CAPÍTULO 2

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A veces tienes que saber actuar rápido en ciertas ocasiones inesperadas. Hay veces que no tienes a tus padres para preguntarles qué debo hacer, qué puedo o no hacer y sobre todo, qué es lo que hay que hacer. Cuando vi que ese chico estaba medio muerto en aquel callejón lo primero que pensé fue: ¿Qué haría mi madre ahora mismo? Casi al mismo tiempo me percaté de que no era el mejor ejemplo y pensé: ¿Qué haría mi padre?

Si algo caracteriza a mi padre es su sabiduría, su agilidad en situaciones extremas como estas y sobre todo, su insaciable ansia por ayudar a los demás tanto como se pueda. Es un buen hombre, lejos de todo lo que actualmente me pueda pasar con él, es una de las mejores personas que conozco. Es por eso que cuando me vi allí tirada junto al chico a plena luz del día, cuando me aseguré de que efectivamente respiraba pero apenas con normalidad, pensé en lo que haría mi padre. Así que lo hice, llamé a una ambulancia y me quedé acariciando al gato hasta que apareció. En ese tiempo me acerqué a una de las tiendas de comestibles y le compré una lata de atún al pobre gato que parecía no haber comido en días. Los auxiliares de la ambulancia aseguraron que si sobrevivía era gracias a mí, que no le daban más de una hora si no hubiese llamado en ese momento. ¿Me convierte eso en una heroína? ¿En alguien del que mi padre estaría orgulloso?

Todo eso lleva rondando mi cabeza desde que me vi medio obligada a subirme a esta ambulancia y acompañar al chico moribundo al que no conozco de nada. Le miro y no veo un monstruo como me podía parecer ayer. Le miro y veo paz. Es un chico joven, atractivo, de complexión fuerte y un cabello castaño. ¿Qué demonios le habrá pasado? Por las marcas de sus nudillos diría que se ha metido en alguna pelea, incluso que ha pudo haber un punto en el que él iba ganando. Si hubiese sido desde un principio perdiendo no tendría heridas tan profundas.

—¿Sabe su grupo sanguíneo?—Dice uno de los auxiliares. Me mira fijamente y con una preocupación realmente alarmante.

—Ya le he dicho que no lo conozco de nada.—Su entrecejo se frunce de inmediato.

—¿Entonces por qué lo has acompañado?—Abro la boca con la intención de contestar algo coherente, de encontrar esa razón que hasta ahora no se había pasado por mi mente. Tal vez fue la forma en la que su mirada se quedó incrustada en mi mente durante todo el día, o tal vez por la forma en la que su ronca voz se quedó en modo repetición dentro de mi cabeza. Quizá fue el haberlo visto tan indefenso. En realidad, no lo sé.—¡Ha entrado en parada!—Un montón de pitidos y sonidos empiezan a resonar por el ambiente. Los auxiliares se mueven ágiles y concentrados, uno de ellos me aparta con bastante brusquedad para coger un par de planchas electrificadas y frotarlas mientras otro de ellos corta camiseta del muchacho. Sé qué significa lo que ha dicho. Está en parada. ¿Se puede considerar entonces que está muerto? ¿Por qué me afectaría si fuese así? No le conozco, pero no podría explicar el agobio y las lágrimas que se deslizan por mis mejillas sin siquiera casi notarlas.

''No puedes morir así, no después de todo. Por favor no te mueras, lucha.''

Un, dos, tres...Fuera. Eso es lo que repiten, lo que gritan cada vez que le dan una descarga eléctrica al chico de ojos verdes. A la tercera vez la máquina vuelve a tener un pitido constante, débil, pero constante. El resto del camino se hace más largo de lo que pensaba, de hecho, cuando las puertas de la ambulancia se abren me percato de que ya es de noche. Ellos me impiden el paso y me dicen que vaya hasta recepción y me informe bien de a dónde lo mandan para poder ir a verlo una vez lo consigan estabilizar, y matiza, si es posible hacerlo.

—¿Sabes si tiene algún familiar al que podamos avisar?—Niego con la cabeza con lentitud. Me entrega la camisa recortada y la cartera del chico junto a un par de pertenencias más como una pulsera de plata que pone ''Con amor, mamá'' y un reloj de la marca Casio. Lo agarro todo sin saber muy bien qué hacer con ello y observo cómo lo suben a la camilla de hospital y salen con él corriendo hacia lo que intuyo que son los quirófanos. Esto ha pasado tan rápido que ni siquiera me he dado cuenta de que Lucía, mi compañera de piso, lleva llamándome más de media hora. Seguramente quiera saber por qué he faltado a nuestras usuales cenas de jueves noche antes de salir de fiesta. Le escribo que empiece sin mí y que no saldré hoy. El resto de detalles excuso decir que han sido unas mentirijillas para no preocuparla. ¿Cómo decirle que he acabado en el hospital con las pertenencias de un desconocido en las manos?

Mi Sentimiento InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora