NARRA MÓNICA
Aquella última confesión que Vanesa me había hecho en la cocina, antes de irnos a cenar al salón, en lugar de ponerme más nerviosa de lo que ya estaba, me había inundado de una profunda paz y calma, para mi sorpresa.
«Por llenarme de ilusión y ganas»
¿Estaba ilusionada conmigo? ¿Tenía ganas? ¿De qué, exactamente? No lo sabía, pero siendo sincera, me importaba poco. Sólo el hecho de que le apeteciera tanto saber de mí como a mí me apetecía saber de ella, era más que suficiente para mi corazón, que a pesar del lío que tenía encima, estaba más feliz que nunca.
-¿Cuándo dices que tienes el siguiente viaje a Argentina? -le dije risueña.
Me había estado hablado de sus conciertos, de la buena acogida que tenían siempre por Latinoamérica y de lo feliz que le hacía estar por aquella zona del otro lado del charco. Yo le había preguntado por aquellos alfajores que me había nombrado horas atrás, y ella me había enseñado algunas fotos de su último viaje por allí, donde, según me contó, se hartó a chocolate con su equipo, matándome de envidia.
-¿Ya estás aburriéndote de mí? -me respondió en el mismo tono.
-No, tonta -empujé ligeramente su hombro, riendo.
-Te traeré chocolate -dijo levantando su copa y acercándola a la mía -prometido.
Sonreí satisfecha y brindamos una vez más. Perdí la cuenta de las veces que lo hicimos esa noche.
-¿Tocas el piano? -preguntó tras dar otro sorbo al vino y volver a dejar las copas sobre la mesa.
Dirigí mi mirada a donde estaba la suya, y me di cuenta de que observaba el bonito teclado que descansaba en una esquina de mi salón.
-Poquísimo -confesé -hace unos años intenté aprender, pero la cosa quedó ahí.
Vane movió su cabeza y me miró.
-¿Puedo probarlo? -preguntó.
La idea de tener a una artista como ella manoseando aquel teclado que llevaba tiempo sin ser usado, me causaba un placer considerable. Asentí de forma veloz.
-Sí, claro.
Vanesa se levantó, y me cedió su mano para que lo hiciera con ella. La agarré con gusto y no me la soltó hasta que llegó al instrumento, el cual encendió con una familiaridad considerable. Se sentó en el taburete que estaba arrimado bajo el teclado y movió su cuerpo todo lo que pudo a la izquierda, dando de manera inmediata un par de golpes con su mano en el asiento, invitándome a hacerlo a su lado. Hice lo indicado.
-¿También me vas a cantar? -susurré, mientras sus hábiles dedos comenzaban a hacer música sobre las teclas blancas y negras.
-Sí tú quieres, claro que te canto -respondió en el mismo tono.
Mi contestación fue una sutil risita, que no era más que la viva imagen de los nervios que me recorrían en aquel instante de cabeza a pies. Vanesa me hacía sentir un millón de cosas, pero estaba segura que ese millón se multiplicaría, como poco, por dos, si comenzaba a cantar en en salón de mi casa.
-Sí, quiero -dije.
Vanesa rió, esta vez con ganas. Dejó de aporrear el piano con su mano derecha, haciéndolo durante unos segundos solo con la izquierda. Sentí sus cinco dedos en mi muslo y, acto seguido, un fuerte cosquilleo en cada esquina de mi cuerpo.
-Yo también quiero -respondió.
Posé mis ojos en los suyos y supe perfectamente que no se refería sólo a cantar. Vanesa me miró la boca y sentí como la sangre de mi cuerpo comenzaba a circular a toda prisa, haciéndome hasta temblar. Volvió a mirarme a los ojos y, sin dejar de hacerlo, comenzó a entonar con su preciosa voz una letra que no tardé en reconocer: se trataba de una de las canciones de su último disco, recién salido días atrás; aquello yo ya lo había escuchado antes, en los altavoces del salón de mi casa. Ahora me estaba cantando en el mismo lugar a centímetros de mí. Se me cayó la baba.
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Nadie más que tú
FanfictionUna nueva historia desde un punto de vista diferente, pero con un mismo nexo: el amor entre Mónica y Vanesa.