Con otros ojos.

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Y entonces, le empecé a querer.
Le empecé a querer más de lo que ya le quería, pero esta vez, de manera distinta. Con otra intención.

Sí, sí. Mis sentimientos hacia él habían cambiado. Yo ya no le veía sólo como un amigo más...
No, no. Ya no. En ese instante, yo ya le veía como algo más. Y es que...¿cómo no iba a cambiar mi sentir hacia él, si se ha encargado de tratarme como si fuese su princesa?

A diario me preguntaba cómo fue que había surgido todo; mi mente no daba respuesta, así que decidí preguntarle a él, quien terminó diciéndome que sólo me transmitía su sentir en palabras y acciones, y que de esa manera, esperaba, que fuese suficiente y merecedor para mí.

Fue entonces, cuando me di cuenta que la respuesta...no contestaba exactamente a la pregunta que a diario me hacía.
Simplemente era...¡espontaneidad!

Sí, claro. ¿Cómo fui tan tonta como para no conocer la respuesta? No existían más palabras: una y no más.

¡Espontaneidad! ¡Já!
Qué curioso, ¿no? Todo surgió gracias a que apareció esa necesidad de que el otro se diera cuenta de nuestro sentir, y fue cuando las palabras y acciones comenzaron a surgir por sí solas.

Y entonces, le sonreí. Le sonríe a esos ojos que mi miraban siempre con tanto amor. Le sonreí a esos sueños que cada noche se iban formando en mi mente. Le sonreí a ese futuro que, quizá, los dos, veíamos venir.

Le sonreí a esa persona que, esta vez, se encontraba a mi lado para hacerme feliz.

Más que palabras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora