Capítulo 12: lunes

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Teníamos un montón de ejercicios de matemática para hacer en clase, porque a la profesora se le había ocurrido tomarnos un trabajo práctico evaluativo. Nos había explicado bien cómo se hacían esas operaciones, pero yo seguía sin entender nada, ya que siempre me costaron una banda las matemáticas.

Desde mi asiento veía como mis compañeros y compañeras trabajaban concentrados con sus reglas y calculadoras científicas y yo estaba ahí, mirándolos como una boluda. La profesora caminaba por entre las filas observando lo que estábamos haciendo, por eso evité su mirada cuando se estaba acercando a mí, sentía que quería hacerme pequeñita y desaparecer de ahí porque no estaba haciendo nada.

No quería decirle que no entendía, porque me intimidaba mucho su voz grave y enojaba cada vez que explicaba con hartazgo. Todos le temían a esa profesora y nadie quería tener clases con ella, porque cursos enteros se llevaban su materia a diciembre todos los años.

—¿Y Leiva? ¿A qué vino? —dijo cuando vio mi hoja en blanco y mi calculadora apagada.

Apreté los labios y no supe qué contestar, empecé a sentir el calor subiendo a mi cara, quise correr lejos del aula a un lugar tranquilo y sentarme a escuchar la música para tranquilizarme.

—¡Chicos! Si no entienden, me dicen, no se queden a papar moscas en clase —advirtió en voz alta para todo el curso, aunque lo decía por mí.

Por la vergüenza traté de ocultar mi cara con mi cabello al agacharme, pero seguía sintiéndome observada y humillada como cuando entré al curso más temprano. Parecía que todos estaban juzgándome y riéndose de mí, empezaba a sospechar que tenía mucho que ver con lo del viernes y Milagros.

La hora de matemática se me hizo interminable porque no pude hacer nada, al final, terminé entregando mi trabajo en blanco. Era un práctico y podía recuperarlo más adelante, pero mi promedio en la materia venía en picado y no me sorprendía tener que verle la cara a la profesora en diciembre.

Cuando tocó el timbre del recreo, la profesora se fue y nos dejó solos, más de uno respiró en tranquilidad, incluyéndome. Quería hablar con el Abuelo para aclarar las cosas, pero antes de que pudiera decirle algo se levantó y se fue a las apuradas del curso.

—¿Sigue enojado? —Le pregunté a Mati que seguía jugueteando con su calculadora científica.

—Parece que sí —contestó mirándome con compasión—. Ya se le va a pasar.

Suspiré en mi lugar y me levanté para ir detrás de él. Salí del aula y bajé a la planta baja donde estaba la galería y las aulas de los primeros años, de ahí un pasillo pasaba hacia el salón de actos, donde al frente estaban las salidas que daban al kiosco y las canchas.

Ahí lo encontré hablando con sus amigos que eran de otros cursos.

—Abuelo —hablé. Todos giraron a mirarme.

—Decime Julián —contestó de mala gana—. ¿Qué querés?

—Hablar con vos. —Abrí los ojos levantando las manos en son de paz—. Lo del viernes...

—Vení. —Nos alejamos de los otros chicos—. Vos sabías que me gustaba Nacho.

—Julián...

—¡Vos sabías! —interrumpió enojado—. Me dolió verlos, por eso no tengo ganas de hablar con vos ahora.

Me agaché evitando su mirada, eso había dolido. Pero, lo entendía... Debe ser duro ver que tu amiga se besa con el chico que te gustaba frente a todo el curso. Me sentí culpable y triste por él, por eso entendí que no quisiera hablarme y sin decir más nada me fui de nuevo al aula.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora