Seis: 𝐄𝐬𝐚 𝐚𝐧𝐠𝐮𝐬𝐭𝐢𝐚 𝐝𝐞𝐬𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚𝐧𝐭𝐞

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A pesar de sentir cómo su mente se fracturaba más y más conforme pasaba el tiempo, Lucatiel no desistió de su misión y continuó, pese a todo, su travesía por Drangleic. Esta vez su viaje no había sido tan complicado, más bien llegó a ser un tanto desolador y tenebroso.

Tuvo que atravesar un lugar oscuro y lleno de huecos, débiles, sí, pero que en manada eran realmente peligrosos. Aún así, no le fue muy difícil acabar con su miseria conforme avanzaba por aquel sitio llamado "La Alcantarilla". Tras investigar un poco la zona, llegó a una hoguera y descansó. Luego, bajó por una serie de escaleras hacia un nuevo sitio, uno todavía más oscuro y desolador que el anterior.

Había oído el nombre de ese lugar por ahí, tratándose del infame "Desfiladero negro".
La oscuridad que residía en ese sitio era macabra. La única fuente de luz que permitía a la rubia ver sus propias manos era la del veneno radiante que poseían unas estatuas aderidas en las paredes y el suelo. Atacaban a quien se atreviese a acercarse, enfermando y matando con sus letales toxinas. La ojiazul no tenía muchas ganas de correr para esquivarlas, pero no había otra forma de llegar al otro lado, así que lo intentó de todas formas.

"A-Ah, hah... ¿t-tuve buena o... mala suerte?"
Pensaba la mujer, tras haberse resbalado por el acantilado del abismo que se encontraba al lado de las estatuas. Para fortuna de ella, cayó en un saliente que le llevaría por un camino alterno, un poco más seguro y que se saltaba la parte más peligrosa del trayecto, que era un campo abierto lleno de estatuas que apuntaban todas al centro del camino. Eso le dio un breve momento de satisfacción, uno que cesó bastante rápido al sentirse mareada y fuera de sí misma, cosa que le obligó a detenerse. Esa maldición no la dejaba en paz ni siquiera un segundo.

Antes de llegar al final de ese pequeño atajo, decidió que lo más sensato era quedarse un tiempo para tranquilizar las inestables aguas que se agitaban de un lado a otro dentro de su mente. Cuando menos se dio cuenta, se adormeció. En el último tiempo su cuerpo le pesaba más y más, al punto de no poder ordenar sus pensamientos. Ahí quedó, ajena a todo lo que pasaba fuera de esa pequeña cueva que sólo la tenía a ella como huesped. 

─ ¿Lucatiel... eres tú? ─ oyó a la lejanía, quizá a 10 o 15 metros. No abrió sus ojos, puesto que reconoció de quién se trataba casi al instante. Después de todo, había grabado cada detalle que tuviese que ver con su querido amigo. El débil eco de los pasos llegó hasta sus oídos conforme el caballero avanzaba hacia ella. No quiso responder, puesto que para ello hubiese tenido que alzar bastante la voz. No tenía ganas de ello.

─ Oh... Tú... ─ notó con rapidez que le costaba pronunciar palabras. Se detuvo un segundo para aclarar su garganta. Continuó. ─ Mis pensamientos... están muy... dispersos...

Quería actuar con la mayor normalidad que pudiese, pero el ojidorado notó fácilmente los estragos de la maldición en su compañera. Tomó un poco de estus y, con cuidado, le dio a beber. Ella no se negó. Se le había acabado al llegar a ese lugar. Quizá su dañado estado le había permitido a la maldición actuar más eficazmente sobre su ser. No quiso pensar más en ello. Suspiró tras el trago. Él limpió su barbilla con un trapo. Entonces, la rubia continuó hablando.

─ ¿Qué es esta maldición? La pregunta resuena en mi cabeza, pero no tengo la concentración necesaria para responderla. No imaginas cuánto me aterra perder. Perder la memoria, perderme a mí misma. ─ volvió a aclararse la garganta. Tosió, pero siguió tras ello. ─ Si me dijeran que matándote podría liberarme de esta maldición... No dudaría en usar la espada.

El varón no sabía qué decirle.
Pese a que ambos estaban malditos, él no había sufrido las consecuencias de su condición de la misma manera que su querida Lucatiel. Bueno, no teniendo un pasado desde sus primeros momentos de consciencia, él tenía cierta "ventaja" por decirlo de alguna manera. Tarde o temprano terminaría como la doncella, por lo que tenía que apresurarse. Ya no era por él. Es más, nunca lo fue. Ahora tenía un propósito personal. 

Tenía que eliminar esa maldición de la faz de la tierra para salvar a Lucatiel de Mirrah.
Retiró el sombrero de su amiga, ya estando en confianza para con ella. La mujer no dijo nada. Tampoco lo hizo cuando su máscara fue retirada. Su mirada iba acorde a su sentir. Él la miró.
Observó, con una luz verdosa rebotando en sus cabellos y su bello rostro, cada detalle de este. 
La de ojos azules, que miraba vacíamente al suelo, levantó la mirada. 

─ No quiero morir. Quiero existir. ─ susurró, con una voz quebradiza. Se esforzaba por no romperse. En ese momento no era la famosa espadachín de renombre que había obtenido incontables logros a lo largo y ancho de Mirrah. En ese momento era una fémina que sentía una impotencia que la ahogaba por completo. Su voz, mientras más hablaba, más temblaba. Aún así, eso no la detuvo. ─ Sacrificaría cualquier cosa, lo que fuera, a cambio de eso. Me avergüenza, pero es la verdad. 

El contrario acarició su rostro.
Ella cerró sus ojos, con evidente cansancio. Habló un poco más sobre el ego. Que en ocasiones le obsesionaba, pero que no le era posible evitar que así fuera. Que si él estuviera en su lugar, sin duda haría lo mismo. El varón sólo asintió. La oriunda de Mirrah dejó caer su cabeza sobre las dulces manos del castaño. 

"Puede que todos estemos malditos... Desde el mismo momento en que nacemos..."


El caballero sostuvo su rostro entre sus manos. 
La mujer le aguantó la mirada por algunos momentos, esto para dejarla caer otra vez. Sin embargo, ella no miró a la nada. Clavó sus ojos en los brazos de su amigo, esto para luego hacerlos a un lado y abrirse camino hacia él. Esta vez fue ella quién buscó un refugio entre sus brazos. Lo agarró con fuerza, como aferrándose con toda la esperanza que le quedaba. Se hundió en el pecho del varón. 

"No quiero morir. Quiero existir." 
Resonó en la mente del de ojos brillantes. Rodeó el cuerpo entero de la dama con sus brazos, correspondiendo sin titubear. No dejaría que el destino de Lucatiel fuese convertirse en una cáscara de lo que solía ser, como tantas veces había sido testigo. No. Tenía que evitarlo a toda costa.

─ No permitiré que eso suceda. ─ afirmó el varón, con una seguridad que erizó la piel de su amiga. Y es que lo decía con el corazón en la mano. ─ Existirás, Lucatiel. No dejaré que tu historia termine como tantas otras pequeñas llamas que he visto extinguirse por mi sendero a través de todo Drangleic. Tú no. Tú no dejarás de existir, guerrera de Mirrah. 

─ ... ─ por sus labios no salió palabra alguna, pese a que había mil razones para refutar las cosas que había declarado el caballero, no dijo nada. Quería creerle, quería creer en sus palabras con cada célula de su ser. Intensificó su agarre para con él. En ese momento, su semejante era su pilar y la única razón por la cuál las lágrimas no resbalaban por su cansado rostro. 

─ No tienes nada por lo cuál avergonzarte, Lucatiel. Todos queremos existir. Todos haríamos lo que fuese necesario para hacerlo. Si para que este dolor, esta angustia y todo este sufrimiento desapareciera, tuvieras que destruirme.... con gusto dejaría que atravesases mi pecho con una estocada.   

El de cabellos cafés puso el sombrero de la mujer de regreso en su sitio, de tal manera que su semblante fuera cubierto por completo. Fue como arroparla dulcemente en una noche de tormenta, puesto que Lucatiel se sintió extremamente consolada y comprendida. Si lloró, si finalmente abrió del todo su corazón y soltó todo cuanto había en su ser, no pudo ser apreciado por más nadie que el propio caballero. 

"No te preocupes. No dejaré que nada te suceda, Lucatiel. Como alguna vez te comenté, todo lo que tengo en este mundo es mi misión y mi palabra. Encontraré la manera de resguardar tu mente, cueste lo que me cueste. Mi palabra es de oro, querida amiga mía" 

Pese a que no había una hoguera presente, ambos sintieron el calor de una al estar unidos.
No intercambiaron palabras durante todo ese encuentro. Sólo escucharon los pensamientos del otro, tratando de entenderse mutuamente. Lucatiel temía olvidarse a sí misma. El caballero juró que no dejaría que sufriese ese terrible destino. Luego de eso, silencio. Un cálido silencio. Uno qué, aunque no fueran conscientes, sería uno de los últimos que compartirían en aquel viaje.

Llegaría el día en el que una decisión de suma importancia sería tomada.
Y el fin de un camino tormentoso llegaría con ello.







ᴅᴀʀᴋ ꜱᴏᴜʟꜱ ɪɪ: 𝑫𝒐𝒏'𝒕 𝒇𝒐𝒓𝒈𝒆𝒕 𝒂𝒃𝒐𝒖𝒕 𝒎𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora