita junto a su cama cuando estaba lista para cenar y yo preparaba todo cuidadosamente para subirle la bandeja con su comida. Atravesaba la casa a oscuras y subía las escaleras de madera, que crujían a cada paso que daba. Uno a uno, con calma para no derramar ni una gota. Odiaba cuando la derramaba. Y, mientras subía, el sonido de la campanilla, balanceándose continuamente. Hasta que llegaba a su puerta, inspiraba profundamente, contaba hasta tres y entraba.
–Mamá, te traigo la cena.
Día tras día, semana tras semana, esa era mi vida. Y solo pensaba formas de escapar de ella. Había dejado de lado a mis amigos, porque no le gustaba que invitara a nadie a casa. No he tenido ni una sola relación desde la universidad. Pero todo cambió cuando conocí a Mateo. Esos ojos color miel, ese pelo perfectamente desarreglado, esa sonrisa torcida y cautivadora. Y esa capacidad de hacerme reír.
Nos conocimos en el supermercado. Era prácticamente el único sitio al que mi madre me permitía ir. Así que en una de mis tardes semanales que podía respirar aire puro lejos de esa casa, conocí a Mateo. Los dos nos encontramos en la sección de frutería del supermercado. Yo cogía una bolsa de manzanas. La última. Él también quiso coger la misma.
–Si hubiera llegado un segundo antes... –dijo, sonriente.
–Puedes preguntar si tienen más.
–Nada, me iré al pasillo del chocolate. Mucho más interesante –bromeó.
–¿Pasas de manzanas a chocolate?
–Ah, pero no me juzgues así. El chocolate también es natural. Y supersano. Pregúntale a cualquiera.
–Entonces dejo las manzanas... –dije, siguiéndole la broma, y le acompañé al pasillo de los chocolates.
Lo que empezó como eso, como una broma, se convirtió en nuestra rutina. Y durante un mes, nos encontramos en el pasillo de los chocolates. Todos los miércoles y sábados. A las ocho de la tarde. Sin falta. Mi madre no sospechaba nada. Y tampoco tenía por qué hacerlo. Hasta que un día, Mateo quiso dar el siguiente paso.
–Han abierto una chocolatería cerca de aquí que tiene una pinta increíble. Pero me sabría mal probarla sin ti.
–Pero... ¿en el supermercado?
ESTÁS LEYENDO
Historias de Medianoche
Horror7 relatos de miedo para celebrar la spooky season y Halloween. Slasher, fantasmas, espíritus vengativos y mensajes anónimos inquietantes...