CAPÍTULO 3

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      —Está estable.—Alexa sonríe al mismo tiempo que llora. Resulta más que evidente el gran alivio que ha supuesto para ella las palabras del médico. Mis ojos se clavan en los del de bata blanca, me sigue sorprendiendo la frialdad con la que los médicos tratan estos temas, con la impasibilidad e incluso, indiferencia. Estoy en cierta parte acostumbrada a ello.

—Muchas gracias doctor.—Consigue pronunciar Alexa entre lágrimas ahora de alegría. Kevin deja que se apoye en su pecho y la envuelve con su brazo en un tierno abrazo reconfortante. Realmente el chico de ojos verdes es como un hermano para ella.

Llegados a este punto me obligo a toser para romper el hielo. ¿Qué debo hacer ahora? Lo único en lo que había pensado mientras esperaba era que quería asegurarme de cómo iba a acabar el chico antes de marcharme, y ahora que lo sé, y que por suerte es que ha salido de esta, ¿Qué debo hacer? ¿Marcharme? ¿Quedarme? Solo de pensar que tendré que volver a enfrentarlo me pone la piel de gallina.

—¿Podemos pasar a verle?—Pregunta Kevin acariciando el pelo de Alexa con ternura. La mirada del doctor es, de nuevo, como un iceberg.

—Todavía está confuso y aturdido, por la anestesia. Hemos tenido que hacerle un lavado de estómago, creemos que ha tenido una posible sobredosis.

—¿Y las marcas? ¿Las heridas?—Intervengo.

—Claros golpes intencionados. Seguramente se haya metido en alguna que otra pelea justo antes de quedar inconsciente.

—Caín no toma drogas duras.—Dice Alexa separando la cara del pecho de Kevin.—No las toma.—El médico se encoge de hombros con bastante indiferencia.

—Tendremos que esperar los resultados del análisis para determinarlo.—Se hace a un lado y deja paso libre hacia la habitación. Muerdo mi labio inferior con fuerza hasta que noto un fino hilo de sangre descender por él. Me lo quito con rapidez con el dedo y miro al suelo. Estoy nerviosa, lo sé porque siempre termino haciéndome la misma herida en los labios cuando estoy bajo mucho estrés. Alexa y Kevin se adentran sin siquiera mirarme, impacientes por ver el estado de su amigo. Si alguno de los rasgos propios de los Libra me caracteriza al cien por cien es, sin duda, el de ser indecisa. ¿Qué demonios debo hacer?

Me quedo pegada al marco de la puerta mirando la sala de espera en silencio, intentando descifrar algo de lo que Alexa está diciendo entre sus sollozos desesperados. Trago saliva. Su aspecto no debe de ser el mejor para que se haya puesto así.

—¿Me escuchas? ¿Caín?—Murmura Alexa. Un par de lágrimas se me escapan sin pretenderlo cuando no hay respuesta del chico de ojos verdes. Juraría poder notar el dolor que acaba de punzar el pecho de sus corazones. Esta situación es tan idéntica a aquello que casi puedo verme a mí ahí dentro, rogándole a lo que sea que hay ahí arriba para que mi madre abriese los ojos y me reconociese. Pero nunca pasó.

Antes de que me decida a marcharme por mi propio bienestar, la silueta de una mujer hiperventilando y apretando el bolso con desesperación aparece al final de la sala. Su pelo es castaño claro y desciende como una larga cortina por su espalda hasta terminar por encima de su espalda baja. Viste un vestido de flores bastante veraniego para estar en Octubre y en Galicia, pero la chaqueta de pelo que lleva por encima intuyo que lo compensa. Su voz suena agotada, como si hubiese corrido kilómetros y kilómetros hasta llegar hasta aquí. Algo se siente distinto en ella, su nivel de desesperación es distinto al de Alexa o Kevin. Me separo de un leve empujón de la pared cuando se dirige como una bala hacia donde estoy, es decir, a la entrada de la habitación. Ni siquiera me mira, me ignora al completo, incluso cuando le tiendo la mano para presentarme a la que intuyo que es la madre del chico de ojos verdes. Yo tenía razón, era la mujer con la guitarra del fondo de pantalla de su teléfono.

Mi Sentimiento InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora