El tercer Alfa de Will Graham

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El Dr. Frederick Chilton era administrador general de un manicomio. Parecía una broma solo que no lo era cuando su padre lo llevó para jugar con la idea de un posible cortejo. Will había vuelto a tocar el piano y a pescar, su imagen se volvió más salvaje, incluso rural, esperaba que eso fuera en detrimento de las ideas de sus padres de quererlo ver casado de nuevo, o tal vez Chilton era suicida y por eso se había acercado a su familia.

De las cosas más risibles para esa escena de la reunión fue que Chilton era en realidad un individuo pequeño, Will lo rebasaba por media frente, y ni hablar de su comportamiento. Vestido impecable pero con una personalidad de ínfulas absurdas. Will se aburrió a los diez minutos de escucharlo hablar, ni se tomó la molestia de entablar conversación. Sin mencionar que había terminado por despreciar el hogar de sus padres.

De pronto salió un tema que interesara a Will. La sola mención de un nombre. El Dr. Hannibal Lecter, el conde. Se podría decir que era contemporáneo de Chilton.

Con su atención ahora el doctor trató de hacer gala de las importantes personas que frecuentaba en su círculo social.

"No" le interrumpió Will al leer por completo sus intenciones ante la mesa. "Crees que casándote conmigo le habrás ganado en algo por fin si no lo puedes superar como doctor ni en la esfera social de Baltimore."

Sus padres perdieron el color. Estaba insultando a su invitado.

Chilton no se lo tomó a mal, quería demostrar una piel dura, una coraza capaz de domar al omega que tan enamorado había tenido al célebre doctor Lecter.

"Eres bastante perspicaz Will, lo suficiente para tener una lengua afilada y ser un buen observador, más no lo suficiente para librarte de la sospecha de la muerte de ya dos esposos."

El pelinegro movió la cabeza en su cuello. Se estaban mirando a los ojos.

"¿Cree usted que yo maté a mis esposos?"

Chilton le sostuvo la mirada, después siguió comiendo.

"No he dicho otra cosa."

El omega estaba decepcionado. Era mediocre, absurdo, inútil. De haber sido bueno en su trabajo habría podido ver más allá de sus palabras. El solo blofeaba.

Se levantó de la mesa, excusándose. No podía soportar más de esas entrevistas.

En el muelle del pequeño lago donde estaba la casa de sus padres se le vio sentado mientras pescaba. Solitario como de costumbre. Ahora usaba el collar de omega todo el tiempo, nada podía tomarse como una medida extrema cuando sabía que podría ocurrirle un celo de la nada. Era de los síntomas más molestos del síndrome del omega recesivo, un atavismo.

Su vida había sido mucho más sencilla cuando solo era un beta. A su vez también hubiera seguido igual de aburrida de no haber conocido a Hannibal.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Lo extrañaba. Le hacía falta.

¿Sería posible que no volviera jamás? ¿Cómo era entonces que aún seguía recibiendo los supresores de hormonas pero ni una sola carta?

Lo único que le quedaba era tratar de pelear por su libertad. El problema era que estaba llamando demasiado la atención al hacerlo.

Jack Crawford en su trabajo tenía aún metido entre ceja y ceja el caso de Matthew Brown. Era homicidio, era obvio que era homicidio, ¿pero quién lo había matado y cómo? Según las investigaciones había evidencia de que antes de morir había tomado belladona, algunos de sus compañeros de la facultad usaban ese veneno como droga, solo un poco. ¿Alguien que supiera manejarlo y estuviera acostumbrado por qué se excedería en la dosis? ¿Quién lo habría podido matar y por qué?

La ausencia y la esperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora