Las últimas dos horas las había pasado en un aburrido estira y afloja con una mujer obesa y malencarada. Apenas si pude mantener mi rostro estoico mientras veía las exageradamente maquilladas mejillas de aquella rubia sacudirse con vehemencia, al tiempo que me explicaba con mi propio muestrario de telas una y otra vez porque el costo que le daba era excesivo, aun siendo importaciones.
Una modista, una de gran renombre hasta donde me enteré, pero de modales horribles, incluso con la inocente chica que la asistía.
Desde luego, nunca cedí ante sus reclamos, y a pesar de ello, pude establecer un pequeño, pero rentable negocio. Cuando despaché a la mujer y cerré la oficina, escribí una misiva a papá con los detalles de la compra, la rubriqué y la llevé al interior de la casa.
El lugar lucía impecable, realmente daban ganas de estar ahí, el ambiente se había vuelto cálido, y mejor aún: la apetitosa fragancia de algún guisado que yo desconocía flotaba en el ambiente.
—¿Señorita Somerville? —pregunté, mientras andaba cauteloso por el pasillo.
—La cena estará lista en unos minutos, señor —respondió detrás de mí, provocándome un respingo—. Y por favor, deje de hablarme con tanta formalidad, le dije que "Pepi" estaría bien.Al pasar a mi lado, tomó la carta que había escrito, y revisó el destinatario.
—¿Cree usted que podría...?
—¿Entregarla a la oficina postal? Desde luego, mañana por la mañana irá de camino a Selenópolis. Hay corridas especiales que hacen el trayecto en la mitad del tiempo, pero el timbre postal cuesta el doble.
—Pues el doble pagaremos —respondí.La joven sonrió radiante, tomó del interior de su manga una pequeña cinta métrica y caminó segura hasta mí. En sólo unos breves movimientos había medido mis hombros, cintura, largo del torso y brazos, y regresó por donde vino.
—Me había comentado que necesitaría algo más de ropa si llegaba a extender su visita a Zándar, mañana pasaré por la sastrería y le encargaré unos cuantos juegos formales y casuales, le informaré los costos y cuándo podré recogerlos, ¿de acuerdo?
—Me pregunta, pero parece tenerlo bastante claro —dije sin poder evitar reír un poco.
—¿Eso le molesta?
—Pues no, pero me recuerda... a otra persona impaciente que conocí.Esa frase, desde luego, cerró con algo de amargura al final, y agradecí que mi ama de llaves no estuviera mirándome.
Ese era el segundo día de trabajo de Pepi. En el primero había dejado la casa como un lugar digno donde vivir, y dejó comida para el día que no iba a trabajar, considerando que iba uno sí y uno no. A decir verdad, apenas si habíamos charlado, pero su comportamiento y actitud eran agradables, y no me molestaba en absoluto su presencia. O por lo menos, cuando me daba cuenta de ella.
Al tener llaves, simplemente se aparecía y hacía las cosas, y se marchaba con el mismo sigilo, como un fantasma, dejando comida, ropa limpia y hasta algún consejo para los días en que estuviera ausente. Esa mujer definitivamente iba a ser un alivio para mí, y deseé en silencio que tuviera éxito y se encontrara a un buen hombre en el futuro.
Regresé en mí, y la busqué con la voz, sabiendo que estaba en la cocina.
—Por cierto, señorita Somer...
—¡Pepi!
—Bien, señorita Pepi...
—¡Sólo Pepi!Di un largo suspiro de resignación.
—Bien, Pepi. Un invitado nos acompañará en la cena, ¿cree que pueda preparar algo adicional y fácil que pueda transportarse?
—¿La persona se llevará comida de aquí? —preguntó intrigada, asomándose desde el marco de la puerta.
—Muy probablemente.
—De acuerdo, lo tendré listo entonces.
—Le agradezco.
—Puede hablarme de "tú" también.
—Tal vez luego.
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La Bailarina Impaciente
Ficción históricaDespués de perder a su esposa y su hogar, Gávril está convencido de que su tragedia fue un crimen y no un accidente. Las únicas pistas que tiene lo llevarán al reino de Aurennor, del otro lado del mar, y ahí buscará cumplir su objetivo, valiéndose d...