Siete: 𝐄𝐥 𝐣𝐚𝐫𝐝𝐢𝐧 𝐝𝐞 𝐧𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐞𝐧𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐫𝐨 𝐟𝐢𝐧𝐚𝐥

176 24 8
                                    

El caballero mostró el "Anillo del Rey" a aquella puerta metálica e impenetrable, al menos a primera vista. Al hacer esto, esta se abrió de forma automática, arrastrando tierra y hojas secas al girar sobre sí misma. Suspiró. Si el símbolo no funcionaba, tendría que apañárselas para pasar por ahí. Al menos los mecanismos de Drangleic, en su mayoría, todavía funcionaban.

Observó el panorama.
Había unos cuantos huecos a la distancia, pero estaban tan entretenidos en lo suyo que ni siquiera notaron su presencia. Jugaban, o al menos parecía que lo hacían, entre los árboles que se encontraban a la izquierda de la edificación principal. Caminó sin apuro, observando cada esquina del famoso "Torreón de Aldia". No quería perderse nada. Sintió un ligero dolor de cabeza, pero trató de ignorarlo.

"Vaya, qué gran mansión tenían aquí..." 

Murmuró para sí mismo, con sus ojos puestos sobre la decadente construcción que se alzaba frente a él. No era nada nuevo ver el declive de Drangleic, pero ver ese sitio, que quizá en algún momento había sido algo glamoroso y único dentro del reino, en ese estado... bueno, lo dejó pensando sobre el pasado. Algo que nunca conoció pero que igualmente le generaba nostalgia. Era extraño.

Dejó de darle vueltas al asunto cuando vio la luz de una hoguera, alumbrando desde dentro de un cobertizo en nefastas condiciones. Sonrió, pese a todo. Había que ser agradecido, en especial en un mundo donde las "bendiciones" eran migajas en comparación con las maldiciones, que abundaban como el mar en la tierra.

   ─ ¿Lucatiel...? ─  murmuró, algo conmocionado. No esperaba verla ahí, agazapada, frente a las apacibles llamas que rodeaban ese lugar. La había llevado a Majula mientras buscaba la manera de devolver la paz a la mente de la rubia. No pensó que sería tan terca como para seguirlo intentando por su cuenta. Aunque debió haberlo sospechado.

"¿Lucatiel? ¿Qué haces aquí? Creía haberte dicho que me esperases en Majula. Es peligroso que andes por ahí con la cabeza tan dispersa. Pudo haberte sucedido algo."

Habló con preocupación, esto tras haberse acercado lo suficiente como para llamar la atención de la mujer. Ella levantó la mirada y, extrañamente, su máscara no estaba en su lugar. Podía ver su rostro, el cuál se veía enfermo y cansado. Sin embargo, eso no fue lo que provocó un vuelco en su corazón, sino lo que la ojiazul le replicó de vuelta.

   ─ ¿Quién eres...?

En ese momento, sintió cómo su corazón era apuñalado.
No una, sino varias veces. Cada letra que conformó aquella pregunta, genuinamente inundada en confusión, dudas y miedo... realmente lo lastimó. Hizo una mueca dolorosa, una que no pudo ser visible tras su casco. ¿Había llegado tarde? ¿No había podido cumplir su palabra? ¿Era el fin... de la famosa Lucatiel de Mirrah? 

   ─ Oh... No, discúlpame... Te conozco, Sí, por supuesto. ─ sintió cómo la vida regresaba a su ser cuando oyó eso. Todavía podía hacer algo. La mujer suspiró, volviendo su mirar hacia la hoguera.  ─ ¿Qué tal va tu viaje? 

   ─ Mucho mejor, querida amiga mía, ahora que te he encontrado. ─ su voz tembló un poco. No era mentira lo que había salido por su boca. Se arodilló frente a ella y la observó detenidamente. La espadachín no le devolvió la mirada.

   ─ No sé que andas buscando en estas lejanas tierras... ─ sus párpados temblaban, junto con sus labios. Parecía que le costaba pensar lo que estaba diciendo. ─ Pero rezaré por tu seguridad.

   ─ Lucatiel... ─ atinó a decir el castaño.

Para ese punto, ella ya había olvidado gran parte de las cosas que habían compartido durante todo ese viaje. Su pasado también. Solo quedaban pequeños fragmentos de su persona, peleando una batalla perdida. Lo peor es que la doncella de Mirrah era consciente de que estaba perdiéndose a si misma. Era... tan, tan horrible.

Lucatiel sabía que el fin se acercaba.
No podía recordar muy bien al caballero que tenía a su lado, pero... sentía que era muy especial para ella. ¿Eran amigos, no es así? Queridos amigos. Él lo había dicho. Era alguien de confianza. Debía serlo. Lo sentía. De alguna forma, lo sentía.

Tomó una bolsa a su costado.
La extendió hacia su acompañante.

   ─ Por favor, toma esto. ─ él había puesto sus brazos, así que dejó caer el saco. Era un equipamiento extra que ella tenía. No recordaba porqué, pero no era raro tener equipo de emergencia. Ahí dejó su chaleco, botas, sus guantes, pantalones y una máscara, que venía junto con el mítico sombrero de Mirrah. ─ Es mi forma de darte las gracias, por mantenerme cuerda.

Tuvo un leve recuerdo de ambos teniendo una conversación.
Tenía la sensación de haber pasado mucho tiempo con aquel varón. Le sonrió. De verdad tenía un amigo. Si lo eran, si eran tan cercanos, entonces no debería haber problema en pedirle una última cosa.


   ─ Me llamo Lucatiel.
Te imploro que recuerdes mi nombre.


El sonido de un casco rebotando resquebrajó la decadente calma del ambiente.
Lucatiel volteó a ver, encontrándose con su rostro descubierto. Algo en ella regresó una vez más al ver sus ojos dorados. Esas perlas brillantes, que parecían no conocer la derrota. Hubo un leve destello de memorias en su cabeza, pero esa luz rápidamente se apagó. Las tinieblas eran sofocantes e imparables para ese punto. Solo sabía que... adoraba ver esa mirada determinada hasta el fin.

   ─ Tú misma lo recordarás, guerrera de Mirrah. ─ habló, con total confianza y seguridad. ─ Quizás no tengas del todo claro quién soy ahora, pero seguramente las memorias regresarán a ti.

   ─ ¿De... qué estás hablando...? ─ murmuró. Se sentía todavía más débil que antes.

   ─ Me costó mucho conseguir esto de nueva cuenta. Fui destruido en numerosas ocasiones. Los efectos de la maldición han comenzado en mi debido a ello, pero yo estaré bien. Pensar que me regalaste una al principio de mi travesía... no debí usarla solo para recuperarme de mis heridas.

Sacó un pequeño artefacto de su bolsillo.
La dama lo reconoció vagamente. Se trataba de una "Efigie humana". Sabía su nombre, pero francamente nunca supo en qué se utilizaba. 

   ─ Toma. Confía en mi, ¿sí? ─ comentó, de forma apacible, aquel hombre. La rubia puso sus manos sobre el objeto y, siguiendo las señas de su compañero, lo llevo hacia su boca. Lo consumió como pudo.

No tenía nada más que perder. Cada segundo que pasaba era uno menos para su final, así que... daba igual, había que intentarlo, ¿no?

Sintió su cuerpo adormecido tras haberlo hecho.
Más sin embargo... también comenzó a sentirse extraña. Pero no de una mala manera, como cuando la maldición se hizo presente poco a poco. No, eso que sentía era distinto. Fue como si el torbellino dentro de su cabeza empezara a disiparse, pero de forma muy lenta. A la vez, su cuerpo cedió ante el cansancio, cayendo hacia adelante. Antes de tocar el suelo, fue atrapada por los brazos de su acompañante.

    ─ Con calma, Lucatiel, estoy aquí, contigo. ─ susurró el varón, abrazándola suavemente. ─ Esto es normal. Puede que quedes insconsciente debido a la potente esencia de la efigie. Pero estoy seguro de que te recuperarás pronto. Estaba buscando otra por si las dudas... aunque creo con esta bastará. 

Con gran delicadeza y cuidado, el varón recostó a su amiga en el suelo, dejándole una manta como almohada. Ella estaba inmóvil, mirándole con sus bellos ojos azules. El castaño tomó sus manos.

   ─ Me temo que... puede que sea la última vez que te vea. ─ habló, con un tono firme, aunque algo entristecido. ─ Si he tenido algo de suerte en esta vida, la tuve al conocerte aquel día. Muchas gracias, Lucatiel. Por todas las batallas que libraste a mi lado. Por todas las noches que conversamos hasta el amanecer. Por cuidar mi espalda cuando nadie más lo hizo. Te estoy eternamente agradecido por tu amistad.

Se tentó la cabeza.
Le dolía un poco más que antes. Se preguntó si llegaría a ser insoportable.
 
La rubia le miraba. En su cuerpo no había fuerzas para realizar ningún movimiento, más en su mente, las memorias regresaban a donde pertenecían. Para ese punto, ya había reconocido con mayor precisión a ese hombre. Él le había acompañado durante mucho tiempo. Le había hecho reír. Sentirse en confianza. Le había protegido. Todo lo que había dicho él, ella más o menos podía corroborarlo. Pero estaba tan cansada que no podía pronunciar palabra alguna.

Todo lo que pudo hacer fue apretar las manos de su contrario con las pocas energías que le quedaban. Este lo notó. Sonrió débilmente, desviando la mirada.

   ─ Lo lamento, no puedo quedarme mucho más tiempo. ─ murmuró, quebradizo. ─ Si no, no podré irme. 

Se aproximó al rostro de la fémina.
Entonces, sus labios se posaron sobre la frente de Lucatiel, depositándole un corto pero dulce beso. Uno que decía mucho más que las cosas que podía decir con sus propias palabras. Uno que transmitía todas sus penas y alivios. Todo lo que no tenía tiempo para comentar. Una pequeña carta de esperanzas y desperos. Una lágrima rodó por sus mejillas, puesto que estaba tan feliz como triste por aquel resultado.

Contento por haberla salvado, por haber cumplido su promesa, por mantener la cordura de la doncella proveniente de Mirrah. Entristecido por tener que irse, por alejarse de esa mujer a quién tanto estimaba y adoraba. Al final, se separó tiernamente de ella, acariciando sus cabellos y rostro con un toque casi paternal. 

   ─ Adiós, mi querida Lucatiel. Que las llamas de la hoguera iluminen tu camino de ahora en adelante. Velaré por tu seguridad. ─ separó sus manos de las de la contraria. Ella no tuvo fuerzas para tratar de detenerlo. Sólo le observó, con sus ojitos entrecerrados. Vio cómo se puse de pie y se giraba. Cómo se alejaba a paso lento de su lado.

"C-Caballero..." murmuró, forzando a su cuerpo a hablar.
Finalmente le recordó con bastante plenitud. Pero no pudo hacer nada más que eso. 

Él no la escuchó. Siguió su camino.
Entonces, se retiró, dejando en el lugar únicamente el sonido de las llamas consumiéndose.
Quizo gritar a todo pulmón, pero estaba atrapada en su inminente inconsciencia. Las lágrimas no se hicieron esperar, al mismo tiempo que se quedaba dormida.

Quería volver a verlo.
Eso fue lo último que supo antes de perderse en la oscuridad del sueño.

ᴅᴀʀᴋ ꜱᴏᴜʟꜱ ɪɪ: 𝑫𝒐𝒏'𝒕 𝒇𝒐𝒓𝒈𝒆𝒕 𝒂𝒃𝒐𝒖𝒕 𝒎𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora