8.- Se acercan los tambores.

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En un giro de los acontecimientos sin precedentes conocidos, Ina estaba completamente segura de lo que iba a hacer en el trabajo ese lunes. Esto se debía a que el día anterior, Jin le había prohibido tajantemente que fuera a ayudarle al restaurante con tal de que tuviera tiempo de terminar el «pequeño» informe legislativo que necesitaba para el resto de abogados. Como su hermano también se había criado con la dulce Jinhye como madre, sabía a la perfección lo exigente que esa mujer podía llegar a ser, e Ina suponía que Jin quería librarla de la furia que se desataría si por un casual no hacía su trabajo a la perfección.

Por otra parte, quizás la cólera de la temible Jinhye se despertaría igualmente ante esa vocecilla en la cabeza de Ina que había empezado a sugerir algo peligroso: ¿y si le preguntaba a su madre por él? Si resultaba que lo que había dicho Yoongi era verdad y, en efecto, su madre seguía relacionándose de alguna forma con... ese chico, ¿por qué no se lo había dicho? Aunque teniendo en cuenta que ella no había preguntado una sola vez por él en el transcurso de esos cinco años, ¿por qué iba a tener que contarle nada? Y otra cosa aún más importante que todo eso era: ¿de verdad quería saber lo que su madre tuviera que decirle al respecto?

Antes de irse de Seúl solo hubo una persona con la que Ina habló largo y tendido de un asunto en particular: Jin, y ni siquiera le había preguntado a su hermano si cumplió con su promesa... Había enterrado de tal forma todo el tema en lo más profundo de su conciencia que no se atrevía a remover ni una mota de polvo en lo referente a él.

Ni siquiera se atrevía a pensar su nombre.

Cuando mostró su tarjeta en recepción (bueno, la suya o la de la tal Kim Iseul), pasó al ascensor algo nerviosa. Su reflejo le decía que todo estaba bien; no tenía ojeras porque había podido dormir decentemente por primera vez desde su vuelta. Su blusa blanca no tenía una sola arruga, y la falda de tubo gris en conjunto con los tacones de charol negros de punta redonda estaban impecables. También se había esmerado a fondo para dejar su melena sin un solo pelo insurgente, por lo que se encontraba perfectamente lisa y en su sitio. Y su maquillaje, aunque sutil, resaltaba sus mejillas y agrandaba más sus ojos hasta hacerlos parecer los de un cervatillo... A lo mejor se había pasado con el maquillaje ahora que se miraba bien.

—Mierda —masculló más alto de lo que pretendía. Y una vez más, los trabajadores que la acompañaban en el ascensor se apartaron de ella como si fuera portadora de un terrible virus mutante.

En cuanto bajó del ascensor, con el taco de papeles bajo el brazo (ya que no le cabía en el maletín), su primera misión se centraba en ir al baño para deshacerse lo máximo posible del maquillaje de bebé de dibujos animados. Sin embargo, tal y como la misión se materializó, también lo hizo el primer obstáculo.

—Señorita Kim —la saludó Jimin en la entrada del pasillo de reuniones, rodeado de un pequeño grupo compuesto por cinco mujeres que le sonreían como si acabara de contar un chiste buenísimo; también podía ser por el aspecto de escultura renacentista que tenía el chico vestido por la camisa, la corbata y la chaquetilla gris. Ina no sabía bien cuál de las dos elecciones sería la correcta—. Me han mandado a buscarla esta maravillosa mañana para comunicarle que la reunión no tendrá lugar ni a la hora ni en el lugar acordado.

El grupo entero de féminas desconocidas se giró para mirarla, con una clara advertencia de lo más hostil dibujada en cada una de sus caras. Ina tuvo el impulso de alejarse a todo correr de ellas, pero en su lugar dijo:

—¿Eh?

—¿Eres la nueva abogada? —cuestionó una de las mujeres.

—Parece como si acabaras de salir de la carrera; ¿cuántos años tienes, lindura? —preguntó otra.

Rewrite MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora