Caramelo estaba saltando en la cama desesperada por salir a jugar en el jardín. Sus patitas pisaban mi abdomen y luego mis piernas, estaba con los ojos cerrados porque tenía flojera de levantarme, pero la babosa lengua de Caramelo me hizo gritar abriéndolos para encontrarme con ella intentando llamar la atención.
—¡Caramelo! ¡No! —Aparté a la perrita y terminé levantándome—. Vamos, te voy a abrir, pero no voy a salir. —Abrí la puerta y Caramelo salió desesperada.
Yo volví y abrí la ventana, el sol alumbraba la calle y el clima se notaba templado por suerte. Por eso me vestí con una remera, manga corta y una camperita de entre casa, peiné mi cabello y lo até en una coleta para más comodidad. Cuando ya estuve lista tendí mi cama y luego bajé a desayunar.
Luján estaba en la mesa con una tasa de té humeante a su lado y el celular en sus manos, creo que por estar en Facebook ni siquiera notó mi presencia. Así era ella ahora, cuando pequeña vivía pegada a mí, una vez que entró a la adolescencia se volvió más rebelde e independiente.
Sin prestarle más atención a mi extraña hermana, puse a funcionar la cafetera y fui a buscar el pan para hacer unas tostadas. El estómago me reclamaba algo de comida y como me habían enseñado que el desayuno era lo más importante, fui a la heladera a buscar una mermelada también, para que fuera más completo.
En ese instante llegó mamá luciendo su bata de cama nueva, tenía una toalla en la cabeza y también venía a prepararse un café. Nos saludó a ambas y sólo yo respondí su saludo, Luján seguía hipnotizada con el aparato telefónico conectado al WiFi.
—Nati, ¿vos tenés una compañera que se llama Verónica Leiva? —preguntó y quedé helada sosteniendo el pan sobre la tostadora.
¿Por qué preguntaba por Vero? ¿Acaso se había dado cuenta? ¡No! No podía saberlo, estaba empezando a ponerme ansiosa por pensar que terminaría en un convento si mis padres se enteraban de que me gustaba Verónica Leiva.
—Sí, va a mi curso —respondí tratando de mantenerme indiferente—. ¿Por qué preguntás?
—Ahí en la radio dicen que está desaparecida.
—¡¿Qué?! —Giré a mirarla alarmada—. ¿Cómo desaparecida?
El corazón empezó a golpearme el pecho, apreté las manos y sentí escalofríos. ¿Cómo qué Vero estaba desaparecida? No entendía nada.
—Parece que ayer nunca volvió de la escuela, la están buscando, hasta tu papá está trabajando en eso.
—Vero... Se perdió —murmuré mirando el piso que recién enceraba doña Leticia.
Luján había prestado atención a nuestro parloteo. Ella podía estar entretenida con el chisme de su celular, pero tampoco podía aguantarse acotar algo de ese chisme a nuestra conversación.
—Acá un tal Matías Nievas dice que se perdió ayer a la tarde, que estaba vestida con la ropa de colegio y puso el número de la mamá de la chica. —Luján nos enseñó la publicación de Facebook que Mati había hecho.
No podía creerlo... ¡Vero estaba desaparecida! Ella no había vuelto a su casa y yo empezaba a sentirme descompuesta y asustada. Tenía miedo por ella, no quería que nada malo le ocurriera, sentía que algo debía hacer por ella, pero no sabía qué.
Luego me sentí culpable por haberla rechazado y por haber sido tan fría con ella por culpa de lo ocurrido con Milagros. Sí, quizás rompió mi corazón, pero Vero ni siquiera sabía lo que sentía por ella. Además, ayer confesó ante todo el curso que no le gustaba Nacho, lo que me había traído esperanzas, aunque sospechaba de su relación con Matías y Julián.
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Aquel último año
Teen FictionA Verónica Leiva le entusiasma empezar su último año de secundaria, su objetivo es disfrutarlo a más no poder junto a sus mejores amigos y el próximo año marcharse a la universidad para comenzar una nueva etapa. Cuando las clases están a punto de e...