DON RAFAEL (Locos lindos y feos)
Santiago me escribió y está bien He aprendido a leer sus entrelíneas y por ellas sé que sigue estando cuerdo Mi temor ha sido ése No que delate o se afloje Eso no Creo que conozco a mi hijo Mi temor ha sido que se des- lice desde la cordura hacia quién sabe qué Ya lo dijo una vez el director del Penal, no sé si el último o el pe- núltimo: No nos atrevimos a liquidarlos a todos cuando tuvimos la oportunidad, y en el futuro tendremos que soltarlos Debemos aprovechar el tiempo que nos queda para volverlos locos Por lo menos fue franco, ¿verdad? Franco y abyecto Pero de algún modo esa impúdica confidencia dio la clave: es en ellos, los sabuesos, donde hay algo demencial Son ellos los que aprovecharon el tiempo para enloquecerse Pero no son locos lindos; son locos disformes, esperpénticos Locos por vocación y li- bre elección, que es la forma más innoble de locura Fue- ron becados a Fort Gulick para recibirse de dementes Ahora bien, aunque aquel director del Penal dijo eso hace más de cinco años, yo me sigo aferrando a las úni- cas seis palabras aprovechables de su escalofriante pro- grama: En el futuro tendremos que soltarlos Digamos que a Santiago no se atrevieron a liquidarlo cuando tu- vieron la oportunidad, pero ¿estará entre los que solta- rán antes de que enloquezcan? Aspiro a que sí Santiago ha logrado generar, o quizá descubrir en sí mismo, una extraña vitalidad Su descenso a los infiernos no lo ha incinerado Chamuscado tal vez Pienso que, más aún que afiliarse a una esperanza, allí lo que cuenta es afe- rrarse a la cordura Y él sigue cuerdo Toco madera Y por las dudas que sea sin patas: por ejemplo esta cucha- ra de olivo, que además es regalo de Lydia Sigue cuerdo porque se ha incrustado de modo voluntario en la cordu-
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ra Y está dosificando prudente y sagazmente sus odios, eso es decisivo Los odios vivifican y estimulan sólo si es uno quien los gobierna; destruyen y desajustan cuando son ellos los que nos dominan Sé que es difícil tener sentido común cuando se ha pasado por la humillación y el mutismo empecinado y el asco a la muerte y la alarma sin tregua y el pavor solidario y el martirio en incómodas cuotas Tras ese itinerario, aferrarse a la cordura puede ser una forma de delirio Sólo así puede explicarse esa machacona lealtad al equilibrio Y también por los prin- cipios, claro Pero hubo gentes con muchos y sólidos y declarados principios, que, sin embargo, flaquearon y después se sintieron como el culo Gentes a las que no enjuicio, que esto quede y me quede bien claro, porque uno no sabe quién es realmente, cuán incinerable o in- combustible es, hasta que no pasa por alguna hoguera Digo sinceramente que los principios son, por supuesto, un elemento fundamental, pero sólo uno El resto es res- peto a sí mismo, fidelidad a los demás, y sobre todo mu- cho empecinamiento, mucha terquedad en bruto, y tam- bién, se me ocurre ahora, una progresiva desmitificación de la muerte Porque éste es en definitiva el argumento más contundente y taladrante que esgrimen: la posibili- dad cierta, la comparecencia genuina de la muerte, pero no una muerte cualquiera, sino la muerte propia Y sólo rebajándola ante sí mismo, sólo mutilándola de su legen- daria reputación, puede el hombre ganar el forcejeo Convencerse de que morir no es después de todo tan jo- dido si se muere bien, si se muere sin recelos contra uno mismo No obstante, se me ocurre (a mí que nunca pasé por ese riesgo) que no debe ser fácil, porque en una co- yuntura así uno está espantosamente solo, ni siquiera acompañado por la presencia mugrienta del techo o las paredes, ni por los rostros inmundos de quienes lo des- trozan; está solo con su capucha, o más exactamente con el revés de la arpillera; solo con su taquicardia, sus arcadas, su asfixia o su angustia sin fin Es claro que, cuando eso acaba, cuando eso concluye y se es cons-
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ciente de que se sobrevive, debe quedarle a uno un sedi- mento de dignidad y también un sarro permanente de rencor Algo que nunca más se perderá, aunque el ambi- guo futuro depare seguridades y confianzas y amor y paso firme Un sarro de rencor que puede volverse endé- mico y hasta llegar a contaminar las seguridades y las confianzas y el amor y el paso firme, tal vez compagina- dos en más de un futuro individual O sea que estos im- placables, estos peritos de la sevicia, estos caníbales in- esperados, estos hierofantes de la Sagrada Orden del Cepo, no sólo tienen una culpa actual, sino también una proyección, que roza el infinito, de esa culpa No sólo son responsables de cada inquina individual O de la suma de esas inquinas, sino también de haber podrido los viejos cimientos de una sociedad entera Cuando suplician a un hombre, lo maten o no, martirizan tam- bién (aunque no los encierren, aunque los dejen desam- parados y atónitos en su casa violada) a su mujer, sus padres, sus hijos, su vida de relación Cuando revientan a un militante (como fue el caso de Santiago) y empujan a su familia a un exilio involuntario, desgarran el tiempo, trastruecan la historia para esa rama, para ese mínimo clan Reorganizarse en el exilio no es, como tantas veces se dice, empezar a contar desde cero, sino desde menos cuatro o menos veinte o menos cien Los implacables, los que ganaron sus galones en la crueldad militante, esos que empezaron siendo puritanos y acabaron en corruptos, ésos abrieron un enorme paréntesis en aque- lla sociedad, paréntesis que seguramente se cerrará al- gún día, cuando ya nadie será capaz de retomar el hilo de la antigua oración Habrá que empezar a tejer otra, a compaginar otra en que las palabras no serán las mismas (porque también hubo lindas palabras que ellos tortura- ron o ajusticiaron o incluyeron en las nóminas de des- aparecidos), en la que los sujetos y las preposiciones y los verbos transitivos y los complementos directos, ya no serán los mismos Habrá cambiado la sintaxis en esa so- ciedad todavía nonata que en ese entonces aparecerá
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como debilucha, anémica, vacilante, excesivamente cau- telosa, pero con el tiempo irá recomponiéndose, inven- tando nuevas reglas y nuevas excepciones, palabras fla- mantes desde las cenizas de las prematuramente calcina- das, conjunciones copulativas más adecuadas para ser- vir de puente entre los que se quedaron y aquellos que se fueron y entonces volverán Pero nada podrá ser igual a la prehistoria del setenta y tres Para mejor o para peor; no estoy seguro Y menos seguro estoy de poder habi- tuarme, si algún día regreso, a ese país distinto que aho- ra se está gestando en la trastienda de lo prohibido Sí, es probable que el desexilio sea tan duro como el exilio La nueva sociedad no será levantada por los veteranos como yo, ni siquiera por los jóvenes maduros como Rolando o Graciela Somos sobrevivientes, claro, pero también heridos y contusos Ellos y nosotros ¿Será le- vantada entonces por los hoy niños, como mi nieta? No lo sé, no lo sé Quizá los oficiantes, los hacedores de esa patria pendular y peculiar sean los que hoy son niños pero siguen en el país No los muchachitos y muchachi- tas que traerán en la retina nieves de Oslo o atardeceres del Mediterráneo o pirámides de Teotihuacán o motonetas de la Via Appia o cielos negros del invierno sueco Tampoco los muchachitos y muchachitas que trai- gan en la memoria a los niños mendigos de la Alameda, o a los drogadictos del Quartier Latin, o la borrachera consumista de Caracas o el tejerazo de Madrid, o las algaradas neonazis del milagro alemán A lo sumo puede que ayuden, que comuniquen lo aprendido, que pregun- ten por lo desaprendido, que intenten adaptarse y bre- gar Pero quienes forjarán el nuevo y peculiar país del mediato futuro, esa patria que es todavía un enigma, se- rán los púberes de hoy, los que estuvieron y están allí, los que desde una óptica infantil pero nada amnésica, vieron buena parte de las duras refriegas y cómo otros adolescentes, los del sesenta y nueve y del setenta, eran acribillados como enemigos, y cómo se llevaron a sus padres y tíos y a veces a sus madres y hasta a sus abue-
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los y sólo mucho más tarde volvían a verlos, pero tras las rejas o desde lejos o también desde una proximidad he- cha de incomunicación y lejanía Y vieron llorar y llora- ron ellos mismos junto a ataúdes que estaba prohibido abrir, y vieron cómo después vino el silencio atronador en las esquinas, y las tijeras en el cabello y en el diálogo, y eso sí, mucho rock y jukeboxes y tragamonedas para que olvidaran lo inolvidable No sé cómo ni cuándo, pero esos botijas de hoy serán la vanguardia de una patriada realista ¿Y nosotros los veteranos? ¿Nosotros las carrozas, como dicen los gaitas? Bueno, los que para entonces todavía estemos lúcidos, nosotros las carrozas que todavía rodemos, nosotros les ayudaremos a recor- dar lo que vieron Y también lo que no vieron
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