Cinco: 𝐄𝐬𝐚 𝐛𝐞𝐬𝐭𝐢𝐚 𝐞𝐧𝐯𝐮𝐞𝐥𝐭𝐚 𝐞𝐧 𝐥𝐥𝐚𝐦𝐚𝐬

124 23 6
                                    

Defenderse de la espada de ese demonio no era físicamente posible para aquellos dos caballeros. No podían chocar espadas con la combustión, después de todo. La única opción que les quedó era esquivar, como pudiesen, los ataques de esa bestia que parecía no conocer el dolor. No importaba cómo o por dónde lanzaran sus golpes, parecía que no tenían ningún tipo de efecto en ese monstruo. Aún así, no cederían hasta ver caer a ese gigante metálico. 

Su cuerpo era una amalgama de metales que se hallaban unidos, a la fuerza, por unas llamas que servían de núcleo para su ser. Con unos cuernos enormes, una altura increíble y la ausencia de rostro, sin duda era imponente. Los incontables guerreros que habían perecido en un combate con el demonio de fundición hacían sudar frío a los nuevos retadores. Sin embargo, ellos dos no eran almas comunes. Darían su vida con tal de sobreponerse ante la adversidad. 

─ ¡Caballero, no retrocedas! ¡Puedo ver las llamas de este demonio decreciendo conforme vamos asestándole golpes! ¡Es ahora o nunca!  ─ Vociferó la rubia, alentando a su camarada a seguir batallando. Él saltó hacia adelante, llamando la atención del gigante y esquivando sus llamas del inframundo. De alguna forma lograba rodar en el último segundo, minimizando los daños hacia su persona y logrando escapar de una carbonización segura. Mientras tanto, la oriunda de Mirrah atacaba sin piedad por detrás, cortando y atravesando como podía a su enemigo. Esa era la estrategia que seguirían para poder vencer.

Llegó un momento en el que parecía que ellos terminarían cayendo debido a sus heridas, pero su esfuerzo se vio recompensando justo en el último momento de su intensa cruzada. Tras tantos ataques recibidos, el contenedor, osease, el metal de esta bestia, se resquebrajó a tal punto que no pudo sostenerse sobre sí mismo. Cayó al suelo de aquella arena, rebotando mientras su "cuerpo" iba desapareciendo. Toda la energía del demonio fue liberada de un segundo a otro, causando un fuerte estruendo y provocando una explosión ensordecedora, una que hubiese terminado de rematar a ambos sino hubiese sido por el rápido actuar del ojidorado, quién se interpuso entre la onda expansiva y su querida compañera.

Usando un escudo lo suficientemente grueso, el caballero absorbió la mayor parte del estallido final de la bestia, quemándose un poco el hombro y la espalda después de que su defensa fuera penetrada. Incluso sus oídos sangraron debido al sonido tan fuerte que provocó el demonio. Trató de mantenerse consciente, pero había quedado demasiado lastimado. Lo último que supo fue que cayó sobre Lucatiel. 

Todo se volvió oscuro tras ello.
Pero no era un mal sentimiento, sino que lo contrario.
Sentía que se encontraba en un lugar en el que la paz y la calma reinaban en plenitud. Le recordaba un poco a Majula, puesto que era el sitio más alejado del conflicto en toda Drangleic. Pero, a diferencia de ese lugar... ahí, donde fuese que estuviese en ese instante, podía sentir... cariño. Se sentía abrazado, escuchado y comprendido. Tras una cantidad de tiempo que le era ajena, comenzó a oír un tarareo dulce en la lejanía.

Poco a poco la luz y su sentir fue regresando a la normalidad.
Junto a ello, la voz se fue acercando cada vez más, hasta inundar sus oídos con amor y dulzura, tal cual una madre cuidando a su cría. Abrió sus ojos, esto son suma lentitud. Notó un calor agobiante, uno que reconoció como ese que había en el torreón de hierro. Pero esa no era la única fuente de calidez a sus alrededores. Había una que hacía que el pesado ambiente del torreón se disipara, haciendo sentir comodidad al herido varón. 

Estaba en el suelo, a un metro de distancia de una hoguera.
Todavía se sentía algo difuso, así que no estaba seguro de si se lo estaba imaginando o no. Igualmente, dejó de pensar en ello al oír claramente ese canto, esta vez ubicando exactamente de dónde provenía tan angelical serie de sonidos. Subió la mirada, observando algo que lo enmudeció. Lucatiel se hallaba ahí, con sus ojos cerrados, tarareando bellamente una dulce canción. 

Sus manos se encontraban rodeando el rostro del varón, así que notó el leve movimiento de este. Sus ojos azules brillaron al encontrarse con las llamas de la hoguera, mientras que las comisuras de sus labios se alzaron, formando una bonita y sincera sonrisa. Lucatiel sostenía la cabeza del varón con sus muslos, los cuales estaban despojados de toda armadura puesto que quería brindarle una superficie suave a su allegado.

"Qué belleza" pensó el caballero, más no lo dijo. Le devolvió la sonrisa, haciéndole saber a la contraria que ya estaba en sus cinco sentidos. 

─ Ese demonio fue sin duda el enemigo más poderoso al que nos hemos enfrentado. Siéndote sincera, ni yo me creía las palabras de aliento que gritaba al final de la contienda. ─ las manos de la doncella palpaban de manera suave las mejillas de su compañero. Podía sentir sus cicatrices, sus cortadas y sus heridas recién abiertas. ─ Pero... al ver cómo depositabas tu confianza en mí y seguías peleando sin rechistar... me armé de valor para poder terminar lo que habíamos empezado. 

El ojidorado no contestó, así que ella continuó.

─ Últimamente me es difícil recordar el pasado, creo que eso ya lo tienes en cuenta. Me aterra. He sido incapaz de revivir momentos de mi niñez, momentos importantes para mí y que sé que son algo esencial en mi ser. Es desesperante. Pero no todo es malo, ¿sabes? ─ desvió la mirada, pero al poco la regresó, mirando al varón. Sonrió un poco más alegre. ─ Hoy pude recordar algo, gracias a ti y tu actitud casi suicida. Me hubiese molestado contigo de no ser por la canción que volvió a mi mente al traerte a esta habitación y al tratar con cuidado tus heridas.

Lucatiel relató entonces lo poco que logró rememorar.
Contó acerca de un día en el que llegó malherida de uno de sus entrenamientos. Un mal golpe ocasionó una gran cortada en su abdomen, pero la escondió, esto por mero orgullo. Al llegar a hogar, su madre lo notó con rapidez. Conocía a su hija. Ella la trató con calidez y cariño, teniendo cuidado al desinfectar y vendar su herida. Al terminar, le cantó una canción mientras ella se iba durmiendo poco a poco. 

─ ¿e-eso... era lo que cantabas, entonces? ─ susurró finalmente aquel hombre.

─ Así es. Recordar la letra exacta ya sería demasiado, pero era algo parecido a lo que escuchabas. 

─ es una canción muy linda... tu voz le da un toque muy, muy dulce. ─ mostró sus dientes con una bonita expresión de felicidad. Entonces siguió hablando. ─ g-gracias por tratar mis heridas. El cuerpo comienza a dolerme, pero hubiese sido peor sino estuvieras aquí para cuidarme la espalda, Lucatiel. Lamento ser tan descuidado, no es mi intención lastimarme y molestarte, lo juro.

─ Je, je. Parece ser que esa es tu naturaleza, así que... ¿qué se le va a hacer? ─ miró hacia la hoguera, pensativa. Tras unos segundos, continuó. ─ En verdad agradezco el haberme topado contigo. Por mi cuenta no hubiera podido sobrellevar este dolor, esta agonía tan latente... este lugar es cruel, maligno y repleto de desesperación. Pero a veces... a veces no es tan horrible. Gracias por haberme acompañado tan lejos, caballero.

Parecía estar de buen humor.
El varón cerró sus ojos. Se sentía en paz, como si estuviese en un lugar en el que no podía sucederle nada malo. Luego volvió a abrirlos un momento.

─ Y seguiré acompañándote, Lucatiel.

─ Y estaré complacida de seguir peleando a tu lado, caballero. ─ contestó, emanando tranquilidad. Su rostro se puso un poco rojo, puesto que cayó en cuenta del halago que el contrario había hecho hacia su voz. 

Miró con atención los rasgos de su amigo.
Quizá no volvería a verle sin su casco. Sus cabellos eran castaños y un poco largos. Tenía un rostro ovalado pero ligeramente afilado. Una nariz pequeña y tierna, con una cicatriz que cruzaba de manera horizontal a la altura de sus ojos, los cuales pudo volver a apreciar de una forma más detallada. Nunca había visto unas "gemas" tan hermosas. Cuando despertó, sonrió porque estaba bien y porque pudo volver a ver esas joyas.

─ Puedes seguir descansando. Estaré aquí, cuidándote. 

─ De a-acuerdo, Lucatiel. ─ Sus párpados fueron cerrándose gradualmente. No volverían a abrirse hasta unas horas más tarde. ─ T-Te lo agradezco desde el fondo de mi alma. No era broma cuando dije que podías contar conmigo, ¿entendido?

─ Lo sé, caballero. ─ murmuró ─ Cuento contigo. Confío en ti.

Hablaron un poco más, hasta que el varón cayó dormido en los brazos de morfeo.
El silencio reinó una vez más, pero para Lucatiel ya no hubo incertidumbre con respecto a su amigo. Su amigo. Era algo raro siquiera pensarlo. Pero era agradable formular esas 5 letras en su mente y saber que no era algo falso. Tenía a ese castaño a su lado. 

Por más difíciles que se pusieran las cosas, no estaría sola.
Suspiró, tratando de no darle más vueltas al asunto. Se centró en disfrutar ese pequeño momento de paz que los dioses le habían brindado. Quién sabe si volvería a tener uno.
Siguió tarareando. Acarició el rostro del contrario. Sonrió y descansó junto a él.





ᴅᴀʀᴋ ꜱᴏᴜʟꜱ ɪɪ: 𝑫𝒐𝒏'𝒕 𝒇𝒐𝒓𝒈𝒆𝒕 𝒂𝒃𝒐𝒖𝒕 𝒎𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora