Capítulo 10

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Estaba embarazado.

Harry clavó la vista en la puerta tras la cual había desaparecido el doctor. Sí, había tenido náuseas, pero eso podría achacarse al estrés. A la locura de pasar las fiestas con su familia, al trabajo y a Louis. Además, ¿por qué iba a contemplar esa posibilidad cuando estaba tomando píldoras anticonceptivas?

Las palabras del médico resonaron en sus oídos:

—¿Ha tomado algún medicamento en el último mes? —le preguntó.

—No. Solo tomo paracetamol cuando me duele la cabeza... No, un momento, sí. Tuve principio de neumonía y me recetaron...

Dejó la frase en el aire al entenderlo.

El médico asintió con la cabeza.

—Antibióticos. Su médico de familia debería haberle advertido de que reducen los efectos de la píldora. Ya he visto este error antes. Espero que sean buenas noticias.

Un anhelo enorme se abrió paso en su pecho, provocándole un nudo de emoción.

«Sí, son buenas noticias... Al menos para mí», pensó.

Se subió a su Escarabajo. Después, colocó las dos manos sobre su estómago plano.

Un bebé.

Iba a tener el bebé de Louis.

Recordó las últimas semanas, que habían sido perfectas. Su relación se había estrechado hasta tal punto que el ritmo habitual entre pareja se había convertido en algo cotidiano. La Navidad con su familia había sido más tranquila, ya que Louis se esforzó de verdad por disfrutar de la ocasión. Le hacía el amor con una pasión que le llegaba al alma. Creía que las barreras que había entre ellos estaban cayendo poco a poco. A veces lo pillaba mirándolo con una emoción tan descarnada que lo dejaba sin aliento. Sin embargo, cada vez que el abría la boca para decirle que lo quería, él cambiaba de actitud por completo y se cerraba en banda. Como si sospechara que en cuanto el pronunciara las palabras, ya no habría vuelta atrás.

Había estado esperando la oportunidad perfecta, pero se le había acabado el tiempo. Lo quería. Ansiaba tener un matrimonio de verdad, sin contrato. Y necesitaba confesarle lo que había hecho con el dinero.

Sintió los nervios en el estómago. Louis se había negado a casarse con Timothee porque el quería un hijo. Como era lógico, temía cometer los mismos errores que su padre. Pero el esperaba que cuando comprendiera que el niño era real, que formaba parte de él, se abriría del todo y se permitiría amar.

Volvió a casa preso de la emoción y la expectación. No se le había pasado por la cabeza ocultarle la verdad. Esperaba que reaccionase con sorpresa y con un poco de miedo. Pero en el fondo sabía que Louis acabaría por hacerse a la idea. Al fin y al cabo, y puesto que no lo habían planeado, el destino debía de haberles enviado a ese niño por un buen motivo.

Se empeñó en creer que haría feliz a su marido. Las noticias lo obligarían a abrirse por completo y a aceptar el riesgo. Sabía que lo quería.

Aparcó en el camino y entró en casa. Viejo Gruñón se acercó a la puerta para saludarlo y pasó mucho tiempo acariciándole las orejas y besándolo en la cara, hasta que vio que movía el rabo con alegría. Contuvo una sonrisa. Ojalá su marido fuera tan fácil. Su perro había progresado mucho con un poco de amor y paciencia.

Entró en la cocina, donde Louis se afanaba preparando la cena. El delantal que tenía atado a la cintura lo proclamaba como el «mejor chef del año», y era un regalo de su madre. Se colocó detrás de él, se puso de puntillas y lo abrazó con fuerza antes de acariciarle la nuca con la nariz.

Just a marriage [L.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora