mantente alejada de asuntos ajenos.
[ how to (and how not) make friends ]
Lo estaba llevando bien, si era sincera.
Había abandonado su país para pisar uno completamente diferente y se había infiltrado con éxito en un instituto de hombres... Eso era más de lo que cualquier adolescentes de su edad podía presumir.
Garabateó en el papel unas líneas que fueron transformándose en un rostro; un rostro arrugado, repleto de manchas de sol, con unas gafas redondas de lectura. Se parecía a su padre.
Lo estaba llevando bien, si era sincera... solo que no lo estaba llevando bien.
No había nada malo con los chicos. En realidad, todos los que había conocido eran amables... a su manera. Sus compañeros de clase la habían aceptado como uno de ellos casi al instante, y había un grupo pequeño con el que se relacionaba.
Pero ella no estaba ahí para hacer amigos.
Bebió un sorbo del café. Estaba frío.
Había comenzado a organizar una lista —desde pequeña le agradaba el hecho de hacer listas para organizarse, así que pensó que no sería mala idea comenzar una esa vez—; Ashton le había ayudado, no sin antes preguntarle qué rayos estaba tramando. «Nada malo» le aseguró con una sonrisa. No lo dejó tranquilo en absoluto.
Miró la hoja. «Clase 2A», el título negro plumón resaltaba en tantos nombres escritos con lápiz.
James tenía su edad exacta, ni un día más, ni un día menos. Eso facilitaba bastante las cosas: debía estar en su clase.
Con nombres y apellidos, desde la A hasta la Z, tenía todos y cada uno de los chicos de su clase anotados en la última hoja de su cuaderno.
Por supuesto, cabía la posibilidad de que se hubiera atrasado un año. Pero sinceramente no lo consideraba algo probable: el James que había imaginado no era un chico así.
En su cabeza, su hermano era un chico muy inteligente, amable y bondadoso. Del tipo que cedía el asiento a un niño en el metro, del tipo que te ayudaba en las tareas cuando no entendías algo. Un chico bromista y considerado, que respetaba los límites pero no temía cruzarlos.
Si James era tan bueno... ¿por qué sus padres le habían arrebatado la oportunidad de conocerlo tanto tiempo?
Su cabeza dolía. Cerró el cuaderno, no tenía ánimos de continuar con el dibujo.
En ese momento alguien abrió la puerta, con sumo sigilo encendió la luz y, al verla, gritó.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó una voz fuerte, que aún así sonó demasiado chillona— ¡¿Qué rayos eres tú?!
William Austen no era un chico asustadizo, pero tenía que reconocer que, si entraba a escondidas en la cocina de la residencia en la madrugada y veía algo vestido de negro en la isla, sí gritaría de esa forma.
—¿«Qué»? —Dylan se quitó la capucha y encaró al chico, indignada— ¡Soy un «quién», no un «qué»!
—¡Lo que sea! ¡Casi me matas de un susto, tú, rufián! ¿Qué estás haciendo aquí? —él la miraba casi ofendido con los brazos cruzados— Los alumnos no tienen permitido ingresar a la cocina, ¡menos a esta hora!
Dylan quiso defenderse, pero en el momento que lo entendió se cruzó de brazos de la misma forma que su contrario.
—Podría preguntarte lo mismo.

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Singular
Teen FictionDylan creía que nada podría empeorar en su vida, pero ese sobre llegó a sus manos. Aquella carta, escrita a puño y letra de sus padres, le dejó tan solo dos certezas. Un nombre: James. Un propósito: encontrar a su hermano.