la suerte (no) hace al ganador.
[ how to win a run ]
Teniendo en cuenta que Dylan Smith era sinónimo de huracán de energía, ese día se despertó un tanto más animada de lo usual.
Al llegar al campo de deportes le preguntó al primer estudiante que encontró dónde podría encontrar al encargado del club de atletismo: "el tipo con cabello raro de allá" le señaló el desconocido, siendo recompensado con una gran sonrisa de su parte. Un grupo de chicos estaba en el césped elongando sus extremidades mientras que el alto señalado los supervisaba, cruzado de brazos. Incluso aunque hubiera más tipos con cabello raro, a esa cabellera roja le quedaba perfecta la descripción.
—¿Spencer?
Volteó tras escuchar su nombre, sorprendiéndose gratamente al verla. Ella había acertado: el pelirrojo del dormitorio tres era, también, el encargado del club de atletismo.
—¡Oh! Estudiante transferido —saludó con una sonrisa—. ¿Damian...?
—Dylan —corrigió ella, sin darle importancia al error.
—¡Dylan! ¡Claro! Lo lamento, son muchos nombres que memorizar —él excusó, sintiéndose como un abuelo con veinte nietos tras decirlo—. ¿Qué te trae por aquí?
—Quiero ingresar al club de atletismo.
El pelirrojo abrió los ojos en grande; la sonrisa genuina en los labios del chico frente suyo le hizo saber que no se trataba de una —mala— broma, por lo que se permitió fruncir levemente el ceño. No estaba muy seguro: su cuerpo era pequeño, al igual que su estatura. Sus piernas eran bastante cortas y quizás no alcanzarían la velocidad indicada en los estándares del club. Pero, aun así, él quería intentarlo, así que su deber como delegado era hacerle una prueba.
—Oh —por un segundo, no encontró nada más que decir—. Bien. Siempre estamos esperando nuevos miembros.
Ella se alegró bastante al escuchar eso.
—Pero supongo que entenderás que, ya sabes, debo probar tu velocidad.
Después de delegar tan arduamente el equipo de atletismo había aprendido a decir no —siempre y cuando la persona no cumpliera con los requisitos adecuados— pero saber hacerlo no quitaba el hecho de no gustarle. Aquel chico transferido le caía bien, así que se preguntó qué le diría cuando tuviese que rechazarlo, pero la idea llegó a su cabeza.
—Eh, Draven —chifló como si se tratase de un perro. Cuando el castaño levantó la mirada, su mayor agitó el brazo derecho, llamándolo—. ¡Draven, ven aquí!
Ninguno alcanzó a verlo, pero el chico desde la distancia blanqueó los ojos al levantarse. Dejó el libro de H. P. Lovecraft en el césped y trotando despacio se acercó.
A pesar de ser el chico más veloz de todo el instituto, la única razón que tenía para estar en las prácticas matutinas era el entrenador Dillon, quien le había regañado por saltarse sus clases tres veces consecutivas y sin temblar le impuso el castigo de ayudante en el club por tres semanas. Si algún estudiante necesitaba una botella de agua, él se la entregaba. Si alguien precisaba el protector solar, él tenía que llevárselo. No podía ser más humillante.
Pero, según él, lo peor: si era necesario, debía ser el contrincante de cualquier chico que se le ocurriese jugar a las carreritas.
Y eso era exactamente lo que su sénior le estaba pidiendo.
—¿Y qué gano yo con eso?
Spencer no erraba al pensar que Draven no lo haría de manera voluntaria y que, si los milagros existiesen y él aceptara, tampoco sería gratis. Decidido dio dos pisadas hacia adelante, acortando su distancia con la del ayudante, pero este no retrocedió ni bajó la mirada, a pesar de los —por poco— diez centímetros de diferencia referentes a su estatura.

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Singular
Teen FictionDylan creía que nada podría empeorar en su vida, pero ese sobre llegó a sus manos. Aquella carta, escrita a puño y letra de sus padres, le dejó tan solo dos certezas. Un nombre: James. Un propósito: encontrar a su hermano.