capítulo seis

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capítulo seis;

Harry estaba desayunando esa mañana en la cocina de Potter's Manor, ya por fin suya, cuatro días después de la dolorosa reunión. Había tenido que tomar una poción calmante, pero nada había detenido el llanto cuando comenzó. Pasó horas y horas llorando, hecho un ovillo, justo como después de la guerra. Había odiado eso con pasión, pero no había podido evitarlo. A veces, las malas costumbres son difíciles de matar. Sin embargo, había tomado una decisión tras tantas horas de autocompasión, una que, Merlín, lo había hecho bastante feliz.

Estaba intentando volver a adaptarse a un nuevo cuerpo tras el ritual de la noche anterior, para nada cómodo consigo mismo, cuando un cuervo entró por la ventana con un sobre grueso en el pico.

Harry conocía demasiado bien a ese cuervo y no pudo evitar sonreír cuando lo vio aterrizar justo delante de él, dejando caer la carta.

—Me enseñaste tú a ser un animago, ¿sabes? —Le confesó al pájaro, acariciándolo debajo del pico. El cuervo graznó y Harry se rió entre dientes.—Luego te reíste por días cuando viste mi forma, bastardo.

Tras una larga mirada de esos ojos negros, el cuervo revoloteó hasta una silla y volvió a ser Severus, quien frunció el ceño mientras se cruzaba de brazos.

—Eso no es justo, Potter. —Se quejó el hombre. Luego, tras un par de parpadeos, lo miró levantando las cejas:—¿Qué diablos pasó contigo?

Harry se levantó.—¿Un café mientras se lo cuento, señor, antes que retome el vuelo?—Le preguntó burlón. Severus asintió, todavía sorprendido, lo que lo hizo negar con la cabeza divertido. Era difícil impresionar al hombre siempre impeturbable, pero parecía estar siendo sencillo para él últimamente.—¿Como a usted le gusta o como finge que le gusta?

Severus abrió de nuevo la boca para luego cerrarla con un chasquido.

—Como me gusta, por favor.—Terminó diciendo, con una pizca de sorpresa en la voz.—¿Cómo lo sabes, Potter?

Él le dejó la taza en frente.—Usted mismo me lo dijo.

Severus alzó ambas cejas de nuevo. Harry estaba amando el hecho de poder impresionar al hombre cada vez que decía algo.

—De acuerdo. —Suspiró, llevándose la taza a los labios y dando un trago de café.—Entonces, ¿por qué ahora pareces un adolescente de dieciséis años metido en las esteroides?

Potter se rió por la descripción.

—Hice un ritual, buscando el equilibrio perfecto entre mi mente y mi cuerpo pero teniendo en cuenta que debía, de todas formas, asistir a Hogwarts antes de los ÉXTASIS. —Le explicó, no perdiéndose en absoluto la manera en la que Severus estaba mirando su pecho desnudo. Se dio cuenta del momento exacto en la que su mirada paró justo en el lunar que tenía bajo el pezón. De repente, tenía la boca seca así que tomó un sorbo antes de volver a hablar.—Por lo que calculé que alrededor de mis dieciséis estaría bien. Y, et voilà, estás en frente de Hadrian, Harry para los amigos, Black-Delacroux, recién mudado a Inglaterra con sus dieciséis años recién cumplidos.

Severus se atragantó con el café. Mala idea tomar un sorbo en ese momento.

—Black-Dela... ¿Qué diablos, Harr... Hadrian?

Harry negó con la cabeza pasándole un trapo limpio de cocina.

—Parte de mamá, los goblins me obligaron a hacer una prueba de herencia. Una historia bastante larga que se resume en ocho herencias distintas. —Con un gesto de la mano, hizo aparecer un anillo en su dedo anular derecho. Era una banda completamente negra con varios escudos tallados en ella.—Slytherin, Morrigan, Delacroux y Pennac por parte de mamá y los squibs, Gryffindor, Peverell y Potter por parte de papá y Black por parte de mi padrino.

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