Las normas eran sencillas y básicas, pero aún así tenía que permanecer inmóvil prestando atención a ellas un día al año. En ese momento mi padre recitaba las cinco normas y yo tenía que tomar consciencia de que se iba y me quedaría sola en esa casa sombría pero acogedora en la que me había criado. Durante ese melancólico mes reflexionaba acerca de mí misma y no hablaba con nadie. Un mes en el que mi padre desaparecía para ir a buscar las provisiones necesarias que nos mantenían con vida todo el año, entre ellos, alimentos, ropa y agua. Iba a la ciudad, la que se encontraba a muchísimos kilómetros de aquí y esa de la que siempre me había hablado negativamente.
''Nada es lo que parece'' me repetía al menos una vez cada semana. Yo únicamente le escuchaba en silencio y asentía.
Tres comidas al día, escasas pero las necesarias. Antes de cada una de ellas mi padre me enseñaba una palabra nueva para añadir a mi diccionario. No eran palabras usuales, sino algunas que, a mi misma edad de dieciocho años, nadie solía conocer, o eso aseguraba él ya que yo no conocía a nadie con inferior edad a la de mi padre. Mi madre lo era pero enfermó cuando yo tenía nueve años, desde ese día tengo que escuchar esas cinco básicas normas una vez al año:
No vayas más allá del bosque.
No pongas tu vida peligro y menos cuando yo no esté.
No hables con nadie.
No hagas demasiado ruido ni llames la atención.
Y la última y la más importante (él siempre la repetía dos veces en vez de una) :
No te acerques demasiado al acantilado.
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Nuestro efecto mariposa
Teen FictionHazel siempre había llevado una vida rutinaria y monótona. Una en la que cada día era predecible y obedecía a su padre en todo lo que era necesario. Pero un día decide cambiar las cosas y romper las normas que este tanto le recordaba. Todo da un gir...