Acariciaba mi abultado vientre, ya casi en su plenitud, con siete meses de gestación. Claude no se había separado de mí ni un instante.
Mi deducción había sido certera: Diana se enteró de su embarazo y se lo dijo a Claude, pero a este no le importó. Su indiferencia fue un regalo para mí.
Después de un mes, me di cuenta de mi propio embarazo, cuando mi cuerpo comenzó a cambiar. Tres vómitos en un día y Claude se preocupó por mí.
Debió ver mi cara de triunfo, porque fui mimada por Claude como nunca antes. Su amor y dedicación fueron mi recompensa.
"¿Qué si estoy feliz?", me preguntaba a mí misma.
"Quién lo estaría", pensaba Calista con una sonrisa, "Claude era un tonto, siempre detrás de mí como un perro fiel, pero era mejor tenerlo así."
De repente, una voz alegre y familiar resonó en la habitación.
"¡Acaba de patear!", exclamó Claude, su rostro iluminado por la emoción.
Calista lo miró con cariño y le dijo:
"Está emocionado, sabe que su padre está aquí."
Claude se acercó, su mirada cálida y suave, y dijo:
"Calista, mi amor, no importa si nuestro fruto de amor no es un varón, yo estaré tan feliz no importa el sexo de nuestro bebé."
Mientras hablaba, acariciaba el gran vientre de Calista, lleno de amor y anticipación.
Calista sonrió y respondió:
"Claro, rey, lo sé, es solo que... de verdad deseo un varón."
Claude se rió y la besó en el cuello y luego en la boca.
"Un niño que sea idéntico a ti, mi rey", susurró Calista, devolviéndole el beso.
"Si la voluntad de nuestro Dios es esa, que así sea, querida", dijo Claude, su voz llena de amor y respeto.
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Mientras tanto, en otra habitación, una mujer rubia y de ojos rosa, Diana, sentada con un enorme vientre, se lamentaba:
"No es justo, no es justo... Yo debería estar con Claude, él debería venir y abrazarme. ¿Por qué no viene?"
Los ojos de Diana comenzaron a lagrimear, su corazón lleno de tristeza y nostalgia.
"¿Qué, si extrañaba a su amado?", se preguntaba. "Claro que sí, lo extrañaba mucho."
Pero al parecer, Claude no lo hacía.
"Crecer fuerte, mi bebé, muy fuerte y linda o lindo", dijo Diana, acariciando su vientre. "Tal vez tu padre quiera verte cuando nazcas, sí, si eso... Él solo está molesto conmigo."
Diana volvió a sentir que sus ojos lagrimeaban, su alma llena de dolor.
Mientras tanto, su dama y amiga más leal, Lilian York, veía esta escena con impotencia.
"¿Por qué el emperador no venía a visitar a su amiga y a su nuevo bebé?", se preguntaba. "Después de todo, el bebé que llevaba Diana en su vientre era el primogénito."
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En otro rincón del castillo, una cabellera roja como la sangre se asomaba, anunciando la presencia de un hombre singular. No era nadie más, ni nadie menos que el caballero Escarlata, el caballero imperial y amigo de Claude. Su belleza era inigualable: una melena roja intensa, ojos grises profundos, piel pálida y una estatura imponente. Su rostro, esculpido por la perfección, irradiaba bondad y ternura, capaz de suscitar suspiros en cualquier corazón.
A diferencia de Claude, Félix Robaine era un hombre alegre, siempre con una sonrisa tierna y nerviosa en sus labios. Sin embargo, en ese momento, su mirada se posaba en su amigo y en la nueva amante de este, Calista. Sabía que Claude estaba perdidamente enamorado de ella, y él mismo no podía negar su propio amor por aquella mujer.
La pregunta resonaba en su mente: ¿quién no la amaría? Calista era amable, sincera, tierna y, sobre todo, hermosa, muy hermosa. Sin saber cómo ni cuándo, ya estaba enamorado. Un amor prohibido, muy prohibido.
Con una mirada triste, miró a la pareja, pensando: "Yo debería estar con ella ahora..." La melancolía se apoderó de su corazón, y su rostro se ensombreció.
El caballero Escarlata se sumió en sus pensamientos, su alma atormentada por un amor imposible. Su lealtad hacia Claude y su propio honor lo mantenían en silencio, pero su corazón clamaba por expresar sus sentimientos.
OH~, pobre caballero... Su destino parecía sellado, condenado a amar en secreto.
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Princesa encantadora x tu ( La nueva favorita ).
FanficDiana no sabía lo que acababa de pasar en su vida. Claude últimamente estaba distante, más frío de lo común. Ya ni siquiera la visitaba. ¿Acaso había llegado una nueva mujer? No, Claude nunca haría algo así, ¿verdad? Él la amaba, ¿cierto?