6.- El primer día de Kim Iseul.

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Hasta ese momento, en el que corría como una posesa por un interminable pasillo lleno de grupos de ejecutivos, Ina no había sido realmente consciente del peso del cambio horario. El jet lag había pasado más o menos desapercibido hasta el momento, y había asociado su cansancio, aturdimiento y confusión perpetuas al simple hecho de encontrarse arrastrada a un retal de su anterior vida con dieciocho años. Aunque la realidad se había hecho evidente bien pronto a las ocho de la noche del día anterior, cuando cayó rendida sobre el portátil en el que estudiaba. Sin saber cómo, se había encontrado en la cama al despertar esa mañana, y como Yeonjun ya se había ido a clase no quedaba nadie que pudiera avisarla de la hora... Por esa misma razón llegaba veinte minutos tarde a la primera reunión de empresa a la que debía asistir.

Nunca había sido impuntual. NUNCA. Y justo en el peor momento le daba por empezar a serlo. No se quería ni imaginar la cara de su madre si la veía retrasándose el primer día.

Chocó contra varios compañeros mientras se abría paso como una apisonadora por el pasillo más largo de la antepenúltima planta. Muchos de ellos la miraban asustados por su aspecto descuidado y la urgencia con la que corría, pero ninguno se atrevió a pararla. Mientras arrollaba a cada ser viviente que se interponía entre ella y la sala de reuniones número tres, el sudor de su frente se volvía más copioso, al igual que el encrespamiento de su pelo... Miedo le daba mirarse en cualquiera de los reflejos que la rodeaban.

Al llegar por fin a la sala, y sin meditarlo en profundidad, abrió directamente para no añadir un solo segundo más de retraso a su espalda. El recibimiento que le dieron esos siete hombres trajeados que se sentaban en el interior de la sala fue tan cálido y familiar como el que le dio su madre el día anterior.

—Soy... —se hizo con algo de aire en una bocanada inestable, aún parada en la puerta—. Soy Kim I... seul. Siento... mucho llegar... t-tarde.

Algunos murmuraron un saludo aturdido pero educado. Otros más bien lo gruñeron. Y el que se sentaba al frente de los demás no movió ni los labios. Las caras largas de los hombres consiguieron amedrentarla ligeramente y no se atrevió a mirar a nadie en particular. Sin embargo, el peligro de una inminente parada cardíaca por la carrera pesó más, por lo que se debatió entre los asientos que estaban libres y acabó decidiéndose por el más alejado al viejo que presidía. Viejo que le sonaba bastante, ahora que se paraba a mirarlo, aunque bien podía ser que estuviera teniendo un derrame y fuera producto de su imaginación.

—Sigan, sigan con la reunión —pidió Ina, invitándoles a seguir su consejo mientras hacía aspavientos con la mano—. No se molesten por mí.

Recuperó el maletín en el que llevaba todos los documentos para la reunión del suelo y batalló para abrirlo (ya que la cremallera se había quedado atascada) mientras la sala llena de penes volvía a la normalidad poco a poco.

—Como les iba diciendo... —masculló con evidente molestia el que presidía la mesa— nos encontramos en una situación crítica. Los pleitos a los que nos estamos enfrentando, y a los que nos tendremos que enfrentar en un futuro si las cosas siguen como hasta ahora... no solo consiguen que la misma empresa pierda prestigio, sino que... Señorita Kim —se interrumpió al ver que toda la sala observaba cómo Ina se llevaba la cremallera a la boca con tal de abrir el maletín—, ¿necesita ayuda con eso?

—No, no; gracias. Todo controlado por aquí, siga, siga —le pidió impaciente.

Por suerte consiguió desenganchar el trozo de tela atrapado en la cremallera y la reunión siguió normalmente durante un minuto exacto; justo hasta que Ina se olvidó de que había conseguido abrir el maletín y, al ir a ponerlo sobre la mesa, lo dejó boca abajo provocando que todos los papeles que guardaba se esparcieran por el suelo.

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