Capítulo II: "Hacia la luz"

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Posicionó sus manos a ambos lados de su cuerpo y se aferró al duro plástico del asiento, en donde se encontraba desde las últimas dos semanas. Todas sus alarmas se encendieron al presenciar a varios médicos adentrarse a la habitación de su amigo hacía ya una hora. Relamió sus labios con nerviosismo y encogió su cuerpo entre su largo abrigo, como un pájaro queriendo protegerse de la lluvia con sus propias alas. Pese a las ojeras que decoraban su divino rostro, mantenía los ojos fijamente abiertos con dirección a la puerta.

—No te mueras, Odasaku.— Formuló en susurros, bajando la cabeza a sus pies. —Te hice la promesa de huir juntos, no me obligues a romperla.

El sonido de su teléfono lo sobresaltó. Mori Ougai lo llamaba por décima vez de aquél día. Otra llamada que dejó pasar al igual que todas las anteriores. Luego, decidió de una vez bloquear el número.

Y fue en ese instante en que uno de los licenciados salió, cuyo semblante sólo logró aumentar la tensión dentro de su pequeño ser. Sin embargo, esa mente tan oscura y llena de negatividad, estaba preparada ante cualquier balazo mortal que lo obligase a caer muerto.

—Tuvo una recaída.— Anunció el mayor con pena. —La posibilidad de que no sobreviva es bastante alta.

Lo sabía. Sabía lo cruel que era la vida misma con él. Al momento de creer que finalmente le proporcionaría una caricia, recibió una vez más otra de esas fuertes golpizas directo en el corazón. Golpizas de cuando sus padres fueron asesinados frente a sus ojos; cuando su amada tutora pasó por una muerte súbita; cuando mató por primera vez; cuando intentó su primer suicidio que resulto en un fracaso.

La vida lo quería ahí, para usarlo como un muñeco de trapo. Si se rompía, sólo se necesitaba de aguja e hilo para dejarlo mal cocido, y así seguir con su macabro juego.

Más esta vez, sería diferente. Acabaría ganando.

—¿Podría prometerme que hará hasta lo imposible por salvarlo, doctor?— Le preguntó en tono bajo, casi suplicante.

—Lo prometo, muchacho.— La sonrisa que le regaló el contrario logró, por alguna razón, reconfortarlo un poco. Tal vez debido a la desesperación de aferrarse a cualquier mínima de esperanza de que el pelirrojo sobreviva. —Debe ser muy importante para ti.

—Lo único bueno que tiene la vida es él.— Le respondió con sinceridad y sin dudarlo. —Vida no se llamaría vida si se va. ¿Comprende?

El de bata blanca asintió enternecido por sus palabras. Tras una reverencia, se alejó a paso tranquilo. Por su parte, el castaño tomó asiento nuevamente, atrajo sus piernas contra su pecho y escondió su rostro en el hueco formado. Parecía casi imperceptible, encogido en un rincón cual cachorro asustado. Se quedó así por varios minutos, hasta que la posición le resultase incómoda y se vio obligado a reincorporarse. El ambiente lo estaba sofocando con su aroma a desinfectante y el triste mutismo, que le presumía lo solitario que allí se encontraba. Decidió salir en busca de aire, cuya frescura era producto de una duradera lluvia previa.

Podría haberse lanzado a la transitada calle para llamar a su tan amada muerte, más no lo hizo; sus pies sólo se encaminaron hacia uno de los costados del establecimiento. Apoyó la espalda contra la pared y notó cómo las nubes se desplazaban, exponiendo las brillantes estrellas que se escondían detrás. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios al ver que había más cantidad de ellas en aquel manto azul; pues aun siendo uno de los despiadados líderes de la Port Mafia, le gustaba creer que aquellos luceros representaban cada vida de las personas que alguna vez partieron. ¿Será que los niños con los que a veces jugaba a las escondidas, fueron los responsables de ese cielo nocturno tan espléndido?

Tenía tantas ganas de formar parte de ellos.

—Linda noche, ¿Verdad que sí?— La voz de una segunda persona lo sacó de su trance. Llevaba boina café y un conjunto de detective, junto a una bolsa de cartón en una de sus manos. Osamu intuyó que estaba esperando a alguien.

OTHERWISE | Odazai AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora