20

244 15 9
                                    

La calidez de la casa Zimmerman era envidiable. Sin duda el matrimonio de sus tíos simbolizaba un gran referente que debía imitar. Si los Goebbels no ocuparán la imagen de la familia modelo en el Reich, el propondría frente al Führer a los suyos. Y no por los lazos familiares que los unían, sino por el éxito obtenido como hogar modelo.

—Es un gusto tenerte en casa, sobrino. —dijo melosa Helga Zimmerman, acariciando las atractivas facciones del hombre. —Mírate, que guapo estás.

Volker tomó la mano de su tía entre las suyas y la estrechó, cálido. Helga era como una segunda madre, a pesar de sus doce años de diferencia. La quería mucho, fue la figura menos rígida y más comprensiva de la familia en su adolescencia. Mientras los demás le fincaban expectativas a cumplir ella en cambio lo incitaba a que siguiera el camino que lo hiciese feliz, sin importar que. Creía que en sus palabras había cierta proyección y a que siendo mujer no tenía ni por asomo las mismas oportunidades que él.

—Quise venir a verles. ¿Cómo están? ¿Todo bien? —preguntó.

—Si cariño. Gustav está ahora trabajando y los niños tienen clase con su institutriz.

—¿Por qué tienen clases particulares? Podrían ir a un colegio normal ¿No? —inquirió el teniente coronel.

Helga supo que tenía que contestar con cuidado. El hombre que tenía frente a ella aunque fuese su sobrino no dejaba de ser un miembro letal de la Schutzstaffel.

—Recuerda que me fui con ellos a Francia por dos años, querido. Nunca se acostumbraron al sistema educativo, tuve que conseguirles tutores germanos para regularizarlos. Cuando volvimos llegamos fuera de la época de ingreso a clases y no se me ocurrió mejor idea que siguiesen educándose con ellos, y a que sus calificaciones fuesen buenas. Hasta la fecha nos ha funcionado, Henriette es una excelente tutora y el desempeño de tus primos es alto. Igual o incluso mejor a como si estuviesen en el sistema tradicional.

Una sonrisa se dibujó en los labios del hombre. Que Henriette educara a los niños Zimmerman decía mucho del nivel de preparación que ella tenía. Sus tíos no dejarían la educación de los pequeños en manos de cualquiera.

—La conozco. —confesó Volker. Su tía lo miró con cierta sorpresa, queriendo saber la historia. Continuó. —Sí, ella y yo crecimos en el mismo barrio en Frankfurt. Era mi mejor amiga en la niñez.

—¡¿Qué?! ¡No lo creo!

—No miento. Y digo que éramos...porque en todos estos años nos perdimos la pista. No se si ella me siga considerando igual, yo la quiero.

Helga Zimmerman abrió ligeramente la boca, sus mejillas se tornaron coloradas y sonrió.

—¿La quieres? —le preguntó, emocionada.

—Sí. Como amiga, por supuesto. —aclaró aunque no estaba del todo seguro.

Que su sobrino favorito abriera su corazón con ella le enternecía.

—Es una buena chica, trabajadora y dedicada. Incluso no comprendo como es que a su edad sigue soltera, porque es un buen partido para esposa.

—¿Te parece? —inquirió el capitán.

—Totalmente. Y ojalá sea esposa de un buen hombre que esté a su altura, porque realmente lo merece.

Volker sonrió. Que su tía tuviera una opinión favorable de su amiga le interesaba. Podía hacerse una idea del tipo de mujeres que le parecían objetivamente ideales. Tenía que reconocer que era capaz de ver cosas que el pasaba por alto.

—Y creo que tiene un candidato. —agregó Helga. —El capitán Sonnenschein aquella noche de la fiesta no se le despegó ni un instante. Cada que los veía estaban juntos. No me extrañaría que el esté cortejándola.

Encrucijada en tiempos de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora