II '

12 3 0
                                    





Un hormigueo recorrió toda mi espalda, eso era demasiado irreal para ser cierto, apuesto a que decía ese tipo de cosas con fines de estafarme.

Quizá.

- ¡Oh, eres tan gracioso! - estallé en risas cuando acabó su tonta presentación, sin siquiera lograr pensarlo él también comenzó a reír junto a mí.

- ¿Acaso no me crees? - preguntó en medio de una carcajada mientras me observaba.

- No - le dije sincera aún con una gran sonrisa, y de repente la curva en sus labios se borró, haciendo que la mía también desapareciera.

- Pues deberías. - dijo.

Sentí mis piernas temblar.

- ¿Sabes?... Se me hace tarde para el trabajo. - me despedí comenzando a caminar lejos de él, ahora sin verlo. - Fue una muy buena broma, amigo. Felicitaciones.

- Vamos, Priscilla. - fue lo siguiente que dijo, y no pude evitar girar sobre mis tacones, de alguna forma me sentía tan expuesta, ¿cómo se suponía que sabía mi nombre?, yo nunca se lo había mencionado.

- ¿Cómo sabes mi nombre? - tartamudeé con algo de terror en mi voz, él solamente sonrió sin mostrar sus dientes.

- Ya te lo dije, soy el Diablo. - volvió a decir, ¿Acaso creía que era estúpida?

- Si quieres tener sexo conmigo solo dímelo, pero si pretendes llevarme a la cama con esas bromas tan raras, diciéndome que eres el "Diablo", entonces estás gravemente equivocado. - solté ya con la poca cordura que me quedaba siguiendo mi camino.

- ¿Tendrías sexo conmigo? - sonrió coqueto - Me halagas. - sonreí ante sus palabras antes de volver a parar mi paso y observarlo.

- ¿Por qué no?, mírate, eres tan caliente. - dije lentamente enmarcando bien la última palabra.

- ¿Tan qué? - preguntó aún con una leve sonrisa.

- Caliente, ardiente... Honestamente y obviamente te doy. - respondí. Él sonrió dejándome ver esta vez sus perfectos dientes. - Pero Señor Diablo, ahora tengo que ir a trabajar.

- Lo sé, y voy contigo. - aseguró.

- ¿Qué? - pregunté atónita, mientras el pasaba su lengua de una manera lenta por sus labios.

- Me encanta cuando dices "¿Qué?", suena tan... Caliente. - dijo, y podía asegurar de que mi cuerpo estaba sintiendo algo digno de una película para adultos.

Tiré cada pensamiento tonto que obstruyera mi mente y hablé de nuevo.

- Se me hace tarde. - comencé a caminar casi con el corazón en la garganta mientras él me seguía el paso a la par.

- A mí también... Me detuve a verlo - comentó sin apartar la vista de su camino - Eros se enojará mucho si llego tarde a mi primer día de trabajo.
Todo esto parecía ir de mal en peor.

- ¿Qué? - lo miré frunciendo el entrecejo.

- No digas "¿Qué? " - demandó de nuevo pasando su mirada a la mía - No puedo controlarme tan fácilmente.

Ahora sabía definitivamente que este hombre era extraño. No solamente jodidamente atractivo, sino que era extraño de una manera tan loca que lograba excitarme. Sin embargo, sabía que lo que tenía que hacer era alejarme lo más rápido posible de él, correr por mi vida y gritar lo más fuerte posible.

- ¿Cuál es tu nombre? - le pregunté cuando nos detuvimos en el semaforo, él miró al mismo y éste de inmediato cambió de verde a rojo.

- Odio esperar a que esas cosas cambien. - me dijo sin mirarme, evadiendo por completo mi pregunta.

- No sé qué hago aquí contigo. - y casi como un niño después de hacer una travesura, apresuré el paso mientras aferraba mi bolso a mí.

Por suerte lo logré perder entre algunas personas que continuaban su rutina. Y para mi mala suerte llegué tarde, subí el elevador y llegué a la oficina casi resbalandome en el lindo piso recién pulido.

- ¡Priscilla!, ¿Dónde andabas metida? - preguntó Joe a penas me vió entrar.

- Me dormí - respondí entrando por completo a la oficina mientras dejaba mi bolso sobre una mesita.

- No te culpo, ayer la noche se sintió demasiado agotadora - habló haciendo una pausa de repente - Por cierto, Eros nos espera en su oficina, creo que nos van a presentar al nuevo jefe en administración.

La miré arrugando la nariz, ahora ni siquiera estaba de humor para aguantar mi propio trabajo. Asentí a sus palabras y los dos comenzamos rápido nuestra caminata nada silenciosa hasta la oficina de ese maldito oxigenado. El olor a colonia cara y a velas aromáticas invadió mis fosas nasales en cuanto entramos, era horrible, mi gesto se volvió amargo por un momento, hasta que la mirada furiosa de Eros se undió en mis grandes ojos y después apuntó al hombre que miraba por la ventana con tanta calma, mi corazón se aceleró cuando reconocí esa silueta.

Él se giró, y cuando vi su rostro, mi cuerpo dejó de reaccionar a alas órdenes de mi cerebro.

Levantó una de sus cejas y me guiñó un ojo acompañado de una pequeña sonrisa superficial.

- Él es su nuevo jefe en administración. - continuó Eros, mientras mi boca se encontraba levemente abierta, hasta que me di cuenta y reaccioné.

- Buen día, chicos. - dijo él mirandonos, mirándome.

No, ¿cómo podía estar pasando esto?

- Mucho gusto, soy Joe Williams. - se presentó mi amigo, yo solo miraba la escena, me sentía petrificada y helada con solo verlos. Y cuando Joe notó mi estado, golpeó levemente mi brazo con su codo derecho.

- Yo... Yo soy Priscilla - lo miré intentando no estallar en un ataque de pánico o nervios - Priscilla Heckler - acompleté.

Me sonrió hipócritamente y miro a mi jefe - Bueno, hermano - suspiró palmeando su hombro - me voy a ver unos papeles. - dicho eso se abrió paso y se fué a su oficina.

En cuanto Joe y yo nos alejamos de Eros, él me tomó de los hombros. - ¿Qué te pasa?, ¿Te sientes bien? - preguntó tocando mi frente.

- Sí, sí - asentí consecutivas veces - claro que sí, solo... Solo es que estoy un poco somnolienta, ¿sabes?. Iré por un café. - dudó unos cuantos segundos en soltarme pero lo hizo, no sin antes darme una mirada amenazandora.

Vertí el café caliente en mi taza blanca y de inmediato me sentí un poco más calmada.

Sí, ahora tenía una buena taza de café, pero también tenía un gran gran problema, el cual era más conocido por su derivado "El Diablo", sonaba estúpido, pero eso era lo que me pasaba, me había metido en un gran lío y no sabía cómo salir de él.

Entré a mi oficina y acomodé mi gabardina beige en el perchero, me senté sobre mi silla e hice lo de siempre, claro, no sin antes estar torturandome a mí misma con la existencia de ese hombre, algo de pánico crecía en mí al imaginarlo entrar por mi puerta, y junto con él, crecía el calor en la oficina de una manera exagerada.

𝐃𝐎𝐍'𝐓 𝐏𝐋𝐀𝐘 𝐖𝐈𝐓𝐇 𝐓𝐇𝐄... | Alex TurnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora