CAPÍTULO II

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Alter ille.

Hundió sus manos en el cuenco del agua y refrescó su rostro adormilado. "Aquí llega el alba", pensó. Se vistió con una sencilla túnica de lino sin teñir, ceñida por un cinturón de cuerda de cáñamo. Un beso le rozó la mejilla. 

-- Si te vistes como un esclavo, un día se van a confundir-- rió juguetona la voz de su esposa.

 Con una mirada de cariño, le devolvió el beso y contestó:

-- Al fin y al cabo no somos tan diferentes...

La pequeña Iberia, una de sus siervas,  le ayudó a calzarse las sandalias y tras conducirlo al triclinio le ofreció el desayuno. Mientras picoteaba unas aceitunas aliñadas junto con el pan recién horneado y tonificaba su garganta con el vino dulce aguado, planificó el procedimiento a seguir ese día.

Nicolaos acudió a su encuentro, compartiendo aquellos deliciosos manjares otorgados por los dioses. 

-- Hola padre. ¿Por dónde seguiremos el día de hoy? Estoy deseando hacer la prueba con el agua... tengo varias ideas sobre ello--  comentó ilusionado el joven-- .

-- Mi pequeño, eso todavía tendrá que esperar. Mientras tanto me complacería que plasmaras esas inquietas ideas que rondan por tu mente.

-- Eso haré, padre-- respondió diligente, saltando al instante de la silla y corriendo hacia el atrium--.

Desenrolló el papiro, cogió el stylus y comenzó a hacer cálculos. Una cosa era una cúpula de hormigón, pero una de roca era muy diferente, especialmente aquella roca. Era negra como el carbón pero delicada como el ónice. Nadie sabía lo que era, aunque pocos conocían su existencia: él mismo se aseguró con empeño de que así fuera.  

Nec quasieris...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora