Capítulo 1: Bebé

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Capítulo 1: Bebé

Bill Kaulitz acababa de cumplir veinte años, las condiciones económicas de su familia no le permitían postular a una carrera universitaria, pero no se quejaba, le gustaba trabajar como cajero del supermercado, conocía a todos los vecinos y éstos le tenían en alta estima, por su buen corazón.

Terminó de hacer el balance del día y entregó su puesto al chico rubio que tomaba el turno siguiente.

—Antes que te vayas, Bill, te dejaron un mensaje en la pizarra.

—Gracias, John —respondió y se dirigió hacia la parte trasera, a los vestidores de los empleados y directo a la pequeña pizarra que ocupaban para dejar mensajes mientras estaban de turno. Buscó su nombre y notó que decía "llamar a Georg". Suspiró y cogió el celular de su bolsillo trasero, discó el número uno, en marcación rápida con el teléfono de su primo.

—Hola, Bill, ¿ya saliste?

—Sí, estoy a punto de irme.

—¿Estarás muy ocupado?

Bill suspiró, sabía que Georg lo llamaba para que cuidara a sus sobrinas, las adoraba, pero quería ocupar la tarde para arreglar una chaqueta que había comprado y quería ponerle unas aplicaciones.

—No, Geo. ¿Qué necesitas?

—Me han pedido que haga un turno extra esta tarde y quería ver si podrías quedarte con las nenas —dijo con voz suplicante—. El turno de la noche es el mejor pagado, no puedo perder esta oportunidad.

—Yo me encargo, Geo. Voy a mi casa por algunas cosas y luego me paso a la tuya.

—Gustav estará con ellas hasta que llegues tú.

—Oh... —susurró el pelinegro. Las relaciones con Gustav se habían deteriorado mucho desde que confesó que era gay.

—No te preocupes, cuando están las niñas, Gusti es un dulce gatito, no te molestará, te lo aseguro.

—Está bien. Adiós, Geo.

—Bye y gracias Bill. No sé qué haría sin ti.

—Pues casarte. —Bromeó y ambos cortaron.

Antes de dejar el supermercado, Bill fue al baño y volvió a ponerse sus piercings. El jefe conocía el estilo extravagante del chico y le autorizó a trabajar con la condición de quitarse todos los adornos durante su turno.

Bill llegó a casa de su primo con una pesada mochila al hombro y tocó el timbre. Gustav perdió la sonrisa en cuanto lo vio, pero no dijo nada, solo abrió la puerta y lo dejó entrar.

Las niñas de inmediato corrieron a las piernas del "tío Bill" y entre risas y comentarios infantiles lo guiaron a la sala. Gustav cogió sus cosas, besó la frente de las pequeñas y se largó, sin dirigirle la palabra al pelinegro. Bill suspiró cansado, habían sido mejores amigos, hasta que confesó su atracción por los chicos, y no dejaba de causarle dolor ver el cambio de actitud en el rubio.

—¿Cómo han estado, niñas? —Preguntó, para sacarse el malestar de encima.

&

Las horas pasaron y Bill alimentó y acostó a las nenas. Cuando estaba a punto de caminar a la sala, la más pequeñita, Tami, lo llamó.

—¿Tío, Bill, crees que la mujer loca venga a buscarme en la noche?

El pelinegro arrugó el ceño y preguntó—. ¿Qué mujer loca?

—La que nos estuvo mirando en el patio del jardín —respondió Tami, apretando una muñeca contra su pecho—. La tía le gritó para que se fuera, pero ella me dio mucho miedo.

Real Heroes (Tokio Hotel, Twc)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora