La idea que me dio Shannon acerca de las fotografías me pareció tan magnífica que, desde ese momento, mi mente no ha dejado de hacer montajes. Son tantas las posibilidades que tiene el proyecto, tantos los mensajes que me gustaría transmitir, que, en ocasiones, me siento algo abrumado por la rapidez con la que se desarrollan en mi cabeza. Es como cuando estudiaba Biología en el instituto y el profesor nos mostraba el video de las células al reproducirse después de ser fecundadas. Esa misma velocidad, esa misma imagen.
Esa misma sensación.
He rellenado montones de hojas con las imágenes de los bocetos; meras réplicas de mi musa perfecta, la que por suerte tengo junto a mí. Algunos son poco más que líneas emborronadas y algo de color.
Además, he estado recopilando todo el material y el atrezo que nos haría falta para llevarlas a cabo. No me gusta dejar nada al azar; odio la improvisación. Algo tan fundamental como el tono que va a predominar en ellas tiene una importancia vital para mí.
Rebusco entre mis papeles algunas de las notas y encuentro un boceto que hice de Shannon hace unos días, cuando dormitaba en el sofá. Es inevitable que quiera dibujarla a todas horas, en todo momento. En estos días la encuentro un poco más distante de lo normal, pero sé que tiene bastante trabajo y no quiero atosigarla. También entiendo que hay sombras en su interior que le cuesta compartir; sombras que me gustaría borrar de un plumazo, hacerlas mías y devolvérselas convertidas en arte; transformar su dolor en belleza. Hasta ese punto estoy enamorado de ella.
He hecho un listado con todo lo que necesito. Lo releo varias veces para asegurarme de que cada serie recoge a la perfección la idea que quiero transmitir. Ando por la casa a la búsqueda de los elementos con los que voy a armar cada fotografía. Incluso he salido en un par de ocasiones para adquirir algún que otro material, como, por ejemplo, tejidos de un color específico. En alguna ocasión me he preguntado si no me estoy pasando un poco con mi intensidad, pero no sé hacer las cosas de otra manera; no soy capaz de ser comedido. Lo doy todo, sin miedo, sin barreras. A veces, sin medir las consecuencias.
Cuando Shannon regresa encuentra el salón convertido en poco menos que un campo de batalla.
Se detiene en el umbral de la puerta, echa un vistazo con tranquilidad y acaba clavando sus ojos en mí.
—¿Qué se supone que ha pasado aquí, Dan? —me pregunta sin soltar las bolsas que lleva en las manos.
Miro a mi alrededor con una mueca algo traviesa y me acerco a ella para darle un beso. Su expresión de desconcierto me hace sonreír.
—Hola.
—Vale, sí, hola —me saluda, pero no deja de mirar hacia el despliegue de medios que hay detrás de mí—. Dan, de verdad, me gustaría...
—Estoy preparando algo.
—Algo como... ¿qué? —me cuestiona visiblemente intrigada—. Te agradecería un poco más de concreción.
Veo que hoy no está para bromas ni para adivinanzas. A veces no sé bien qué pasa por esa cabeza suya. En el mismo día puede ir de esa ardiente Shannon que me despierta antes de que suene el despertador para que hagamos el amor, a esta otra algo fría y racional, para acabar siendo alguien que tiene miedo de mirarse en el espejo. Amo todas sus versiones; quiero cada una de sus excentricidades y rarezas. Pero esa última, la que necesita enterrar sus sombras, es la que me despierta en medio de la noche y me hace observarla mientras duerme como si velara sus sueños.
Tomo el rostro de Shannon entre mis manos y hago que me mire a los ojos. Ella no me esquiva, incluso veo esa muda pregunta que bailotea al fondo de sus pupilas.
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La Musa de Fibonacci
RomanceShannon y Dan forman la pareja perfecta: jóvenes, bellos, exitosos... pero sobre todo, enamorados y apasionados el uno por el otro. Cuando reciben como regalo un extraño y antiguo manual, no pueden imaginar hasta qué punto cambiarán sus vidas. El sa...