#oneshot X

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Un reencuentro.
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NARRA MÓNICA

Abrí el azucarillo y vertí todo el contenido de éste en mi café. No eran ni las diez de la mañana y ya llevaba dos. Últimamente, las noches se me hacían infinitamente cuesta arriba; pasaba los días bien, tranquila, hasta que el sol se escondía, volvía a mi casa, y me invadía una profunda ansiedad fruto de una soledad que me hacía sentirme inmensamente pequeña. No había razón aparente para sentirme así de mal, o eso creía yo, pero irremediablemente me generaba unos episodios de insomnio que me hacían estar agotada al día siguiente. No me encontraba nada bien.

El año nuevo había entrado en mí pisando fuerte. Durante los días previos me había mentalizado y entrenado para entrar en el primer mes del año dejando atrás muchas de las preocupaciones y problemas que arrastraba desde meses atrás, concretamente, desde mayo. Desde que separamos nuestros caminos y nos convertimos en, prácticamente, dos desconocidas. Después de ser una durante tantos años.

Nuestro final fue tristemente amargo. Durante semanas, ambas nos dimos cuenta de que el fatal desenlace era inevitable; yo la amaba a ella y ella me amaba a mí, pero eso no era suficiente para seguir tirando de una relación que lo único que nos hacía era estar tristes y de mal humor. Aquella gestión, de poner punto y final a la historia de amor más bella que he tenido en mi vida, fue algo que me hizo hundirme y dejar de ser capaz de disfrutar de cosas que antes disfrutaba inmensamente, como mi trabajo o mis amigos. Sabía que no era su culpa, y por lo tanto yo no le reprochaba nada. Sólo estaba intentando sobrevivir sin tenerla cerca, lo cual se me estaba haciendo muy cuesta arriba.

Me quedé unos minutos recreándome en la situación, pero algo en mí espabiló y me levanté de golpe, negando con la cabeza y tratando de buscar algo que me entretuviera y me obligara a apartar mis pensamientos de aquello. De ella.

Me fui a dar una ducha, me vestí con ropa de deporte y le puse el arnés a Camarón. Salir con él a pasar la mañana paseando me sentaba siempre muy bien, y deseaba que aquel día también lo hiciera. Lo necesitaba especialmente.

Nada más poner un pie en la calle me recorrió un enorme placer generado por el sol, que pegaba fuerte aquella mañana. La colita de Camarón, moviéndose frenéticamente de lado a lado, me indicaba que él también estaba gozándolo. Sonreí. Definitivamente, la vida era aquello. Mi madre me llamó pocos metros después, y comenzamos a hablar durante un buen rato, al mismo tiempo que me dirigía a un parque que sabía que a Camarón le gustaba mucho, y donde podía soltarle para que corriera y se desfogara un buen rato.

Me senté en un banco, tras quitarle la correa a mi perro, y continué con la buena conversación con mi madre, mientras le lanzaba una pelota que había metido en mi bolso, y él me la devolvía feliz una y otra vez. Al cabo de unos minutos colgamos, pero Camarón no quiso dejar nuestro juego.

-Camarón, ¿seguimos paseando? -le dije rascando su cabecita.

Emitió un gruñido, indicándome que no estaba satisfecho con lo que le estaba proponiendo. Sonreí, tirándole la pelota una vez más, y accediendo a pasar en su parque favorito un ratito más. De pronto, y cuando Camarón venía directo hacia mí con su pelota en la boca desde lejos, vi como se paraba en seco y giraba hacia su derecha, corriendo hasta detrás de unos matorrales.

-¡Camarón! -exclamé levantándome rápidamente tras él.

Me extrañó que no me hiciera caso; era un perro extremadamente obediente. Lo que había visto allí debía ser muy interesante para que no parara su recorrido. Volví a exclamar su nombre una vez más, sin éxito.

Nadie más que túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora