UNO

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Le parecía ridículo que, siendo él quien era, se encontrara tan fascinado con aquella cosita rechoncha. Estiró una mano y acarició la suave mejilla de su bebito, y se deleitó tratando de contar sus diminutas y rubias pestañas. 

Sentía las mejillas adoloridas de tanto sonreír, pero desde que había dado a luz cinco días antes, no había nada ni nadie que se la borrara del rostro. Excepto cuando recordaba lo mucho que le había costado conseguir un cachorrito sano.

Desde que su madre había muerto y él había pasado a ocupar su lugar en el clan, le habían dejado bien en claro cuáles eran las reglas, y la más importante para un brujo tan joven como él era la de mantener el linaje.

 Luego de que la caza de brujas se intensificara, muchas de sus hermanas habían tomado la drástica decisión de abandonar el clan e huir lo más lejos que les fuera posible, algo bastante válido tomando en cuenta que sus vidas peligraban.

 El verdadero problema se dio cuando un grupo de cazadores de brujas, los más afamados hasta entonces, llegó a su región; pronto la asistencia a los aquelarres fue disminuyendo, lo que obligó a las cabecillas a ejercer presión para que las más jóvenes consiguieran marido lo antes posible y así, comenzaran a procrear nuevos miembros para comenzar a reforzar el clan.

Jimin lo tuvo muy fácil. Su melena rubia, aquel par de hermosos ojos azules y el contraste que hacían con su nivea piel eran la mezcla perfecta para robar miradas por donde quiera que pasara, pero aún antes de que su madre lo dejara, quien había atrapado su atención fue el, en aquel entonces, un alfa alcalde del poblado.

 Ong Anikan casi le doblaba la edad, pero desde la primera muestra de interés que había manifestado hacia su persona, él se sintió por las nubes, porque había que admitir que se trataba de un sujeto muy bien parecido, con una excelente posición económica y una reputación intachable –aunque sus adversarios dijeran lo contrario-. 

Tuvo muchas consideraciones hacia él y su madre, especialmente cuando esta cayó enferma, y a pesar de que su puesto le demandaba mucho tiempo, él siempre se mostró accesible para la rubia.

 Por eso aquella tarde que, con creciente nerviosismo, le confesó sus sentimientos y le pidió que se convirtiera en su esposo, Jimin no dudó ni un segundo, y su compromiso fue frenéticamente festejado por el clan completo, llevándose especiales felicitaciones por parte de la líder y poniéndolo como ejemplo al resto de omegas solteros e incluso comparándolo con aquellos cuya unión era vista como una decepción.

Pero el orgullo no le duró mucho. Por regla, un brujo y siendo su casta la de un omega, debía de parir una primogénita para el clan, y sólo hasta que así lo haga, podrá ser capaz de dar a luz a niños de cualquier sexo.

 No recordó ese pequeño inconveniente hasta después de lanzar el último alarido, cuando la habitación quedó en completo silencio y la partera, después de unos segundos que le parecieron eternos, la miró a le ojos negando con la cabeza. 

Jimin se sintió morir, y aunque sus hermanas del clan le demostraron su apoyo, pronto se dio cuenta de que la única persona que sentía una pena igual de profunda y genuina que la suya, era su marido. 

Así que lo volvieron a intentar. Ni siquiera se molestó en preguntar; la partera le dio el pésame con un ronco susurró y él, aguantando lo más que pudo las lágrimas, se limitó a asentir. Una vez que se quedó a solas, se echó a llorar.

 Perder dos criaturas en un lapso tan corto de tiempo sembró en ella un temor tan terrible que comenzó a evitar a toda costa ser tocado por su esposo. Pero a veces no lo lograba, y el acto sexual terminaba siendo todo menos disfrutable, pero estaba dispuesta a guardar las apariencias. Fue su líder quien, luego de meses sin que hubiera novedades en su útero, terminó por acercarse a él para tranquilizarlo y asegurarle que todo saldría bien.

The witcher #kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora