El motociclista

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  El motociclista

  Es el turno de Diego, el último chico que me atreví a conocer antes de llegar al punto donde estoy hoy: dándole un descanso a mi vena romántica.

  Diego tenía el cabello tintado de blanco, eso solía llamar poderosamente mi atención. 

  Diego me hacía reír mucho. Nuestras conversaciones eran fluidas y pronto me encontré deseando que llegara la hora del día para poder hablar con él. 
 
  De los tres chicos que conocí, mi historia con Diego fue la más rápida. Solo pasó una semana antes de vernos en persona.  

  Y así, un martes de la nada, llegó Diego de sorpresa a mi trabajo al lomo de una moto que lo superaba tres veces en tamaño. Por un momento temí que esa monstruosidad se lo comiera vivo pero Diego, en un rasgo muy marcado de su personalidad, demostró dos cosas que no supe diferenciar: o era muy buen conductor o no le importaba morir. Al final decidí que era una mezcla de ambas. 

  Él esperó a que terminara mi turno, y así, entre miradas cargadas de promesas dio inicio nuestra aventura.

  Ese martes llegó y yo no sabía dónde contener tantos nervios y emoción. Cuando le dije donde trabajaba yo no creía que él iría, después de todo, él mostraba ser una persona bastante ocupada. Aún así él fue y si eso no era suficiente, esperó a que cumpliera con mi trabajo.

  Al salir fuimos por helados, caminamos por un bonito parque y terminamos en una banca donde, acelerando los latidos de mi corazón, ocurrió la magia de un dulce beso. Lo mismo pasó al día siguiente y luego al siguiente. 

  Mis ansias de amor estaban despertando de su largo sueño. ¿Acaso al fin tendría mi historia épica de amor? No lo sabía, lo que Diego causaba en mi era un poco confuso, pero me animé a intentarlo, más cuando él demostraba que no solo yo estaba comenzando a sentir insectos en el estómago. Lo atento que era, su disposición, el que se tomara el tiempo de irme a visitar. Todo eso me alegraba el corazón y de manera irremediable él me comenzó a gustar. Y al parecer yo también le gusté, o eso era lo que me decía no solo con palabras. Sus acciones durante esa semana dejaron en claro que sí estaba interesado en mi en un nivel romántico. 

 Pero como mi suerte está algo defectuosa, la magia se acabó justo cuando terminaron esos siete días. 

  Una parte ingenua de mi creyó que si, que al fin sucedería. En mi mente estallaron cohetes y juraba que podía oír musiquita de amor por todas partes. Y Diego, él se mostraba tan atento... hasta que un día simplemente se esfumó. 

  Mi corazón se hizo bolita en una esquina, incrédulo y dolorido. ¿Acaso los besos no habían significado nada? ¿Hice algo que lo espantó? No sabía. No tenía ninguna señal suya y yo solo tuve una opción: secar mis lágrimas amargas, tomar mis piezas con fuerza, alzar la cabeza y seguir adelante. 

  Diego, el de la enorme motocicleta, el de deslumbrante cabello blanco, el chico que había robado una semana de mi vida con falsos momentos dulces, me ghosteo y ese fue un golpe bajo y doloroso. Luego entendí que más que en los sentimientos, él le dio un derechazo a mi orgullo. Entonces me paré y caminé con mi ego herido, pero ni un poco dispuesta a dejar que algo así me afectara más de lo que debería. Al final que desapareciera así, sin siquiera dejar un mensaje, hablaba más de él que de mi.

  Triste y todo, yo estaba tranquila sabiendo muy en el fondo de mi corazón que fue él quien perdió una oportunidad de oro. Primero porque no permitiría que mi confianza se viese opacada y segundo porque yo a pesar de todo deseaba verlo feliz, aunque fuese sin mi.

  Lección de vida número tres: ghostear es más común de lo que parece y nunca, jamás, debo ser yo la que le cause un vacío de ese nivel a otra persona.

~♡

  Holii, una yo muy feliz los saluda y les desea un lindo día, tarde o noche.

  Les mando abrazos para que no se sientan solos.

E. L.

¿Y si hacemos Match?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora