VII

9 2 0
                                    

El sonido de la risa es a menudo contagiosa. Quienes la escuchamos no necesitamos saber el motivo para que, de la nada, nuestros labios se arqueen y demuestren una sensación de felicidad.
Esa sensación era mi regalo cada noche al escuchar a mi vecina, quién tras la delgada pared que separaba nuestras habitaciones, siempre transmitía su eterna diversión.
Me la imaginaba siempre de fiesta, con sus amigos más cercanos y contándose anécdotas de su adolescencia. O quizás, viendo alguna comedia con algunas de las personas que a diario veía que la visitaban.
Quería desesperadamente eliminar esas imágenes recreadas por una real y por ello me armé de valor para conocerla. Esperé a que ese día no fuese nadie a vistarla y saqué de mi disquera dos películas de Jim Carrey.
Salía al pasillo común para dirigirme a verla, cuando de repente me empecé a desvanecer, ni siquiera me había percatado de que un pañuelo humedecido rodeaba mi rostro. Todo se volvió oscuro y silencioso.

Parpadeé y de repente estaba en otro sitio. Todo se veía borroso pero pude notar que era un cuarto casi idéntico al mío, con la distinción de algunos toques femeninos. Escuchaba la voz de mis padres al otro lado de la pared y fue cuando me di cuenta de que estaba en otro departamento.
-¿ Como llegué hasta aquí?
El dolor de cabeza solo empeoraba mi aturdimiento y no lograba entender cómo había viajado hasta su cama.
Fue en ese instante que la escuché por primera vez frente a mí.
Mi vecina estaba a mi derecha, analizando todo mi cuerpo con sus grises ojos.
La incertidumbre no me dejaba hablar así que solo arqueé las cejas y, justo cuando me intenté sentarme en la cama, me percaté de que tenía los pies encadenados a la barandilla. Junto la meseta de al lado había algunas herramientas afiladas con algo de sangre en sus bordes y había ropa de hombre acumulada en una esquina.
Mi rostro estaba completamente desencajado pues no lograba comprender cómo este escenario me provocaba tanta gracia en días anteriores. La observé detenidamente y vi como esos labios descuidados comenzaron a formar una curvatura asesina.
Ahí empezó su momento de risa, su comedia. Pero esta vez, de este lado de la pared, no era contagiosa.

Horrores y sonrrisas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora