Apenas me despierto me doy cuenta de que estoy sola. El lugar del colchón que Dan debería ocupar está frío, señal de que hace bastante que se ha levantado.
—¿Dan? —pregunto ante la puerta cerrada del baño. Al no obtener respuesta, me aventuro a abrirla. Está vacío.
Vuelvo sobre mis pasos y miro a mi alrededor. Su maletín con la cámara y su bolsa siguen aquí, pero no hay rastro de él. Entonces, reparo en mi teléfono móvil. En cuanto lo tomo, veo que hay un mensaje de Dan.
Dan: Recuerda que te quiero.
Siempre.
Está enviado a las seis y media de la mañana. No puedo evitar sonreír. Me apresuro a contestarle.
Shannon: Yo también te quiero. Me he levantado y no estabas. ¿Tardas?
Dejo el móvil a un lado a la espera de su contestación y me dirijo a la ducha. Mi cuerpo aún se estremece cuando rememoro la noche anterior y la manera en que Dan me hizo el amor. Me duele el labio y recuerdo habérmelo mordido. Lo que ocurrió entre nosotros fue sublime. Espero poder hablarlo con él en cuanto regrese.
Me demoro un poco bajo el chorro de agua tibia con cuidado de no borrar la espiral de mi cuerpo. Preguntándome cuánto habrá recaudado la subasta, salgo envuelta en un mullido albornoz y vuelvo a tomar el teléfono. Me extraña comprobar que Dan no ha leído mi mensaje a pesar de que la aplicación lo señala como enviado. Vuelvo a intentarlo.
Shannon: Dan, ¿dónde estás?
Impaciente, también lo intento con una llamada. Enseguida, el operador me redirige a su buzón de voz y yo cuelgo antes de dejar ningún mensaje. Suelto el móvil sobre la cama con la sensación de que algo no anda bien en la boca del estómago.
Me visto, recojo todas nuestras cosas y me siento ante la ventana. Sigue lloviendo. Al parecer, por cómo se encuentra la calle, no ha parado en toda la noche, pero yo ni me he enterado.
Vuelvo a tomar el móvil. Dan continúa sin contestar y mi angustia sube un grado. Hace ya más de dos horas que le envié el primer mensaje y ni siquiera lo ha visto. ¿Dónde estará?
Lo intento una última vez con una llamada de voz, pero el resultado es el mismo que las veces anteriores: silencio.
Con mi pequeña maleta, la bolsa de Dan y el maletín con sus bártulos de fotografía abandono el hotel, después de dejar la llave en la recepción y pedirles que nos envíen a casa las maletas de pintura, que han quedado en las otras habitaciones. No sabría ni por dónde empezar a recoger.
Regreso al apartamento con la esperanza de que Dan esté ya allí.
«Sí, eso puede ser —trato de convencerme a mí misma—. Se habrá marchado porque tendría una inspiración y se habrá quedado dormido en el sofá».
Aferrándome a esta idea, pongo rumbo a casa.
—¿Cielo? ¿Estás aquí? —pregunto desde la puerta, con la llave aún en la mano.
A simple vista, el apartamento está tal cual lo dejamos ayer, antes de salir para la exposición. Los cojines mal colocados en el sofá, la manta con la que solemos cubrirnos mientras vemos la tele hecha un ovillo y en el fregadero un par de vasos bocabajo, los que usamos para beber antes de salir de casa.
Paseo la mirada por el lugar. No hay ni rastro de la presencia de Dan.
Dejo las bolsas en el suelo y me dirijo al dormitorio. Tampoco está allí, la cama permanece intacta. Un nudo de aprensión se afianza en mi estómago, pero antes de preguntarme qué siento, oigo unos toques en la puerta de entrada.
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La Musa de Fibonacci
RomanceShannon y Dan forman la pareja perfecta: jóvenes, bellos, exitosos... pero sobre todo, enamorados y apasionados el uno por el otro. Cuando reciben como regalo un extraño y antiguo manual, no pueden imaginar hasta qué punto cambiarán sus vidas. El sa...