Capítulo 11: Difícil semana:

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Desperté sintiendo un conocido aroma a colonia varonil y la claridad del día iluminando la habitación de paredes celestes donde me encontraba.

Al darme cuenta de que no estaba en casa, reaccioné sentándome abruptamente en la cama. Allí observé frente a mí el televisor con la PlayStation 3 y las cajas plásticas con distintos juegos de esa consola; a mi alrededor las paredes de la pieza estaban adornadas con pósteres de bandas nacionales y algunas internacionales que tanto nos gustaban a mí y a mis amigos.

Esa habitación era conocida para mí, porque había estado muchas veces ahí, ya sea escuchando música, tocando la guitarra o jugando a la play por horas enteras. Pero nunca me había despertado en la cama solo con ropa interior y una remera grande que no era mía.

—¿Qué pasó? —Sentía sed y dolor de cabeza.

No quise levantarme porque ni siquiera tenía mi ropa, esperé un momento mirando a todas partes sin saber qué hacer. De pronto alguien golpeó la puerta.

—¿Vero? —Era Mati—. ¿Se puede?

—¡Sí! —Me oculté entre las frazadas, sintiéndome pudorosa—. ¿Qué pasó?

Mati entró a su habitación sosteniendo una bandeja, traía un vaso con jugo y unas galletas para mí. Nunca creí que iba a verlo en pijama; usaba unos pantalones a cuadros que le quedaban grandes, pantuflas y una remera de 2 Minutos bastante desteñida.

Hubiera sido en otro momento me habría reído. Pero no me sentía nada bien y tampoco entendía por qué estaba ahí. ¿Había dormido con él?

—¿Cómo estás? —preguntó dejándome el jugo en la mesita.

—¿Qué pasó Mati? —Era lo único que quería saber—. ¿Por qué estoy acá?

Mati suspiró y se sentó en la cama, de más cerca pude notar su rostro cansado. Al parecer no había dormido mucho.

—Te pusiste re en pedo, Vero. Te tranzaste a Nacho, el Abuelo se enojó, Mili casi te mata y te vomitaste entera. Por eso te traje a mi casa, porque si te veía tu mamá así...

—Me mataba —interrumpí—. Y no me deja salir nunca más...

—Sí, mi mamá te atendió, mientras yo puse a lavar tu ropa sucia. Ya debe estar limpia y seca.

«¡La concha de la lora!» Pensé mientras empecé a sentir como mi rostro se acaloraba de la vergüenza que estaba sintiendo. ¡La mamá de Mati me había visto en ese estado! ¡No puede ser! Ya estaba roja sintiendo cómo ardía mi cara y se ponía cada vez peor cuando me enteraba de algo más. No quería saber más nada, solo quería volverme a mi casa y ocultarme en mi pieza a escuchar música.

—Mi mamá igual me va a querer matar por no volver temprano.

—No te preocupes, mi mamá la llamó, le dijo que estabas acá, como era muy de noche te quedaste.

—¡Ay! —Junté las manos en lo alto—. ¡Doña Gabi me salvó!

Los padres de Mati siempre estaban apoyándolo en todo, incluso me apoyaban a mí por ser amiga de su único hijo. La señora se había tomado el tiempo de limpiarme el vómito y mandar a su hijo a lavar mi ropa sucia; por eso sentía mucha vergüenza, no sabía cómo iba a mirar a la cara a esa mujer.

Además, también había llamado a mi mamá para que no se preocupara por mí. No sabía cómo agradecerle a doña Gabi por su ayuda. Igual me sentía con desconfianza, porque no sabía con exactitud lo que le había dicho a mi mamá en esa llamada.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora