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Analicé un poco su expresión al reír, unas pequeñas arrugas se marcaban en sus mejillas, y sus ojos parecían achinarse al hacer presión. Era obvio que esto lo estaba sintiendo como algo irreal.

–...¿Qué? – susurré sin poder creerlo.

– ¡Oh, maldición! – soltó con frustración – Ya te dije que no digas más la palabra “¿Qué? ”, no me haré cargo de mis actos.

Tragué saliva al escucharlo tan seguro, acomodo mi sillón y se dirigió hasta la puerta mientras yo no podía ni siquiera moverme de donde me encontraba. Nunca había pensado en realidad lo que haría si me encontraba con el mismísimo diablo, y si alguna vez lo hice, seguramente no sería nada como esto.

Ahora estaba segura de que ;

Nada nunca es como parece.

– Vamos, Priscilla. – me llamó en cuanto se escuchó que abrió la puerta – Vamos a casa.

Solo unos segundos después hice caso a sus llamados y tome mis cosas, para por fin disponerme a seguirlo. Y como era de esperarse, ya no había nadie en el lugar, ni siquiera Eros...¿Dónde carajos estará Joe?. Mientras un tornado se expandía en mi mente, el diablo parecía tan calmado a mi lado, mientras llevaba sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón, lo miré de reojo y el también lo hizo, para acabarla el maldito elevador no llegaba a la plants baja, y podía jurar que el calor en ese lugar comenzaba a aumentar.

– Tu amigo se fue con su novio – se dignó a romper el silencio.

– ¿Cómo lo sabes? – pregunté, justamente el elevador llegó y las puertas se abrieron ante nosotros para por fin salir.

– Sé muchas cosas. – dijo y comenzamos a caminar por las calles nocturnas. Abrí mi cartera y saqué un cigarro, pude sentir su intensa mirada sobre mí – Y, ¿a dónde vas, Alex? – le pregunté mientras encendía el cigarro en mis labios.

– Que bien suena mi nombre en tu boca – alardeó coqueto.

Y por primera vez en bastante tiempo, me sentí avergonzada. La sangre subió y se concentró en mis mejillas al instante en que la bocanada de humo salió de mis labios.

No me has contestado la pregunta – me defendí tratando de cambiar el tema y que no se diera cuenta que me ruboricé.

– ¿La nicotina te calma? – preguntó al ver el cigarro en mi boca.

– Bastante – dije para después soltar otra bocanada de ese humo. El estiró su mano hacia mí para que se lo diera, lo hice y lo colocó en sus labios para darle una larga calada.

– Sí, lo sabía, y por lo que según sé...el sexo aún más. – me miró y me devolvió el cigarro.

– Ya sé — volví mi mirada hacia enfrente.

Caminamos por las ruidosas calles, aún sin creer que esté caminando con el diablo, debo estar loca, muy loca.
Y en menos de lo que me esperaba, ya estaba enfrente de mi hogar, estaba por entrar pero me detuve.

– ¿Vas a entrar conmigo? – pregunté al reaccionar.

– Claro, linda. – dijo divertido.

– No, tú no vas a entrar a mi casa – dije mientras los nervios se apoderaban de todo mi cuerpo al ver su sonrisa de costado.

–  ¿Me tienes miedo? – cuestionó.

– ¿Y a ti qué te parece? – solté con sarcasmo, pero a él no pareció importarle, porque se dirigió hacia la puerta y la abrió sin ningún problema.

– Después de ti – se burló abriéndome el paso, solamente hice caso y lo miré entrecerrando los ojos un poco.

– ¿Debo tener miedo? – le pregunté dándole la espalda.

– No, solo vengo a ver qué quieres a cambio de tu alma. – escuché la puerta cerrarse y sus pisadas más cerca de mí.

Sabía que me estaba cagando de miedo, pero, los nervios eran mucho más grandes que mi miedo, por lo que rápidamente subí las escaleras y me detuve rápidamente para mirarlo.

– No me sigas. – lo apunté con mi dedo – Que no tendría ningún problema en darte un baño de agua bendita. – él sonrió y asintió con la cabeza.

Entré a mi habitación, lo primero que hice fue quitarme los tacones y ponerme algo más cómodo, después me puse un short de seda blanco, el cual se complementaba con una blusa de tirantes y bajé antes de que el hombre debajo hiciera algo.

– ¡Oye, no hagas eso! – grité enojada cuando lo vi en el sofá jugando con mi gato de porcelana.

– Siempre me pregunté, ¿Por qué las mujeres son tan detallistas? – dijo y puso mi gato en su lugar.

– No lo sé – solté un suspiro y caminé hacia la cocina.

Saqué pan de la alacena, jamón, queso y verduras para un buen sandwich. Tomé el cuchillo y comencé a cortar rebanadas de queso y jamón, podía sentir esa mirada sobre mí, sin dejar de cortar levanté mi vista y sí, él me estaba mirando, sonrió levemente y caminó hacia la cocina.

– ¿Cuantos años tienes? – le pregunté.

– Oh, eso no se le pregunta al diablo – dijo divertido.

– Creo que eso es para las mujeres – exclamé irónica.

– ¿Puedo? – dijo, alce la mirada y vi que se refería a tomar una fruta.

– Claro – acepté, y tomó un durazno, volviendo a frotarlo, pero esta vez contra su camisa.

– ¿Es verdad que tú eras un ángel antes?

– No, no es verdad – escuché cuando mordió el durazno y la piel se me erizó – Siempre fui el Diablo, cuando hice que Adán y Eva mordieran la manzana – azotó lo que creí que era el durazno contra la barra, y ahora era una perfecta manzana roja – Fue para estar empatados Dios y yo.

– ¿Empatados? – dije al no entender.

– Sí, Dios tenía hombres buenos, animales, agua pura, luz, aire limpio, no había nada más. Yo tenía que tener algo también, ¿no te parece? – sonrió, y mi ceño se frunció acompañado de una pequeña sonrisa en mis labios – Vivir ahí abajo solo, no era divertido, y eso que a veces iba a su casa a jugar boliches con él.

– ¿Con Dios? – tomé la bolsa de pan blanco para sacar unas cuantas rebanadas.

– Claramente, ¿con quién si no? – susurró – Cuándo ellos dos comieron la fruta, nació una persona muy especial para mí. – lo miré atenta.

– ¿Quién? – pregunté ansiosa.

– Stella. – fue ahí cuando dejé de hacer lo que estaba haciendo.

Era una mujer.

– Mh...una mujer. – rápidamente continué con los sandwiches.

– Sí, pero no cualquier mujer – dijo, y sentí una fuerte punzada en el estomago, la cual me había provocado algo de molestia – Ella es la muerte – alcé la mirada asombrada.

– ¿La muerte? – alcé una ceja.

– Sí, ella es mi hermana, y con ella se unieron mis otros hermanos, los demonios.

Analicé un poco sus palabras y solté un suspiro.

– ¿Sabes?, esto ya me está resultando algo tonto, ¿piensas que voy a creerte todo eso? – corté un sandwich en dos y escuché de nuevo esa risa tan propia de él.

– No me creas si no quieres, linda. – soltó aún burlón y salió de la cocina.











𝐃𝐎𝐍'𝐓 𝐏𝐋𝐀𝐘 𝐖𝐈𝐓𝐇 𝐓𝐇𝐄... | Alex TurnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora