Capítulo l: En la tormenta

1.1K 142 24
                                    


El tiempo de guerra había llegado, mientras los verdes usurparon el trono a espaldas de la legítima heredera de los siete reinos.

Aemond sabía, muy dentro de su ser, que todo aquel circo estaba condenado.

Su abuelo y su madre lo habían llamado a la sala del concejo para informarle que sería el portavoz de su hermano, Aegon, en los territorios de dudosa lealtad.

—Tu objetivo principal es ganar a Borros Baratheon. El hombre sabe lo que le conviene y, a menos que Rhaenyra le ofrezca a uno de sus hijos en matrimonio, se inclinará hacia nuestra causa —Indicó su abuelo, señalando el mapa que ya se sabía de memoria, le habían obligado a aprenderlo desde que era un niño—. Un matrimonio con el hermano del rey es provechoso, una brecha a la línea de sucesión, no dejará pasar tal oportunidad. Es un intercambio justo por su apoyo.

Aemond fijó su mirada amatista en él, un peso en su estómago. Parpadeó lentamente, una interrogante que su familia ya sabía interpretar.

—Si Baratheon fallece en batalla, todas sus fuerzas serán tuyas.

Otro parpadeo. Un ejército, tierras tormentosas y una esposa que jamás iba a desear.

"Menuda recompensa de mierda".

Mientras tanto, Aegon tiene a su adorable hermana, a quien él habría preferido desposar. El imbécil ni siquiera deseaba ser rey, ni era por lo menos apto. Tenía un dragón desde su nacimiento, una corona y al reino profesando amor. Sólo por ser el primer hijo.

"¿Y yo que tengo? Una promesa vaga, un dragón robado, un ojo perdido y el deber de servir a un inútil".

—Ahora que Rhaenys ha escapado, deberás partir cuanto antes. La traidora de Rhaenyra no tardará en enviar sus propios mensajeros.

—¿Entiendes, Aemond? —Su madre preguntó, hablando al fin. Aemond sabía que ella no había planeado esto y ella sabía que lo sabía, pero estaba cediendo ante su abuelo, la hija perfecta, la pieza de ajedrez que se mueve.

Las patas de la silla chirriaron cuando se puso de pie, sus manos tocando la mesa sólida. Una parte suya preferiría negarse, pero la piedra bajo el parche se había calentado de nuevo, aliviando el dolor de cabeza incipiente que el torbellino de pensamientos había traído consigo. El zafiro siempre le había guiado en la dirección correcta.

—Sí, madre —Dijo con la voz calma. Ambos, su abuelo y su madre, asintieron en reconocimiento, finalmente lo veían como un hombre, ya no más como un niño—. Volveré con noticias.

El zafiro emitió otra ola cálida, como burlándose de sus palabras antes de salir de la sala.

Antes de irse, pasó por la cámara de su hermana para despedirse de ella y de sus sobrinos. Helaena apenas le miró, farfullando sobre un dragón en la tormenta. Los niños compartieron sus murmullos, apretando la mano de su tío suavemente.

Entonces, Aemond tomó a Vaghar y emprendió su viaje a Storm's End.

***

Borros Baratheon era un chiste. Un ignorante que se sentaba en un trono y creía estar por sobre todo. El hecho de que su hermano hubiera enviado una alianza por matrimonio no había hecho más que inflar su desproporcionado ego.

Le dio a elegir entre sus hijas, las cuatro tormentas, que no se comparaban en nada a la belleza de Helaena, su hermana, o la de su madre.. Eran un poco simplonas, criadas para complacer y ser cambiadas como ganado por fines políticos, algo muy cercano a la misma crianza que habría recibido de haber nacido mujer.

Con poco entusiasmo pero un practicado recato, eligió a la mayor, la más agraciada, la chica que el zafiro indicó. Baratheon estaba complacido y alabó su buen gusto.

Ojo de Dragón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora