Ella es Mikoto

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La casa Uchiha era de las más antiguas en la ciudad, se la llamaba a menudo "fundadora" junto con otras cinco, y los edificios que se habían erigido para dar vivienda a sus miembros se encontraban en los registros de patrimonio nacional protegido. Cada árbol, piedra o hierba, cada panel de papel, columna y estatua, incluso el mantel de la cocina se consideraba como si fuese una pieza de museo.

Itachi, a modo de broma, le había comentado que esa fue la razón por la que se marchó a un departamento aparte. La historia completa involucraba a un muy pequeño Sasuke que jugando había roto un jarrón, él se había adjudicado la culpa para protegerlo de la ira de su padre y se había ganado el exilio con ello.

Era absurdo pensar que fuese verdad, porque entonces Itachi debió haber vivido por su cuenta desde los quince o dieciséis años.

—Bienvenida a nuestra casa, Sakura-san.

Ella reaccionó con un sobresalto.

—Muchas gracias, Mikoto-sama.

La mujer rió con una risa cantarina, suave y controlada.

—Nada de eso, serás parte de esta familia ¿No es así, Ita-chan?

—Sí.

—¿Lo ves, querida? Pasa, por favor.

El amplio jardín despedía un aroma a tierra y hierba mojada, aún era visible el esplendor del rocío sobre el verde brillante, aunque los árboles tapaban la mayor parte de la luz del sol y a través del camino solo pudo distinguir varias piedras talladas con inscripciones en una forma de lenguaje en desuso, propia de estudiosos de Historia y sacerdotes. Casi ninguna tenía forma particular, y salvo por las enormes lámparas de piedra que flanqueaban los costados del puente que finalmente llevaba a la casa donde vivía, no había más decoración visible.

Ya para ese momento Sakura supo que, si intentaba ir por su cuenta, iba a perderse entre las veredas y múltiples entradas que llevaban a diferentes santuarios.

La idea era un almuerzo, estaban a tiempo de ello, tomar el té y discutir detalles.

Una vez dentro de la casa el ambiente no cambió mucho, no era visible ni una sola muestra de modernización salvo las bombillas, todo estaba como se suponía que debiera estar una casa de hacía trecientos años -más o menos, historia nunca fue su fuerte-.

Pasaron al comedor, Sakura giró para ver a Itachi con una sola interrogante en el rostro: ¿debía ayudarla?

Itachi negó y le indicó qué lugar tomar.

—Ella quiere impresionarte, se ofenderá si le ofreces ayuda, creerá que desestimas su habilidades en la casa. Por lo mismo, cuando ella vaya a visitarnos, estarás por tu cuenta —le dijo en voz baja.

Justo cuando Mikoto terminaba los preparativos protocolarios entró a la habitación un hombre tan alto como Itachi, más fornido y con las ojeras menos pronunciadas, no obstante el gesto de su boca expresaba mal humor. Tomó su sitio en la cabecera de la mesa, apenas pronuncio palabra como saludo y tras un susurro de su esposa -que Sakura interpretó como advertencias de comportamiento- solo dijo "ya veo", pero nada más.

El almuerzo había transcurrido en silencio. La sensación que la embargaba para ese instante estaba muy lejos de la decepción. Bien advertida había quedado sobre que no habría poder sobre la tierra que convirtiera ese almuerzo formal en una amena charla llena de júbilo y alegría, pero eso ya tenía otras dimensiones.

Una vez que terminaron, pasaron en silencio a un salón privado.

—¿Estás cerca del arresto del enterrador?

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