03 || Hechizo de las polillas - I

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Cuando partieron de aquella posada México les deseó mucha suerte y dijo que los estaría ayudando e informando de cualquier noticia.

Agradeció a Guatemala por advertirle y agradeció a Allmanis por cuidar de Guatemala. Ésto último no le gustó mucho al rey Demonio pero igualmente no mencionó palabra alguna.

Allmanis y Quauhtemallan tenían que cruzar al menos dos reinos antes de llegar a la Montaña Unificada. Llegarían entonces en tres semanas, sin detenerse.

Éstos reinos eran poco conocidos y casi eran simplemente extensiones de cosechas y pueblos pequeños dispersos por todos lados. 

Pero igualmente el pase se necesitaba al entrar.

― Diez monedas de cobre.― Dijo el hombre robusto.

Allmanis asintió y metió su mano bajo la túnica y hurgó en su túnica negra, sacó una bolsita de seda de color blanco y le dió diez monedas de cobre al hombre.

Detrás de él estaba Quauhtemallan, luciendo encorvado teniendo que apoyarse en Allmanis, obviamente no es que estuviese herido, simplemente quería dar una impresión enferma para que el guardia no intentase hacer nada con él. No tendría que hablar y Allmanis apenas mostrando su barbilla bajo la capucha se encargaría de todo.

De verdad necesitaba de la ayuda del elfo, agradecía infinitamente su apoyo. Se lo pagaría luego.

― Encontremos una posada que no sea muy conocida.

― Bien.

Guatemala sonrió con burla al escuchar la respuesta del hombre contrario.

Al entrar al pueblo los recibió una calle empedrada totalmente recta, en el centro había un templo que se alzaba en dos niveles.

Era el templo para adorar a Ypértatos Theós.

Ambos hombres finalmente encontraron una posada alejada, solamente contaba con diez habitaciones y no recibía clientes que no fuesen a quedarse por más de tres días.

La mujer que tenía un par de viejas antenas pegadas a su frente los recibió y los llevó a cada uno a su habitación. Fueron entonces doce monedas de plata.

― Quédate. Iré a comprar más ropa y algunos talismanes.

― Voy a ir contigo, Allmanis, así yo. . .

Allmanis lo miró durante unos segundos, esperando a que Quauhtemallan terminase de hablar, pero no lo hizo así que tranquilamente asintió y se dió vuelta para salir del lugar.

Escuchaba los ligeros pasos de Guatemala detrás suyo. Éste reino estaba realmente alejado de todo el alboroto, pero como debe suponer la muerte de un rey de un reconocido reino, claramente se esparciría como pólvora.

Cuando salieron a la calle la tarde ya estaba mostrándose, el cielo empezaba a mostrar tonos anaranjados y sus nubes anteriormente blancas gracias a los rayos del sol se pintaban de naranja y algunas de un tono rosa suave.

Buscaron el negocio de ropa más cercano. Cuando entraron habían dos jovencitos esperando en el despachador.

El lugar tenía unas escalera en forma de caracol que llevaban al segundo nivel, abajo solamente habían prendas de hombres.

― ¡Bienvenidos!.― Uno de ellos dijo.

― ¿Deseaban algo en específico?.

Allmanis miró de reojo a Guatemala y lo vió mirando hacía donde se encontraban las túnicas de tono oscuro, algunas rojas, azules o verdes oscuras.

― Mn.― Asintió.

Los dos jóvenes se miraron nerviosos. Ambos hombres llevaban cubierto casi por completo el rostro. Tampoco estaban tan asustados, los mercenarios eran muy comunes y se encargaban de cumplir algunas misiones a cambio de dinero, pero la mayoría eran misteriosos y no dejaban al descubierto su rostro.

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