El recorrido desde Varsovia no fue tan agotador como pensó. Se inclinó un poco de su asiento, mirando a su acompañante que aún dormía frente a él.
Su atención se dirigió al gran ventanal del compartimento privado. Se dio cuenta que el tren ya estaba llegando a su destino final. El paisaje comenzaba a serle familiar y un sentimiento de nostalgia logró apoderarse de su persona.
Era normal, tenía cinco años sin pisar la jungla de cemento que era Berlín. La ciudad que lo acogió con los brazos abiertos apenas cumplió la mayoría de edad, varios años atrás. Su regreso a la capital significaba tantas cosas, una era por fin disfrutar una mediana estabilidad en su residencia que en el tiempo en que estaban significaba un lujo. La guerra que se estaba desatando en la mitad del mundo difícilmente daba pie a permanecer en un solo lugar. Se encontraba dispuesto a valorarla lo que durase.
La madera del asiento vecino al suyo crujió. Encontró a una preciosa mujer de cabello castaño y ojos marrón intentando deshacerse del sueño que aún le aquejaba. Movía su torso de izquierda a derecha, al ritmo de un compás silencioso e imaginario. Esta al sentirse observada río y se incorporó para pasar de su cama improvisada a las piernas del que consideraba el más íntimo de sus amigos. Le echó los brazos al cuello, besándolo al instante.
—Buenos días, mon chérie. —Lo saludó con voz aún adormitada.
—Buenas tardes, principezza. Ya pasamos del medio día. —Respondió, devolviéndole el beso que ella le había dado segundos antes. Ahora era el quien la sujetaba, sus manos posaban en la cintura.
La joven mujer, sin perder tiempo aceptó reanudar los gestos cariñosos que mantenía con su compañero de viaje, quien le encantaba. En el compartimento ya no existía silencio alguno, las risitas y suspiros que él le arrebataba inundaban el ambiente sonoro. Ni siquiera se percataron cuando el tren paro en la estación.
El pesado andar de un par de botas militares al exterior del privado los puso alerta en cuestión de segundos.
—¡Vigilancia! ¡Abra el compartimento por favor! —vociferó una voz masculina.
—Arréglate un poco. —le susurró al oído a su compañera, burlón. Ella obedeció sonriendo, separándose de él. —¡Espere un minuto! —respondió al exterior con autoridad.
Se puso su saco, luciéndolo pulcramente. La mujer que lo acompañaba arreglaba su cabello y retocaba el color de sus labios, que se había perdido con la sesión de besos. Corrió la puerta del compartimento, había varios soldados revisando el vagón. El que los interrumpió aguardaba frente a él.
—¡Heil Hitler! —pronunciaron al unísono haciendo el saludo romano.
—Buenas tardes, como ha de saber esta es una inspección de rutina. ¿Podría mostrarme su identificación y la de la señorita por favor? —preguntó el soldado.
—Por supuesto. —aseguró, entregando ambas identificaciones que el de menor rango cotejó por medio de la mirada. Al soldado pareció llamarle la atención la mujer, que seguía retocando su maquillaje.
—Sophia Carolina Ricci, Italiana. Teniente coronel Volker Einserberg. —Susurró el soldado y devolvió ambas identificaciones a los pocos segundos. —Es todo, señor. Bienvenidos a Berlín. Disculpe las molestias, tengan un buen día.
—Gracias e igualmente.
El soldado reanudó su revisión en los siguientes compartimientos y el corrió la puerta del mismo, retomando su atención en su acompañante.
— ¿Por qué la revisión? —preguntó la mujer.
—Para evitar que los judíos y el resto de indeseables se desplacen. El operativo tiene éxito, se han capturado a varios. Son escurridizos, como las ratas. —Contestó con frialdad.
Se miraron mutuamente por algunos segundos. Desde su perspectiva ella lucía desconcertada por la respuesta, y en la ajena el parecía severo y cruel.
—¿Pasa algo, Principezza?
Rompieron el contacto visual. Bajó la mirada y negó con la cabeza.
—No. Solo no estoy acostumbrada a este tipo de escrutinio tan severo. —Confesó, terminando de guardar su maquillaje.
—Sophia, en unas cuantas semanas te será indiferente. Vamos, deben estarnos esperando en la estación, ya saben que llegamos. Ordené que recogieran nuestro equipaje y lo llevaran a casa. —le aseguró con seriedad y extendió su brazo hacia ella, aguardando a que tomara su mano —Prometí darte un pequeño recorrido por Berlín.
—Es cierto. Perdona, Volker. —musitó, tomando la mano que él le ofrecía.
Dejaron el compartimiento atrás, el vagón seguía siendo revisado por los soldados. Estos no permitían salir a los pasajeros hasta que terminaran, pero al ver que tenían un superior en su área nadie puso resistencia.
"Las ventajas de ejercer poder" —Pensaba a menudo el teniente coronel con arrogancia.
Una vez que salieron del tren se sintió en casa. Se abrieron paso entre la multitud de civiles y personal militar que deambulaba por la zona. Volker saludó a uno que otro, viejos conocidos de la academia militar y superiores. Sophia se limitó a guardar silencio cuando no le concedían la palabra ya que se encontraba más interesada en escuchar las breves conversaciones de su amigo con otros mandos que de participar activamente en estas.
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Encrucijada en tiempos de guerra
Historical FictionSegunda guerra mundial. Henriette Götze es una institutriz en Berlín, encargada de educar a los hijos menores de la familia Zimmerman, de las más acaudaladas en toda la capital. La vida no es sencilla para ella gracias a los sucesos que se dan a cad...