18

292 16 4
                                    

Olivia ni siquiera los miraba, el encuentro con Johann en la mañana le había generado una notable impresión que se esforzaba en recordar una y otra vez.

Por otro lado, Henriette tenía muy presente el acuerdo con sus superiores. Una parte de su ser yacía aterrada por lo que pudiera suceder si la descubrían, pero la otra guardaba la esperanza que en dado caso sus hermanos estarían lejos, a salvo. Fingía observar el tétrico paisaje boscoso a un lado de la carretera a las afueras de Berlín, al este, camino a Brandemburgo.

Una desviación junto al camino principal a mano izquierda les hizo cambiar de rumbo. El nuevo camino estaba flanqueado por árboles tan altos a los cuales era tarea imposible identificar sus copas desde el automóvil.

Henriette se estremeció en el asiento, podía jurar que estaban a una temperatura mínima, la típica de la época. Lo cual acrecentaba su preocupación respecto a su lugar de destino. Se sintió tentada a hacerle conversación a su hermano menor, pero con notar la seriedad que proyectaba decidió desistir de la idea. Por el espejo retrovisor visualizo a Olivia, quien la imitó, perdiendo su mirada en las ventanas del auto. Suspiró, resignándose al silencio. Cerró los ojos dormitando el resto del camino.

Veinte minutos después sintió el vehículo parar. Escuchó a Gilbert hablarle en voz baja, avisando que llegaron a su destino. Abrió los ojos enseguida, y se estiró un poco. Salió del automóvil, ayudando a Olivia con el cesto que traía consigo, ya que sabía que el contenido en su interior lo hacía pesado. Ambas siguieron a Gilbert que encabezaba el trayecto hacia el interior del plano boscoso, con un par de sacos sobre sus hombros en total silencio.

—Deberíamos cambiar nuestros horarios de visita. —sugirió Olivia acariciando el brazo ocupado por cargar la cesta. —Hace mucho frío, nos vamos a enfermar si seguimos en estas.

—Deja de quejarte, nuestros horarios no están en discusión. —la reprendió Gilbert.

—Dejen de pelear, ¿Quieren? —terció Henriette. —No es el momento ni el lugar.

Los hermanos chasquearon la lengua al mismo tiempo, en señal de disgusto. Los pinos impedian que los claros de la luna se manifestarán en su esplendor, pero a lo lejos a simple vista podía notarse una fachada. La Götze mayor sonrió, aliviada por la cercanía.

Su destino de llegada era una cabaña de tamaño medio y modesta. Gilbert bajó los sacos de sus hombros y manipuló la puerta, abriéndola. Las bisagras fijadas en la madera chillarón, mostrando la profunda oscuridad que reinaba en el sitio. Henriette se aproximó a su hermano y aplaudió cinco veces seguidas con pequeñas pausas. Los tres guardaron silencio por instantes.
Una serie de crujidos provenientes del piso de madera los hicieron prestar atención y pocos segundos más tarde un muchacho alto se mostró ante ellos, sosteniendo una lámpara de aceite. La luz de la lámpara dejaba ver un rostro cansado y delgado, producto del encierro obligatorio en el último año y medio de su vida.

Ahora Gilbert era quien sonreía. Acudió al adolescente para darle un abrazo. Henriette le sonrió, revolviéndole juguetona el cabello. Sentía la necesidad de exponer su afecto reprimido. Olivia se apresuró a cerrar la puerta de la cabaña y a su regreso lo tomó del brazo, intercambiando una breve charla amistosa que apaciguó la tensión entre los Götze.

Se perdieron en la oscuridad, adentrándose en el escondite del chico. El cambio de temperatura fue notorio, un calor acogedor los recibió. El piso y las paredes se sentían tapizados, a fin de repeler las bajas temperaturas que se hacían sentir en el otoño alemán.

Tres bultos al fondo de la pequeña habitación se movían al compás natural que implicaba respirar.

—¡Hey! ¡Despierten! —vociferó el adolescente. —Tenemos visitas.

Encrucijada en tiempos de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora