Mikoto es la madre de Itachi

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Fugaku miraba el televisor apenas por encima del periódico mientras Mikoto releía los apuntes de un proyecto de tesis que le había enviado uno de sus alumnos de la universidad. Eran vacaciones, pero para quien tenía ganas de trabajar y terminar pronto los estudios, no había días no laborales. Con un lápiz hacía observaciones cada tanto, su letra era pequeña y bonita, demasiado similar a la obtenida por una impresión de archivo a computadora, pues en su opinión, un estudioso de las artes antiguas no podía cometer el atrevimiento de usar el modo simplificado que se estaba poniendo de moda entre los jóvenes.

—Realmente este sujeto está fastidiando la reputación del departamento— dijo en voz alta el hombre en cuanto vino a tema de conversación entre los comentaristas el llamado "enterrador" que operaba en el País del Fuego, aparentemente aleatorio en sus víctimas y lugar, lo que aterraba a muchas personas porque la siguiente víctima podría aparecer en cualquier sitio donde hubiera al menos un metro cuadrado de tierra para cavar una tumba; dos de las víctimas fueron encontradas en sus propios jardines.

—¿No hay algo que puedas hacer? —preguntó Mikoto inmediatamente bajando las hojas, dejándolas a un lado para concentrar su atención en su esposo.

—Ahora soy un burócrata, Mikoto-san, me corresponde poner mi firma en todos lados y no dar ni una sola opinión, es uno de los horrores del asenso, creo que ya hasta olvidé cómo usar mi arma.

Ella sonrió cubriéndose la boca.

—Es trabajo de Itachi ahora, pero con lo alborotado que está ese muchacho tal vez le tome un rato.

—Ita-chan es un buen hijo, y un gran investigador, no va a decepcionarte.

—¿Otra vez? Mikoto-san, tu amor es ciego y enfrentarte a la verdad será más doloroso mientras más pase el tiempo.

—Te equivocas, yo siempre voy a estar orgullosa de él.

Y diciendo eso dejó su sillón para ir a la cocina.

—¿Te apetece algo de tomar, Fugaku-san?

—Solo un poco de agua, siento como paja en la boca cada que veo el noticiero.

—Deberías cambiar de canal de vez en cuando y tal vez dejar los diarios un tiempo.

—¿Deportes? Nunca me han interesado y no encuentro mucho gusto en las películas. Y los diarios es una tradición que llevo desde hace casi cuarenta años, será difícil apartarla.

Mikoto movió la cabeza de un lado a otro, su esposo era un hombre de métodos con rutinas medidas y controladas, cualquier anomalía en el riguroso programa marcado constituía una amenaza a exterminar. Ella misma era tal vez muy parecida, las costumbres, las tradiciones y lo que conllevaba un método era razonable, seguro y más interesante que la vida moderna. A veces pensaba que ella y su esposo nacieron en la época equivocada, que debieron haber nacido muchos años atrás, cuando el mundo tenía sentido y orden.

El pasillo era exterior, así que en su trayecto a la cocina pasaba junto a uno de los muchos jardines que se dispersaban en módulos por toda la casa, y en ese particularmente había un estanque con trece peces koi de un color naranja brillante, podía verlos desde la superficie, aún estaban despiertos, cazaban a los bichos que bajaban a reposar en el agua, así que el sonido del chapoteo era algo común de escuchar.

Se detuvo poco antes de llegar a la puerta que daba servicio a la cocina. Miró por encima de su hombro y vio a unos metros las ondas en el estanque, un pez había saltado, pero lo que escuchó no fue agua, sino movimiento en las ramas.

No había viento y el sonido fue demasiado fuerte como para haber sido ocasionado por un simple meneo. Giró lentamente queriendo ubicar el punto exacto de donde había provenido, enseguida escuchó pisadas sobre la hierba.

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