🍁 CAPÍTULO 4 🍁

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Hazel 

(3 de diciembre)

Los siguientes dos días transcurrieron con normalidad, con toda la normalidad con la que pueden transcurrir cuando tienes a un chico inconsciente en tu habitación. Empezaba a preocuparme que no despertara. Tenía que comer. Si no lo hacía pronto se moriría de hambre y no podía permitirme eso. Estaba acostumbrada a estar sola, pero desde que él llegó noto algo diferente. No en el entorno. Había algo diferente en mí. Algo había cambiado en mi forma de sentir. 

Salí al porche con mi libreta y me senté en una silla de madera. Los árboles bañados por una suave niebla rodeaban la casa como de costumbre. Agradecí la manta que había decidido traer minutos atrás. Me arropé con ella y abrí mi libreta. Con un lápiz de color verde botella comencé a pintar las hojas de los árboles, esas que en la realidad no estaban presentes pero que en mi imaginación si. Había pintado ese mismo paisaje miles de veces, cada vez de una forma distinta. En cada estación podía observar cosas nuevas en las que antes no me había fijado. Me asusté cuando una gota de agua cayó sobre el papel. Había comenzado a llover cuando me di cuenta de que llevaba allí más de una hora trazando líneas sobre el blanco papel. Me dispuse a salir bajo la lluvia y disfrutar de esta. La lluvia era una de mis cosas favoritas. Me transmitía muchísima paz y de alguna forma felicidad. Mi pelo comenzó a empaparse al igual que mi ropa. Me tiré sobre la hierba que yacía en el suelo y dejé que las gotas cayeran sobre mi rostro. Esbocé una pequeña sonrisa y disfruté de ese momento. Cerré los ojos sin dejar de sonreír y aguanté todo lo que pude hasta que el frío pudo conmigo. Dejando pequeños charcos de agua a mi paso entré adentro, me dirigí hacia la ducha directamente y, cuando el agua comenzó a caer sobre mi cuerpo, solté un suspiro. Sonreí de nuevo por el simple hecho de haber aprendido a apreciar las cosas pequeñas tal y como las hago ahora. Envuelta en mi toalla como un embutido me sequé el pelo y cogí unas cuantas prendas de ropa de mi armario, entre ellas, unos pantalones anchos y una camiseta ajustada de manga larga y de una tela oscura y muy suave. El chico seguía descansando en mi cama sin abrir los ojos ni un solo momento pero, aún así salí a vestirme afuera ya que me parecía algo violento e impropio hacerlo allí. En cuanto terminé de pasarme la camiseta por los hombros recordé que había olvidado coger unos calcetines así que volví a mi habitación. Abrí el primer cajón y cogí mis calcetines térmicos preferidos, unos de color rojo vino. De manera imprevista escuché el sonido de las sábanas a mis espaldas. Me giré lentamente y, al ver que seguía dormido, enarqué una ceja. No todo estaba igual. Su mano no se encontraba donde la dejé, sino que ahora descansaba sobre su abdomen. Fui hacia él y le palpé la frente despacio y con cuidado. Estaba ardiendo. Llegué a la cocina con prisa y mojé un paño en agua. Tenía fiebre. Fui hacia mi habitación que ya era más suya que mía y al empujar la puerta, para mi sorpresa, él estaba despierto.

...

NOTA DE LA AUTORA:

¡Hola! Aquí comienza la parte interesante. Los próximos capítulos serán mucho más intensos y, como ya os habréis dado cuenta no puedo seguir publicando todos los martes debido a la falta de tiempo, pero tengo unas ganas inmensas de que conozcáis mejor a este chico.

Gracias por vuestra paciencia, por las ¡100 leídas! y por llegar hasta aquí.

Nuestro efecto mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora